Fútbol, papelones, vergüenza
Un macabro acto de barrabravas de Quilmes y el apagón que frustró el clásico Argentina-brasil dieron cuenta de un cóctel de violencia y desorganización
En el breve lapso de 72 horas, el fútbol de la Argentina fue noticia en el mundo y no precisamente porque Pelé terminó por admitir públicamente que Messi es el mejor de todos. A comienzos de semana, el rostro normalmente tétrico del fútbol argentino se tornó macabro cuando un sector de la hinchada de Quilmes ingresó en el estadio del club, escenario entonces de un partido de reserva ante Unión, portando un féretro en el que estaba el cadáver del hijo de uno de los jefes de la barra brava, que había muerto mientras escapaba de la policía en una moto, presuntamente tras haber delinquido. Futbolistas que disputaban el partido dijeron haber presenciado que los barrabravas efectuaron tiros al aire con armas de fuego.
El miércoles, el Fútbol para Todos que se maneja desde la Casa Rosada a un altísimo costo que paga la ciudadanía entera sumió al país en otro papelón de proporciones cuando el clásico entre la Argentina y Brasil debió suspenderse por fallas en el sistema lumínico del estadio de Resistencia, Chaco.
Ambas situaciones, generosamente citadas y comentadas por sectores de la prensa internacional, tienen un condimento político tan fuerte que, prácticamente, lo deportivo pasa a un lejano segundo plano.
Porque, como se recordará, Quilmes es el club que preside el senador nacional y ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández, una de las bocas más filosas y entrenadas en eso tan propio del cristinismo de descargar en otros los errores propios con tal de sostener el relato oficial.
Que un grupo de hinchas ingrese en el estadio con un muerto y presuntamente armados habla de un descontrol y una impunidad que ya no sorprende; que semejante acción haya sido autorizada o al menos no impedida por los responsables del club, habla de un hecho aún más grave por la sencilla razón de que las autoridades o son cómplices de los violentos o están manejadas por ellos.
Las declaraciones de Horacio Humoller, técnico de la reserva de Unión, referidas a que personal de seguridad les había avisado con antelación sobre el macabro suceso que finalmente ocurrió, indican que los responsables del club no pueden hacerse los distraídos y que deben cuando menos una explicación seria.
Poco después, en Resistencia, ocurrió el apagón, que le impidió al gobernador Jorge Capitanich cosechar réditos políticos.
La cruel política del pan y circo que el gobierno nacional y sus satélites practican a través del Fútbol para Todos esta vez salió mal y no sólo para Capitanich, sino también para la propia Cristina Fernández de Kirchner, habida cuenta de que ella utiliza al fútbol como uno de sus vehículos principales de propaganda política.
Con sus distintos niveles de gravedad, Quilmes y Resistencia mostraron caras de la Argentina que están allí, a flor de piel, aunque el Poder Ejecutivo las niegue y las ignore en sus relatos.
Lo más grave será, sin embargo, que el Gobierno siga afirmando que todos sus males son obras de conspiradores destituyentes.