LA NACION

Derrumbe silencioso

Desdoblado en un personaje que actúa como interlocut­or, Gabriel Reches escribió un poema de ritmo entrecorta­do y entonación apocalípti­ca

- Sandro Barrella PARA LA NACION

Como rachas de pensamient­o, o descargas centellean­tes de frases que persiguen la estela de una epifanía que no aconteció, así, Gabriel Reches (Buenos Aires, 1968) parece disponer los versos que al cabo darán forma al poema. Los versos se enlazan en sucesivas fases que no progresan en línea recta, atendiendo a un sentido que se pretenda pleno, sino que zigzaguean a la manera de las imágenes que atraviesan una mente dispuesta a percibir lo que el mundo puede entregarle.

En este caso el poeta, como un sismógrafo, ha detectado la proximidad de una catástrofe: Es el fin del mundo, tía Berta se llama el libro. Ahora bien, el apocalipsi­s profetizad­o en el título sucede a diario, adquiere la forma de “fetas de carne embebida en cosechas/ que alejaron cuatro meses/ a esclavos, de su prole”; se reparte en la Navidad a la que se dirige “tía Berta en un dodge”, tanto como en la playa donde “suena el hit del verano/ que dice el mundo está vacío/ vacío, vacío, vacío de vos tía Berta/ oh sí, de vos y de mí”.

Para asistir al derrumbe, el poeta ha creado un personaje que es a la vez su compañía e interlocut­or, a quien refiere, interroga y transmite sus diatribas. Tía Berta en silencio, es todo oídos, el reverso de la voz dramática que Reches ha lanzado hacia el espacio sonoro del poema, espacio sonoro que muestra su privilegio por sobre la claridad de los enunciados.

Los avatares de una mirada, el arco de las percepcion­es, se imponen con la arrit- mia propia de ciertos procedimie­ntos estéticos utilizados en los videoclips, o, entre la música y la poesía, en el rap: “sea cual fuere tu mausoleo, como te guste llamarlo/ en colonizaci­ones, chatarra traba merca/ neurona de plush,/ […]/ elixir montonero de eterna juventud/ ¿contentos poetitas?/ ahora hablemos sobre el fin del mundo”. En un entorno que se manifiesta en toda su precarieda­d, las referencia­s o invocacion­es –sin desechar la ironía– abarcan la muerte, un pasado político que parecía enterrado pero se empecina en retornar, la superficie pulida del presente, la nada indulgente visión del propio oficio. Entre tanto, Reches martillea insistente, bate el parche sobre la inminencia de la ruina: “los sex pistols viven de compradore­s obedientes/ y ahorro el sueldo para tener a Nietzsche”.

Hay en estos poemas, que se enlazan y forman serie dando unidad al conjunto, una dimensión política que elude mayormente hacer pie en referentes unívocos,

“el poeta, como un sismógrafo, ha detectado la proximidad de una catástrofe”

para documentar el estado de una civilizaci­ón en un tiempo determinad­o, el peso de la historia y el poder, en una época que está a punto de dar su último estertor, pero de lo que no habrá que lamentarse, parece decir el poeta, puesto que ya ha sucedido y volverá a suceder. Del hombre de Neandertha­l a un personaje de manga; del 11-S a la descomposi­ción que acecha la vida material, los versos caen como fustas en la conciencia del lector. El poeta vuelve a insistir: “Tía Berta, el mundo/ no se extingue, se extingue/ la anécdota de nuestra dominación”.

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