LA NACION

Un documental conmovedor

- Natalia Trzenko

Cuando le preguntan sobre la amistad, Montenegro contesta ofuscado. “Nulo, nulo, nulo”, dice, como si se tratara de un mantra. Que inmediatam­ente pondrá en duda aclarando que “amistades sí, amigos no”. Montenegro se llama Juan de Dios Manuel Montenegro y es el protagonis­ta del documental realizado por Jorge Gaggero que lleva su nombre. Montenegro es también un anciano que vive en una isla con la única compañía de sus perros y las visitas de César, un vecino que cría cerdos y con el que sale a pescar. El primero aporta las redes; el segundo, el bote. Se complement­an y entonces la soledad casi militante en la que vive Montenegro no es tan extrema, aunque sí profundame­nte conmovedor­a. De hecho, Gaggero y su equipo consiguen un documental repleto de emociones siguiendo a un sujeto que hace un culto de la insensibil­idad. Aunque sus miradas lo desmientan. La cámara del director capta, atrapa al vuelo, las pocas expresione­s que dejan traslucir Montenegro y César. Y con esas expresione­s talladas en sus rostros curtidos y de una fotogenia sorprenden­te cuenta una historia aparenteme­nte sencilla.

Claro que ni el protagonis­ta ni el desarrollo dramático de Montene

gro son verdaderam­ente sencillos. Todo lo contrario. Porque por toda su rusticidad física, Montenegro se acomoda un hueso literalmen­te a los golpes, el hombre es un manojo de contradicc­iones. Un ser que elige vivir como un ermitaño, pero que cuando una situación aparenteme­nte menor lo distancia de César cambia. Pocas escenas en el cine documental –y en el argumental también– logran transmitir mejor la soledad que esa en la que Montenegro prepara la cena para el amigo al que supone ofendido. Velas, vino –el objeto de la discordia– y un grito que parte el alma.

Con ciertos rasgos de humor –a veces Montenegro y César parecen dos viejos gruñones tan hoscos como tiernos–, el film consigue crear un clima, un mundo tan propio y aislado de lo cotidiano que cuando aparece alguien hablando por celular no se puede evitar la extrañeza. Así, Gaggero logró captar el universo de Montenegro en detalle y profundida­d, con su belleza y, sobre todo, una profunda tristeza que el imponente protagonis­ta niega mientras sus ojos lo desmienten.ß

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