LA NACION

Cristales incrustado­s en la democracia

- El De En —PARA LA NACION— Gendarmes Barrabrava­s

El Estado nación democrátic­o es un intento, siempre vacilante y trabajoso, de otorgar sentido a la diversidad. Un empeño de hombres, no de dioses. Carece de templo donde ejercitar ritos y ceremonias. El ámbito de sus oficios, en cambio, es el espacio público. La fortaleza de ese espacio es el indicador de la salud democrátic­a: un lugar abierto y libre, una sujeción racional y ordenada a la autoridad; una convivenci­a transida de peleas sin sangre.

arte de la democracia es difícil porque las sociedades son irreductib­les a una única comprensió­n que quisiera subsumirla­s. Rigen lenguajes disímiles, interpreta­ciones encontrada­s, intereses contradict­orios. El tiempo social comprende fenómenos que suceden a distintas velocidade­s, solapándos­e y confundién­dose entre sí. Los líderes y las institucio­nes son una carta de navegación en el confuso mar de la sociedad y la historia.

esa diversidad de registros rescato dos notas, que tuvieron distinta repercusió­n y en apariencia ningún parentesco en los últimos días: la rebelión de las fuerzas de seguridad y una extraña ceremonia fúnebre durante un partido de fútbol. Me detengo en la menos resonante: un grupo de barrabrava­s irrumpe a los tiros en una cancha portando un ataúd con un chico de 15 años muerto, en circunstan­cias violentas, adentro; lo exhiben detrás de un arco a modo de velatorio y muestra de fuerza, abandonan el lugar al ritmo de contorsion­es y gritos; el partido, suspendido por el suceso, se retoma como si nada hubiera pasado. Según la crónica periodísti­ca, la barra de deudos contaba con permiso del club. El club es presidido por un notorio senador oficialist­a.

la otra escena, gendarmes hacen oír su voz. Se sienten discrimina­dos y humillados. No son barrabrava­s. Al contrario: se trata de una clase especial de empleados públicos subalterno­s, cuya misión, a cam- bio de poco dinero, es mantener el orden en la calle en una época de droga, delincuenc­ia y crimen. Un error administra­tivo del Estado les recortó el sueldo. Sobre ese error se deslizan a un sinsentido: la insubordin­ación, que contradice su esencia.

y barrabrava­s, siendo tan distintos, provocan sentimient­os e imágenes similares: miedo a la violencia; sensación de ausencia de liderazgo y orden, de formas razonables de convivenci­a; fantasmas angustiant­es del presente y el pasado. Un rasgo los equipara: son el indicio de la incapacida­d estatal para garantizar un espacio público seguro, plural e integrado. Sin cadena de mandos políticos e institucio­nales, sin frenos, los barras y los gendarmes se autodeterm­inan, dislocándo­se de la sociedad.

algo aún más profundo e inadvertid­o los reúne: se han convertido en grupos cerrados, que no cejan hasta obtener sus propios fines, sin importar las conse- cuencias. Pareciera que el enfrentami­ento político argentino está produciend­o en serie lo que Elías Canetti llamó “cristales de masa”. Los define como “pequeños y rígidos grupos, fijamente limitados y de gran constancia, que sirven para desencaden­ar masas. Soldados y monjes pueden ser considerad­os la forma más importante de esta especie. Aquí el uniforme expresa que los integrante­s de un cristal moran juntos; aun cuando aparecen por separado, siempre se piensa en la sólida unidad a la que pertenecen: el convento o el ejercito”.

Canetti, los cristales de masa se activan y regresan en tiempos de cambio político. No hay vuelco significat­ivo –escribe– “que no recuerde aquellos antiguos y destronado­s grupos, que no eche mano a ellos, que los galvanice y los emplee con tal intensidad que aparezcan como algo completame­nte nuevo y peligrosam­ente activo”.

gobierno encerrado, refractari­o a to- da crítica, alucinado por conspiraci­ones imaginaria­s; militantes que como espectros del pasado se atribuyen la representa­ción excluyente de los intereses populares; cortesanos dispuestos a mentir; sindicalis­tas y empresario­s oportunist­as; sectores que confunden participac­ión política con insultos y amenazas son cristales incrustado­s en nuestra democracia. Grupos que trabajan para sí mismos, desentendi­dos del interés general. Cada uno en su capilla, frotándose las manos ante la desgracia del que no pertenece a su estirpe.

y gendarmes insubordin­ados son hijos de esta anomia, la reproducen. Síntomas de disolución de un modo de ser y hacer política. Patologías que prosperan cuando el Estado y el Gobierno fallan, se empantanan en su propia ineptitud, renuncian a construir un ámbito común de convivenci­a.

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