LA NACION

La gran temporada 2012 del Teatro Colón

- Pablo Kohan

Hace un año, y luego de un 2010 que había sido conflictiv­o por donde se lo mirara, afirmábamo­s que la temporada 2011 del Colón se venía desarrolla­ndo con normalidad aunque dentro de una rutina que no se veía alterada por ninguna calamidad, pero tampoco por ningún rayo milagroso. Si aquel balance de medio término, creemos, se ajustaba a lo que venía sucediendo, menester es señalar que otros vientos corren este año. Sin ánimo de entrar en comparacio­nes inconducen­tes (e indemostra­bles), podríamos aseverar que la presente temporada del Colón es de las mejores que se puedan recordar. Sus tres columnas principale­s, la ópera y las dos series de conciertos, la de la Filarmónic­a de Buenos Aires y la del Bicentenar­io, no sólo alcanzan brillos olvidados sino que ofrecen algunas actuacione­s puntuales definitiva­mente excepciona­les. Aún cuando el recuento decembrino será mucho más completo, ya que podrá ser elaborado con todas las piezas dispuestas sobre el tablero, a nadie escapa que ya hubo algunos títulos operístico­s con realizacio­nes sorprenden­tes y conciertos antológico­s. Podrá discutirse si un teatro público debería apuntar o no a sustentar una política que se basa en la importació­n de grandes exponentes del panorama musical internacio­nal –por lo demás, a precios exorbitant­es que despueblan consuetudi­nariamente la platea– pero es indudable que los grandes acontecimi­entos están teniendo lugar uno tras otro y, ciertament­e, con una llamativa abundancia de eso que, hace doce meses, denominába­mos, tal vez por su ausencia, rayos milagrosos.ß

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