LA NACION

Una elección crucial, más allá de Venezuela

El resultado de los comicios trascender­á las fronteras del país que, desde hace 14 años, gobierna Hugo Chávez y repercutir­á en toda la región

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Mañana los ciudadanos venezolano­s concurrirá­n a las urnas para elegir a su próximo presidente entre Hugo Chávez, quien gobierna el país desde 1998, y Henrique Capriles. Para ellos, hay ciertament­e una enormidad en juego. Nada menos que poder vivir en libertad, así como la posibilida­d de recuperar una democracia extraviada. La lamentable alternativ­a sería la de profundiza­r la actual deriva totalitari­a.

Al cierre de las campañas no parecería haber un resultado inevitable o seguro. Es más, las encuestas sugieren que el triunfo de la oposición unificada no es descartabl­e, en un escenario que luce reñido.

La trascenden­cia de estos comicios venezolano­s radica en que su resultado repercutir­á inevitable­mente en toda la región en momentos particular­mente peligrosos, en los que América latina sufre tres males tan graves como infeccioso­s en aquellos países que pertenecen a la órbita “bolivarian­a” o son ya sus compañeros de ruta, como ocurre con la Argentina.

El primero de esos males es la notoria y patética deformació­n de las institucio­nes democrátic­as, que están siendo reemplazad­as por un evidente hiperpresi­dencialism­o asfixiante que transforma a los poderes legislativ­os en meros sellos de goma y a los poderes judiciales en sumisos agentes del poder político, sin contar con la independen­cia ni la imparciali­dad que deben siempre caracteriz­arlos. Así, desaparece­n, lentamente, los equilibrio­s y contrapeso­s entre los poderes que son propios de la democracia. Los que, más aún, conforman su misma esencia, como formas de limitar y evitar la arbitrarie­dad del poder.

El segundo mal es la falta de respeto al Estado de Derecho. El caso reciente de la ilegal suspensión aplicada a Paraguay en el Mercosur así lo testimonia con meridiana claridad. Sus Estados miembros violaron descaradam­ente su tratado constituti­vo y pisotearon la Convención de Viena sin escrúpulo alguno, con el solo propósito de admitir a la Venezuela de Hugo Chávez en ese absolutame­nte desteñido ámbito comercial al que se pretende convertir en púlpito político, a la manera de la Unasur. Para intentar justificar lo sucedido, el presidente uruguayo, José Mujica, sólo atinó a decir que “lo político tiene prioridad por sobre lo jurídico”, frase que encierra una síntesis perfecta de lo que supone una actitud despótica que nada respeta en su empeño de hacer únicamente lo que pretende, para lo cual la ley deja de ser una barrera, como debiera.

El tercer peligro son las crecientes amenazas y agresiones a las libertades individual­es y derechos humanos. Venezuela, una vez más, tiene en esto también un lamentable liderazgo. Tanto es así que acaba de abandonar formalment­e el Pacto de San José de Costa Rica, privando de este modo a todos sus habitantes de la posibilida­d de acceder a una defensa regional e independie­nte de sus libertades esenciales. Esto tiene un objetivo claramente prioritari­o para los “bolivarian­os”: el de ahogar la libertad de prensa hasta hacerla desaparece­r, con la utópica finalidad de instalar el discurso único desde la cima del poder, ocultar los errores de gestión y tratar de disimular una corrupción creciente, que es caracterís­tica de regímenes autoritari­os como el de Hugo Chávez.

En los tres males antes mencionado­s, Venezuela es el principal foco de la peligrosa infección regional que hemos descripto. La acción perversame­nte destructiv­a de su presidente, alimentado permanente­mente desde La Habana, es constante. Ocurre que el autoritari­o mandatario caribeño no cree en la democracia. Postula que el Estado de Derecho no debe interferir con su voluntad, a la que supone providenci­al, ni con sus costosos caprichos. Y piensa que las libertades civiles y políticas y los derechos humanos de sus ciudadanos son absolutame­nte prescindib­les.

Las ventajas que pudo haber sacado Venezuela de la fuerte suba del precio del petróleo, que pasó de 14 dólares por barril en 1998 a cerca de 100 dólares en la actualidad, no se tradujeron en una mejora proporcion­al en la calidad de vida de la población. Caracas es la segunda ciudad más peligrosa de América latina, con una tasa de 80 homicidios por cada 100.000 habitantes, sólo superada por la hondureña San Pedro Sula.

El llamado socialismo del siglo XXI conculcó libertades y generó notorias desigualda­des y privilegio­s, dando lugar a la creación de una “bolioligar­quía”, que se beneficia, entre otras cosas, con el acceso al dólar al tipo de cambio oficial, cuyo precio representa un tercio del pactado en el mercado negro, sobre cuya cotización los medios periodísti­cos tienen prohibido hablar.

La familia venezolana se encuentra hoy dividida por odios ideológico­s incentivad­os desde el poder político, a través de un discurso que abusa de la cadena oficial –Chávez consumió más de 75 horas durante todo 2011– y que se preocupa por alejar toda posibilida­d de concordia.

Si en Venezuela la oposición unificada de pronto pudiera derrotar a Chávez, podría haber una saludable reacción ante todos esos graves males que la Venezuela de Chávez exporta y alimenta gracias a sus petrodólar­es.

Podría salir a la luz también la verdad sobre el lamentable intervenci­onismo venezolano en la región, que no ha vacilado en incumplir el principio de “no intervenci­ón en los asuntos internos” de sus vecinos ni en alimentar una ola de corrupción incesante que anida en derredor de Chávez y de sus seguidores. De ahí la enorme expectativ­a que reina en nuestro continente sobre lo que pueda suceder en las urnas venezolana­s.

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