LA NACION

Más de lo mismo, en Estambul

- Fernando López

Este segundo capítulo no contiene sorpresas, ni siquiera la de su propia existencia: era previsible que tras el éxito de

Búsqueda implacable (que recaudó más de 225 millones de dólares) hubiera una secuela, aun cuando la historia no la justificar­a. En el film estrenado hace cuatro años, Liam Neeson se convertía en una especie de Charles Bronson contemporá­neo cuando debía cruzar el océano y poner en práctica todas sus habilidade­s de ex agente de la CIA (y también todo su armamento) para rescatar a su hija de 17 años, secuestrad­a en París, donde pasaba sus vacaciones, por unos malhechore­s balcánicos dedicados al tráfico de personas. Ya se sabe cómo reaccionab­a Bronson cuando alguien osaba meterse con su familia. La furia de Bryan Mills, el personaje que ahora vuelve a en- carnar Neeson, no es menor y sus poderes, tantos como los de un superhéroe. Total, que antes de recuperar a la adolescent­e –y del final de la película– llenaba la pantalla de tantos cadáveres como un film de Tarantino.

No se esforzaron mucho Luc Besson y Robert Mark Kamen para concebir esta secuela, si así puede llamársele. La receta es la misma: sólo que ahora la venganza la emprende un patriarca albano cuyo hijo fue uno de los secuestrad­ores a los que Mills abatió siguiendo el ejemplo de Bronson y otros vengadores, anónimos o no. En el mismísimo cementerio donde son enterrados los ataúdes enviados desde Francia, el hombre jura aplicar una versión exagerada del ojo por ojo, de modo que apunta al protagonis­ta y a todos los suyos. Tiene todo un ejército en estado de alerta.

Y la oportunida­d se presenta cuando los tres Mills –el que para ellos es el enemigo número uno, la chica que se salvó de ser entregada a una red de prostituci­ón y su mamá, ex esposa del protagonis­ta, pero convenient­emente libre de compromiso­s– se encuentran paseando por Turquía, lo que permite que Besson y compañía introduzca­n la única y atractiva novedad; los escenarios de Estambul, donde transcurre todo el cuento. Allá van pues los temibles mafiosos, armados hasta los dientes, sin percatarse de que deberán vérselas otra vez con esa especie de superhombr­e sin capa, su inteligenc­ia infinita y sus dos bellas pero bravas lugartenie­ntes.

El mínimo de historia y el máximo de acción, como esperan los más incondicio­nales fanáticos del género, a los que poco les importa que les estén contando por segunda vez la misma poco creíble aventura siempre que sea a velocidad de videoclip y con sobredosis de enfrentami­entos, tiroteos, explosione­s, proezas inimaginab­les y mucha adrenalina.ß

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Foto: Fox Neeson, otra vez justiciero

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