Cristina, presa de la fragilidad de su relato
El hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Y el gobierno de Cristina Kirchner es desde hace algún tiempo presa de un relato que no contempla la admisión de errores, que recurre a chivos expiatorios fuera de la administración nacional y que, invariablemente, ve “manos negras” y “maniobras destituyentes” detrás de todo problema.
Ese relato ha saturado a gran parte de la audiencia y ha comenzado a rebelar a otra parte. Así lo demuestran encuestas que, como la de Management & Fit concluida a fines de septiembre, arrojan una fuerte caída en la imagen positiva de la Presidenta y también de la aprobación de su gobierno, que pasó del 52,3% en febrero al 30,6% en la última semana.
Los traspiés de Cristina Kirchner registrados en los últimos treinta días fueron la consecuencia de dichos y errores propios antes que de una acción coordinada de la oposición o de la “corporación mediática” de la que habla el ala más extrema del cristinismo.
El cacerolazo del 13 de septiembre no hubiera tenido la alta adhesión que tuvo si la Presidenta no afirmaba siete días antes que había que tenerle “un poquito de miedo”. Por más que la jefa del Estado aclare que esa desafortunada frase estuvo dirigida exclusivamente a sus funcionarios –lo cual sería otro despropósito porque nunca el miedo puede regir las relaciones entre un titular del Poder Ejecutivo y sus colaboradores–, el contexto dado por las habituales amenazas públicas indica otra cosa. En poco tiempo, la Presidenta había escrachado y mandado a inspeccionar a un empresario inmobiliario que había objetado el cepo cambiario y criticado al líder del grupo Techint, al tiempo que desde su gobierno se atacó a importantes asociaciones de consumidores que miden precios.
La semana pasada, las descalificaciones presidenciales a los jóvenes estudiantes de Harvard que la incomodaron con sus preguntas pusieron de manifiesto la intolerancia y la falta de preparación de la primera mandataria, desatando una ola de críticas a su actitud.
Finalmente, 48 horas atrás, otro error del Gobierno, esta vez en materia salarial, desató la peor protesta en dos fuerzas de seguridad desde los tiempos de las rebeliones “carapintadas”. Una vez más, desde la Casa Rosada se trató de eludir toda responsabilidad, se apuntó a fantasmas golpistas y a los medios periodísticos, y hasta se prometió una investigación para dar con los culpables de la fuerte reducción operada en los salarios de los efectivos de la Prefectura Naval, como si el reciente decreto 1307 que determinó la nueva política remunerativa no hubiera sido firmado por la Presidenta.
Queda la imagen de un gobierno cada vez más pasible de sufrir renovados desafíos, encerrado en la fragilidad de su relato, demasiado preocupado por su batalla del 7-D y muy poco por aspectos cruciales de su gestión.