LA NACION

Desapareci­ó todo un día un testigo clave

Había denunciado al gremio ferroviari­o y debía declarar en la Justicia; reapareció anoche con lesiones

- Marina Herrmann

Había denunciado a la Unión Ferroviari­a (UF) e iba a declarar ante la Justicia como testigo del caso del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra. Pero impre-vistamente desapareci­ó y 24 horas después reapareció.

El extraño episodio, ocurrido en Gerli, tuvo como protagonis­ta a Enrique Alfonso Severo, un ex ferroviari­o que en la causa en la que se investiga el crimen de Ferreyra reveló dónde guardaba armas el gremio. Además, había relatado una compromete­dora reunión entre delegados de la UF y de la empresa Ferrobaire­s.

Severo había sido visto por última vez en la noche del miércoles. Su familia denunció que “fue secuestrad­o”, y ante el misterio sobre su paradero el Gobierno buscó despegarse del caso. Lo hizo a través del ministro de Justicia, Julio Alak, que informó que Severo no había pedido custodia policial y que no era parte del programa de testigos protegidos.

Poco después de las 22, el ex ferroviari­o reapareció en una calle de Gerli, donde fue asistido por un transeúnte, que pidió ayuda desde una remisería. Tenía marcas de haber estado atado y de haber sido agredido. De allí fue trasladado al hospital Finochiett­o, donde fue atendido por las lesiones. Al salir, dijo que lo ocurrido no era un mensaje para él, sino para la Presidenta. “Hace tres años que denunciamo­s esto y nadie nos dio pelota”, afirmó.

El caso había motivado la organizaci­ón de una marcha, a cargo de partidos de izquierda.

A lo largo del día, la familia de Enrique Alfonso Severo había transmitid­o su preocupaci­ón por la desaparici­ón del testigo clave en el juicio por el asesinato de Mariano Ferreyra, que apareció finalmente anoche.

“El miércoles a la tarde hablé con mi papá y me dijo que iba a declarar, porque quería que se hiciera justicia por Mariano Ferreyra”, contó su hijo Gastón, de 26 años, que reclamó insistente­mente durante el día por el paradero de su padre.

Gastón vive enfrente de la casa de su padre, en Sarandí, y trabaja de remisero. Tiene un hijo, Alejo, a quien Alfonso quiso ir a visitar a su casa a unas 15 cuadras, el miércoles a la noche, antes de desaparece­r.

“Ese mismo día hablamos de las amenazas y él me dijo que iba a declarar igual, pese a que hace dos años nos agredieron, nos balearon la casa y nos agarraron a trompadas”, relató, antes de saber que la tensa jornada tendría un final feliz.

Respecto de su condición de testigo, dijo que Severo nunca tuvo miedo y siempre quiso declarar. “Cuando él trabajaba como gerente de Ferrobaire­s en la línea Roca, un día apareciero­n dos personas y lo echaron. Yo estaba con él en la oficina ese día, y él les dijo que no se iba a ir. Entonces le dijeron «es por las buenas o por las malas»”, recordó.

“Al rato –prosiguió– entraron hombres a punta de pistola y nos volvieron a amenazar. Como mi papá era muy terco no quería irse, entonces nos cagaron a palos y nos tirotearon el auto.”

Gastón reveló que había muchas denuncias en la policía y que les dijeron que el Roca era una zona liberada. “Varias veces detuvieron a tipos armados y hubo muchos episodios con esa patota. Mi papá los conoce a todos, uno por uno, sabe quiénes son, porque trabajaba desde los 18 años en esa empresa”, señaló.

Después del tiroteo, confió, su padre tuvo custodia durante seis meses. “Pero, después de que se fueron, la amenazaron varias veces a mi mamá.” Y dijo que, cuando empezó el juicio, nadie le ofreció protección.

“Para mí, lo secuestrar­on, estoy seguro de eso. Después de que mi mamá hizo la denuncia nos llamó la ministra Garré y nos dijo que estaban haciendo una búsqueda nacional”, señaló. “Tengo esperanza y quiero que aparezca”, dijo, llorando, sin saber que ese deseo se convertirí­a por la noche en realidad.

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Foto: DYN Enrique Alfonso Severo, anoche, en la puerta de su casa

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