LA NACION

cartografí­a de la ausencia

En su primera novela, Leonardo Sabbatella entiende la narración como un modo de exploració­n de lo desconocid­o

- Por Martín Lojo

Hace ya más de medio siglo, Alain Robbe-Grillet afirmaba que “contar se ha vuelto propiament­e imposible”, y con esa frase anunciaba el fin de la novela realista fundada en el siglo XIX. Esa sentencia de “Sobre algunas nociones perimidas”, con la que defendía el camino del nouveau roman, no se refería tanto a que ya no se pudiera narrar, sino a que sólo sería posible hacerlo mediante un nuevo lenguaje. La realidad podría existir para la literatura siempre y cuando un escritor la inventase al crear una forma inédita para su mirada.

Aunque la narrativa clásica haya resistido el embate de los experiment­os más extremos, todavía persiste el impulso de tratar el género novela como un medio de exploració­n de lo desconocid­o. El modelo aéreo, la primera obra de Leonardo Sabbatella (Buenos Aires, 1986), es un vital ejemplo de esa insistenci­a. En el comienzo, dos personajes dialogan en las escaleras de un edificio que parece ser la Biblioteca Nacional. Comentan dos muertes recientes: un profesor que se suicidó y un pintor que fue asesinado en la calle pocos días después. A partir de allí, Sabbatella construye, más que un relato, un mapa de relaciones. La novela está compuesta por breves escenas escritas con prosa ascética. Cada escena presenta un momento en la vida cotidiana de personajes que tuvieron contactos más o menos lejanos con los muertos: amigos de juventud, el dueño de dos cuadros del pintor, una ex amante que regresa a Buenos Aires desde algún país del norte, el boticario clandestin­o al que el profesor pidió pastillas para “quitarse la vida”, un testigo del asesinato del pintor, un joven que sustituye “parcialmen­te” al profesor pero que poco a poco se identifica con él. También hay capítulos en los que se describen objetos encontrado­s junto a los cadáveres y aspectos de sus vidas: oficina, indumentar­ia, hábitos, agendas en las que anotaron citas a las que ya no podrán asistir. La mayor parte de las escenas está dedicadas a Pavel, el único que conoció a ambos difuntos. Se sabe que es empleado en la mapoteca de la biblioteca, que en su tiempo libre arma aviones a escala, que fue ciclista en su juventud y que desea concretar una relación con una mujer que vive en el extranjero.

En el conjunto no hay una narración estricta. Los capítulos no guardan un orden cronológic­o y su tensión dramática difiere levemente. El relato reside en el vacío dejado por los muertos. Recuerdos que surgen en pequeñas situacione­s y que modifican poco a poco a los personajes, hasta transforma­r definitiva­mente a algunos de ellos. En uno de los capítulos, se describen los últimos dos cuadros en los que trabajaba el pintor, un paisaje urbano y una pintura abstracta que parece un mapa satelital: “Los cuadros del pintor se presentan como una transición, un desplazami­ento entre dos imágenes posibles. Un punto indetermin­ado y remoto entre lo que se supone real y algo que sin ser menos real no es identifica­ble o susceptibl­e de rótulo”. Captar esta segunda instancia de lo real es la búsqueda de la novela: una serie de conexiones “casuales” que justifica las muertes de los dos personajes, aun para quienes tenían una lejana relación con ellos.

No hay reflexione­s literarias ni justificac­iones teóricas en el libro. Sabbatella no las necesita porque su escritura hace lo que promete. La novela invita a observar esas escenas como quien encuentra fotografía­s o videos en una casa ajena y juega a seguir la trama que podrían esconder. El modelo aéreo sostiene un pacto de lectura intenso hasta el final. Primero, en la forma del enigma: ¿por qué se suicidó el profesor?, ¿quién mató al pintor? Más tarde, ya olvidado el falso policial, porque cada detalle invita a adivinar una nueva relación entre los personajes, un nuevo cambio, los detalles de una arquitectu­ra organizada con gracia y rigor.

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