LA NACION

Chávez y Capriles se miden en las calles

Masivo acto de cierre del presidente en Caracas; su rival estuvo en un ex bastión chavista

- Daniel Lozano PARA LA NACION

CARACAS.– El centro de esta capital se transformó ayer en el gran escenario de una película política de incierto epílogo. El chavismo se lanzó a la toma de Caracas y la cubrió de un inmenso manto rojo, como si fuera

Novecento a lo bestia, pero dirigido por Zhang Yimou. Al director chino le hubiera sido difícil mejorar aquí sus superprodu­cciones imperiales. Cientos de miles de personas desparrama­das por las calles esperando a su líder. Y lo que se encontraro­n, para su disgusto, fue el gran diluvio.

Hugo Chávez apareció bajo la lluvia e improvisó como pudo: “Hemos sido bañados por el agua bendita de San Francisco”. Pero llovía tanto que esa agua no bendecía, sólo mojaba. Chávez prosiguió unos minutos: volvió a reconocer sus errores antes de pedir una “victoria incuestion­able” en las que pueden ser las elecciones más reñidas en tres décadas. El acto se acabó en 32 minutos.

Del otro lado del ring, su rival, Henrique Capriles, terminó la campaña igual que la comenzó: con un

sprint. Tres actos en tres estados y un gran cierre en Barquisime­to. Allí, en la otrora capital del chavismo, el candidato que se subió a una sorprenden­te ola de fervor popular lanzó su órdago final: “Presidente Chávez, su ciclo terminó”.

Viene de tapa Capriles, que estilizó su discurso tras cientos de arengas durante los siete meses de caminatas por todo el país, se envalenton­ó con la posibilida­d de su victoria: “¿Qué Goliat puede con nosotros? ¡Ninguno! Porque tenemos millones de Davides”.

Dos cierres que resumen dos campañas muy distintas. La de Capriles, siempre en pleno ascenso hasta convertirs­e en un fenómeno electoral. La de Chávez, “aburrida”, según el politólogo Luis Vicente León, y socavada por errores propios y “accidentes colaterale­s”, como la tragedia de la refinería de Amuay y la matanza de 26 personas en la cárcel de Yare, en agosto pasado.

En definitiva, un final imprevisto para la marea roja que se desparramó en Caracas y que durante horas se sintió coprotagon­ista de una superprodu­cción manejada por el gobierno.

El presidente prometió una vez más: “No les fallaré. Cometí errores. ¿Quién no los comete? Pero estuve a punto de morir por serle fiel al pueblo”.

Como en toda gran película, también había extras. Muchos. Algunos pagados; otros obligados. “He venido a la fuerza”, afirmó un empleado público a la nacion. Tan enojado estaba que incluso colocó un emoticón gruñón en su BlackBerry. “Para mí es algo simplement­e lucrativo. El 45% de mis compañeros también disimula para poder seguir trabajando en la institució­n. ¡Qué bolas! [qué abuso]”, se quejó.

La oposición calculó más de 4500 ómnibus, con un gasto de cinco millones de dólares. Fueron acarreados de todo el país a cambio de entre 100 y 250 dólares y un kit de comida. “Aquí vamos, ¡gozando un imperio!”, relató una mujer de nombre secreto mientras apuraba su cerveza. “Me pagaron 350 dólares por traer a 10 personas. Yo soy copeyana [democristi­ana] de toda la vida, pero quería ver la despedida de Chávez”, confesó esta trabajador­a de Cantv, la compañía telefónica nacional que ayer no prestó servicios a sus usuarios. Como todos los ministerio­s y entes públicos.

El gobierno tiró los ministerio­s por la ventana. Hubo fondos sin límites para dar comida y agua a los participan­tes. Ramón Guillermo Aveledo, dirigente de la oposición, denunció públicamen­te el “hostigamie­nto” contra los funcionari­os.

Incluso algunas ONG denunciaro­n que obligaban a militares a vestirse con la camiseta roja. Uno de ellos, coronel, visitó la noche del miércoles a las 522 familias que viven refugiadas en el cuartel de Fuerte Tiuna y Antímano. Todos ellos también estaban obligados a marchar. Ómnibus y bolsas con desayuno, comida y merienda. “Yo me negué, tengo que ir al trabajo”, confesó a la nacion una madre de cuatro hijos. Su sorpresa fue cuando su ex marido le comentó que él, obrero de la construcci­ón, también había sido llevado al acto.

Capriles podrá ganar o perder, pero la “cruzada hermosa” emprendida hace siete meses pasará a la pequeña historia de las campañas políticas. Tres vueltas enteras al país, más de 300 pueblos y cientos de miles de seguidores seducidos por su nuevo “camino”.

Ayer, en su antepenúlt­imo acto en Cójedes, el candidato único de la oposición gritó: “Lo que va a pasar el 7-O está escrito. Llegó la hora de cerrar un ciclo y abrir otro. Llegó la hora de abrir las puertas del futuro”.

En Apure, penúltima parada, Capriles se sorprendió ante la masiva presencia en una zona del país que depende casi por entero del Estado central. “Este pueblo ha estado callado, pero el domingo hablará a favor del futuro, del progreso, la esperanza y lo nuevo”, se despidió el ex gobernador de Miranda.

Sólo faltaba Barquisime­to. El candidato opositor aprovechó su último mensaje al país para criticar las divisiones “que hoy caracteriz­an a la ciudadanía venezolana, con hermanos distanciad­os”.

“Invito a todos a asumir mi eventual victoria con humildad y con respeto”, sentenció Capriles.

Una victoria que, una vez cerrada la campaña, se antoja como un gran misterio. Ambos bandos proclaman su victoria. El chavismo sonrió ayer pese a la lluvia y apuesta a que Chávez volverá a imponerse. Y Capriles insiste a su equipo en que van a ganar por un millón de votos.

Pese a que ya no se pueden publicar encuestas, la nacion supo que el último sondeo de Consultore­s 21 estiraba la ventaja de Capriles por encima de los tres puntos: 51,8% frente a 47,2%. En cambio, las encuestado­ras oficialist­as mantienen la diferencia a favor de Chávez por encima de los 10 puntos.

Carta a un chavista,

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Foto: reuters Chávez saluda a sus seguidores durante el cierre de campaña, en Caracas
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Foto: afp Capriles, en el estado de Apure, penúltima parada de su campaña electoral

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