En la Prefectura están dispuestos a resistir, si se extiende el conflicto
Esperan el resultado de las gestiones frente al edificio Guardacostas; cantos y clima de cancha
Silbatos, bombos, banderas, grandes éxitos de la música popular (y hasta de moda) en versión de redoblante y trompeta. Ganas de saltar bajo el cielo celeste, bronca mezclada con expectativa y una capacidad de resistencia a prueba de casi todo.
Esa combinación surcaba ayer el aire frente al edificio Guardacostas, donde los agentes de Prefectura que reclaman la recomposición de sus salarios protestaron por tercer día consecutivo.
Pese al malestar por el decreto presidencial que recortó los sueldos de los suboficiales, la espera por el resultado de la negociación con el Gobierno se vivió con euforia.
Tal vez porque los integrantes de Prefectura fueron protagonistas de muchas de esas protestas que, habitualmente, les reserva el nada emocionante rol de controlantes distantes, solemnes y casi inmóviles.
“Vamos a estar acá todo lo que haga falta. Estamos acostumbrados a estar en la calle y a soportar todas las condiciones”, dice a la nacion un nadador de rescate de 39 años, y 21 de servicio, que pide no publicar su nombre.
“Pensaron que porque estamos acostumbrados a recibir órdenes íbamos a quedarnos callados, pero se equivocaron. Esto es un abuso”, agrega enseguida.
A su lado, un ayudante segundo, 55 años, 32 de servicio, retacón, grandes anteojos ahumados, hunde la mano en el bolsillo y muestra su último recibo de sueldo, angosto y arrugado, por $ 3791. El anterior, que también muestra, dice $ 7924.
No faltan ni mate ni agua caliente. Tampoco baños. Basta con subir la escalera, siempre colmada, y pedir permiso para entrar en el edificio. Abundan los hombres y mujeres de uniforme, pero también hay muchos de civil. Hay niños trepados a los hombros de sus padres.
“Tenemos un sistema de relevos, como cuando estamos de servicio. Acá es lo mismo. Por eso siempre hay gente. Nos vamos reemplazando”, explica un marinero de 21 años y la piel curtida por el acné. A su alrededor suenan “Matador” y “Prefectura, Prefectura”, el mantra de la tarde.
Hay también una paradoja. Casi todos los manifestantes llevan sus nombres escritos en las placas que les cuelgan del pecho y los de civil están identificados por las cédulas que llevan colgadas del cuello. Ninguno quiere decir su nombre.
En cuanto baja el sol aparecen oportunas cajas de alfajores de fruta y chocolate y botellas de agua. Todo parece estar previsto.
Mario –así pide que se lo identifique– es uno de los encargados de dirigir el tránsito de la avenida Madero, que con dos carriles bloqueados, es lento y ruidoso.Es suboficial y trabaja en Puerto Madero. Desde hace cuatro años, cuando lo transfirieron desde Misiones, vive en Pacheco con su mujer y sus dos hijos. Todavía está pagando un crédito.
“Pasé de cobrar 8000 pesos a 5000 y monedas”, se lamenta, con un ojo puesto en la hilera de camiones que tocan bocina. El ruido, que se mezcla con el de los bombos y los silbatos, ensordece. “Encima ya me debitaron lo del préstamo, así que no sé cómo voy a hacer”, completa con una sonrisa irónica.
Decididos a hacerse escuchar y repetir hasta el cansancio que no los convoca otra motivación que la de reclamar por sus salarios.