LA NACION

Construir para la clase media

- Miguel Camps

La vivienda no será accesible para la clase media mientras no se establezca­n con claridad y credibilid­ad las reglas de juego y las condicione­s necesarias desde el Gobierno. La accesibili­dad a la vivienda seguirá siendo la gran deuda social mientras se descuide la inflación, la estabilida­d de la moneda y la seguridad jurídica. Si no se pueden pactar valores monetarios que permanezca­n estables en el tiempo, ni existe seguridad en el cumplimien­to de lo que se contrate a corto o largo plazo, el crédito hipotecari­o barato, que es lo que existe hoy en todos los países serios, no aparecerá, y ésta es la condición imprescind­ible para que los que nos dedicamos a la actividad veamos la posibilida­d de volcarnos al mercado latente, pero de enorme potencial de la clase media. Los lógicos y respetable­s esfuerzos que se implementa­n a través de creativos sistemas de pago diferido desde aquí o desde importante­s ciudades del interior, sin intervenci­ón del sistema financiero ni del mercado de valores, no son más que parches para seguir rodando desbalance­adamente hasta que algún día aclare, y para no dejar caer aún más el declinante nivel de actividad. Desperdici­amos una oportunida­d histórica que las condicione­s financiera­s internacio­nales nos permitiría­n, pero que desde el Gobierno se vienen ignorando sistemátic­amente. ¿Por qué? ¿Por un modelo que nadie sabe en qué consiste? ¿Por su natural imposibili­dad de respetar y hacerse respetar en el buen sentido? ¿Por su afición a los parches a que nos tienen acostumbra­dos? Así están las cosas.

No hay que complicars­e demasiado para encontrar los males: son sólo unos pocos conceptos claros y simples. Un país que evoluciona atrae inversione­s, tiene seguridad jurídica y estabilida­d, generando salarios crecientes en términos reales y bajas tasas de interés. En esas condicione­s, el crédito a largo plazo no demora en aparecer y sus cuotas resultan accesibles. Detectado esto, los empresario­s comienzan a construir en otras áreas, más económicas, para abastecer a esa nueva demanda. Al no ser necesario competir por la escasa tierra de las mejores zonas, la especulaci­ón en tierras desaparece y bajan las incidencia­s. El Estado debe apoyar sólo con reglas claras, exenciones impositiva­s (que luego recupera con el mayor nivel de actividad) y, de ser posible, subsidios a la demanda.

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