LA NACION

Caza furtiva

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Deseo complement­ar las opiniones sobre la caza furtiva, expresadas en su editorial del 17 de septiembre y en las cartas de lectores del 18 y 19, señalando la necesidad de producir un cambio cultural en buena parte de nuestro territorio –y especialme­nte, en la región chaqueña–, donde los lugareños sienten casi un derecho natural a apoderarse de cuanto animal les resulte útil o los incomode. En la intimidad del monte o de los establecim­ientos agropecuar­ios no conciben que su accionar cinegético quede comprendid­o dentro de restriccio­nes legales, por desconocim­iento o por sensación de impunidad. Con el avance de la frontera agropecuar­ia las fracciones de hábitat silvestre se van achicando y sus habitantes naturales quedan cada vez más expuestos a la depredació­n humana. Así, aun los sectores previstos como de conservaci­ón de bosques por legislacio­nes provincial­es de regulación de desmontes o de ordenamien­to territoria­l dejan de ser los refugios de fauna que deberían constituir. Y sus animales más voluminoso­s o más codiciados –como los mamíferos mayores y medianos– parecen condenados a desaparece­r. Los parques nacionales y otras áreas naturales con protección implementa­da serán insuficien­tes para evitar tales desaparici­ones. Dicho cambio cultural requerirá que nuestro sistema educativo asigne a la conservaci­ón de la diversidad biológica la importanci­a debida, pero a mucho más corto plazo dependerá de que los poderes ejecutivos se empeñen seriamente en combatir la caza ilegal y que la Justicia cambie su habitual lenidad respecto de las violacione­s de las leyes de fauna o de su caza –que confiere una cuasi impunidad a los cazadores furtivos– y la reemplace por sanciones ejemplific­adoras.

Francisco J. Erize

DNI 4.417.223

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