Los cazadores que disparan, comen y se animan a contarlo
Una nueva generación sale tras las presas con el rifle al hombro, sin remordimientos y hasta con planteos éticos contra la industria cárnica
NUEVA YORK.– ¿Quién es el cazador más famoso de Estados Unidos? Para los mayores de 30, los primeros nombres que vienen a la cabeza probablemente sean los de Sarah Palin o Dick Cheney. Para los menores de 30, la respuesta es más sencilla: el cazador más famoso de Estados Unidos es Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook. En mayo de 2011, Zuckerberg hizo la promesa de comer, durante un año, sólo carne cazada o sacrificada por él mismo. Tramitó un permiso de caza y mató un bisonte. “Mi objetivo personal es mostrar agradecimiento por la comida que tengo que comer”, explicó.
Si hacemos caso a cuatro libros de reciente aparición, Zuckerberg es la encarnación absoluta de una nueva raza de cazadores estadounidenses que se aleja del estereotipo del macho que anda en pick-up. Se trata de autobiografías escritas por jóvenes que han decidido cargar sus rifles y sus armas por complejas razones, incluida la superioridad culinaria.
Nada fascinará más a nuestros invitados a cenar, ya hastiados de todo, que un pernil de alce a las brasas que hayamos “cosechado” y “aliñado” –eufemismos de caza que quieren decir matar, desollar y eviscerar– poco antes de llevarlo a la mesa.
La novedad, contrariamente a lo que pueda suponerse, es que los autores de estos libros, según afirman, se han dado a la caza por razones mayormente éticas: han leído a los autores que describen a fondo los horrores de la producción industrial de carne. Ya no quieren que un asesino anónimo sea el intermediario entre ellos y su cena. Quieren mirar a su dosis de proteína fijamente a los ojos, y así llevar el locavorismo a una nueva dimensión, que incluya el derramamiento de sangre.
Tal como lo expresa Tovar Cerulli en su nuevo libro The Mindful Carnivore: A Vegetarian’s Hunt for Sustenance ( El carnívoro consciente: Un vegetariano a la caza de su sustento), ellos aspiran a “comer con los ojos bien abiertos”. Según el libro, durante la próxima temporada de caza, los bosques serán un hormiguero de mohicanos con ropa de J. Crew y una iPad en la mano. Mejor prepararse para hacer cuerpo a tierra.
Uno de los ejemplares típicos es Lily Raff McCaulou, autora de Call of the Mild: Learning to Hunt My Own Dinner ( El llamado de lo manso: aprenda a cazar su propia cena).
Allí cuenta que a los 25 años vivía en Nueva York, donde trabajaba como asistente personal de un director de cine, hasta que se cansó de la vida urbana y se mudó a Oregon.
McCaulou nunca antes había cazado. Según cuenta, una vez instalada en Oregon, sintió la necesidad de conectarse más con su entorno y su alimentación, se compró una escopeta marca Benelli Nova, en su tamaño juvenil, por 419 dólares. Tras tomar un curso de caza segura, empezó a cazar piezas cada vez más grandes.
Sus amigos y sus “hippies y demócratas padres” estaban estupefactos: “¿No te habrás hecho republicana?”, le preguntaron. Para ella, fue como “una versión bizarra de salir del placar”. El grueso del libro de McCaulou combina historias de cacería con llamados a reflexionar sobre el origen de lo que llevamos al plato y agradecimientos por la generosidad de la naturaleza. Después de matar un alce, McCaulou se inclina sobre el animal, y dice: “Gracias. Perdón”.
Las mujeres son el único grupo demográfico de cazadores en aumento, señala McCaulou, quien asegura que matar la fuente proteica que cada mujer va a consumir es “la frontera final del feminismo”. Es una idea que la escritora gastronómica Georgia Pellegrini también recoge en su libro Girl-Hunter: Revolutionizing the Way We Eat, One Hunt at a Time ( La cazadora: Revolucionar el modo en que comemos, de un tiro por vez). La infancia de Pellegrini fue aún más privilegiada que la de McCaulou. Fue compañera de clase de Ivanka Trump en una preparatoria de Manhattan y analista de Lehman Brothers antes del colapso.
Su libro tiene algo de encuentro ficticio entre Carrie Bradshaw –protagonista de Sex & the City– y Annie Oakley –pareja escénica de Buffalo Bill–, y tal vez su título debería ser Sol
teras de armas tomar. McCaulou compró su primera arma y voló por todos los Estados Unidos y hasta Inglaterra para andar a los tiros; por lo general, en compañía de hombres, y muchas veces tras una velada de whisky añejo y buenos cigarros: hace turismo gastronómico de carnes exóticas.
Pellegrini presta atención a la cuestión de clase, señalando que cazar es muy costoso y que la mayor parte de las mejores tierras de caza sólo son accesibles para los ricos. También es muy incisiva al referirse al sexismo que cunde en el ambiente de la caza. Pellegrini está dispuesta a pagar “el precio kármico total” de lo que come. “Un pato desplumado por uno mismo tiene mucho mejor sabor”, asegura la autora, un comentario que pocos carnívoros refutarían.
La más sensiblera de estas crónicas es Mindful Carnivore ( El carnívo
ro consciente), de Cerulli, que comienza con un retiro espiritual budista. Cerulli vive en Vermont, fue vegano durante muchos años y pensaba que como herbívoro había encontrado “la alta vía moral, el verdadero camino hacia una relación armónica e inofensiva con el resto de las criaturas”. Pero luego descubre que la agricultura industrial no es inofensiva y que simplemente no puede negar sus propios instintos salvajes. Cuando su médico le informó que necesitaba comer más proteínas, Cerulli no dudo en cargar el rifle.
Un contrapunto a estas memorias es el libro del joven escritor Steven Rinella, Meat Eater: Adventures From the Life of an American Hunter ( Carnívoro: Aventuras de la vida de un cazador norteamericano). Rinella creció cazando, y su libro no logrará la conversión de ningún vegano. Contiene largas descripciones de su viril estilo de vida, por ejemplo, del hedor a sangre fresca que inunda su casa cuando prepara el charqui. Pero Rinella llega a las mismas conclusiones que los otros tres autores, y es muy persuasivo acerca de las ventajas de cazar: “La aventura, la comunión con la naturaleza, la actividad física, el amor por el proceso de aprendizaje de una nueva habilidad y el deseo de conectarse íntimamente con lo que uno come”.
¿Tiene futuro la cacería sensible y ética que describen estos libros? El año de matanza que se propuso Zuckerberg como objetivo personal terminó en mayo pasado. Sumeta para 2012, según dijo, es pasar más tiempo creando nuevos programas.ß
Traducción de Jaime Arrambide