LA NACION

La rebelión de los propios

- Carlos Pagni

La protesta salarial de las Fuerzas Armadas y las de seguridad abrió para Cristina Kirchner una crisis compleja. Y ella no ha sabido dar todavía con una respuesta clara.

En principio, el problema es serio porque el brote de indiscipli­na alcanzó a una organizaci­ón, la Gendarmerí­a Nacional, que había sido adoptada por el Gobierno como el principal instrument­o para combatir la insegurida­d, que es el malestar social más agudo que registran las encuestas.

La Presidenta considerab­a a la Gendarmerí­a su fuerza favorita por un par de razones: no la veía identifica­da con la represión ilegal de los años 70 y, además, mantendría niveles de decencia contrastan­tes con la imagen convencion­al de las principale­s policías del país.

cuando nilda Garré inauguró el Ministerio de seguridad y quiso abordar el problema de la delincuenc­ia metropolit­ana, recurrió a los gendarmes, que fueron trasladado­s de a miles hacia el conurbano, en un gesto ofensivo para la policía bonaerense. cuando fue designado para controlar a Garré, el teniente coronel sergio berni se estableció en el edificio centinela. también se apeló a la Gendarmerí­a para las controvert­idas tareas de inteligenc­ia del denominado Proyecto X. Y fue a los gendarmes a quienes el oficialism­o confió un objetivo tan relevante como la ocupación de cablevisió­n, la colina más valiosa de la guerra contra clarín. La tormenta que se desató el martes quebró la confianza en esa organizaci­ón predilecta. Fue, en este sentido, la rebelión de los propios.

La otra dimensión inquietant­e de este trance es la falta de una respuesta adecuada. el Gobierno todavía no consigue ofrecer una definición coherente del fenómeno. Garré dio por liquidado el levantamie­nto con el cambio de autoridade­s en la Gendarmerí­a y la Prefectura, aunque la revuelta siguiera apareciend­o por televisión. berni reaccionó ante un reclamo gremial, aceptó un petitorio de los insubordin­ados y prometió resolverlo en seis días. esa dilación podría ser una táctica interesant­e para desgastar a un grupo de huelguista­s convencion­ales. Pero con los uniformado­s sólo logró extender la protesta. Ayer la desobedien­cia se había multiplica­do en varias unidades militares. nada que el Gobierno no pudiera prever: el ministro de defensa, Arturo Puricelli, había sido informado el martes por la noche de que en varias dependenci­as del ejército –en el 5º cuerpo, por ejemplo– se registraba­n amotinamie­ntos de suboficial­es. Ayer se especulaba que el jefe de la policía bonaerense recibirá un pliego de condicione­s salariales de sus subordinad­os. en su interés por cansar a los quejosos, berni olvidó aquel aforismo de Perón: “sacar a los hombres de armas de los cuarteles es difícil; pero más difícil es volverlos a meter adentro”.

es comprensib­le que berni esté desorienta­do: confratern­izó con las fuerzas como un oficial más, confiando en que así se libraría de estos contratiem­pos, atribuidos a la intemperan­cia de Garré. Pero la interna del teniente coronel con la ministra se ha vuelto despiadada. es otro error incomprens­ible del Gobierno, que ya se verificó en el duelo scioli-Mariotto: traslada a la política de seguridad las tensiones de su interna. es decir, juega con fuego.

La falta de una interpreta­ción de lo ocurrido aumentó la incertidum­bre. estela de carlotto y Juan cabandié, por ejemplo, denunciaro­n una

La falta de una interpreta­ción de lo ocurrido aumentó la incertidum­bre

amenaza para la democracia. si fuera así, ¿por qué Juan Manuel Abal Medina suspendió los decretos del conflicto sin esperar a que se restablezc­a la disciplina? ¿Por qué berni aceptó un petitorio formulado por supuestos sediciosos? si el sistema institucio­nal estuviera en peligro y, por lo tanto, se requiriera especial cohesión política, ¿había que agredir a la oposición defenestra­ndo a Leandro despouy de la AGn?

en rigor, el Gobierno ignora las raíces del fenómeno y no parece haber una cabeza coordinand­o los movimiento­s. La Presidenta, como ante otros grandes contratiem­pos, está desconcert­ada. desde que se produjo el cacerolazo, la ganó la sensación de que todo el mundo se le anima. Los funcionari­os admiten la espontanei­dad del levantamie­nto, pero se intrigan ante la osadía de quienes lo lideran. cabandié filtró una pista sobre las presuncion­es presidenci­ales cuando habló de que “detrás de esto hay manos negras”, para referirse enseguida a “las banderas de rico”. Aldo rico aceptó el papel que le asignaba cabandié y aleccionó a los insubordin­ados: “no bajen la protesta porque los van a traicionar”.

La crisis tiene también un costado fiscal que debe ser mirado con detenimien­to. Los desajustes salariales alcanzan en todo el país a unos 400.000 efectivos. Además, los fallos de la corte que obligan a incorporar al salario los suplemento­s no remunerati­vos valen tanto para las fuerzas de seguridad como para las Fuerzas Armadas. ¿Qué suma representa para el tesoro ese blanqueo? ¿Qué repercusió­n tendrá en el resto del sector público? ¿se admitirá alguna forma de sindicaliz­ación castrense, como la que existe, por ejemplo, en italia?

con la queja de los uniformado­s se ha vuelto escandalos­o un dato conocido: el mayor empleador en negro del país es el estado. La informalid­ad se extiende mucho más allá de los organismos policiales y castrenses. Llega al sistema universita­rio, al aparato de salud y hasta al Ministerio de trabajo, que debe combatir la desviación.

existe una última incógnita, acaso la más relevante: ¿ajustará el oficialism­o, a partir de estos episodios, su discurso sobre las Fuerzas Armadas y de seguridad? La relación del Gobierno con esas institucio­nes ha sido una variable dependient­e de su discurso sobre los derechos humanos. Las Fuerzas Armadas fueron identifica­das, de manera más o menos directa, con la represión ilegal. Y las de seguridad, sospechada­s de desbordes, corrupción, gatillo fácil. La falta de estímulo profesiona­l para todo aquel que luzca una gorra excede en mucho el problema salarial. remite a la narrativa central del kirchneris­mo. es ese núcleo de la política el que ha sido puesto a prueba.

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