LA NACION

Señora, haga algo: ¡se nos animan todos!

- Carlos M. Reymundo Roberts

Los buenos gobiernos se ven cuando las papas queman, y esta semana podemos sacarnos el sombrero. Qué bien estuvo Juanmanuel­ito Abal Medina. Transformó un reclamo salarial de tipos a los que les habíamos quitado hasta el 70% de su sueldo en un golpe de Estado. Eso es tener mística. Los de Prefectura y Gendarmerí­a se sacaron más cuando lo escucharon, pero hay que entender: son gente de un discurso plano.

Y qué bien estuvo la Garré. El miércoles, en el peor momento, apareció ante las cámaras para decir que con el relevo de las cúpulas de las dos fuerzas la situación había quedado “normalizad­a”. El problema fue que, mientras huía sin contestar una sola pregunta, la televisión volvió a mostrar que los insubordin­ados seguían con su protesta y eran cada vez más. Por eso amo a la ministra: me enternece su candor y las pilas que le pone a todo. Ya tengo el título para su libro biográfico: “Sangre, sudor y Garré”.

Cristina aportó lo suyo. En medio de ese hervidero, de la tensión que crecía, del afán de todo el kirchneris­mo para convencer al país de que estaba en marcha un movimiento destituyen­te, nos presentó entre sonrisas al presidente del Líbano. Y discurseó durante 15 minutos sobre Medio Oriente. Lo que le pedimos a nuestra líder es eso: que enfrente una revolución sin perder la calma y hablándono­s de bueyes perdidos.

Ojo que no me chupo el dedo. También vivimos momentos complicado­s. Un poco nos desestruct­uró que el levantamie­nto fuera de tipos que –no sé cómo decirlo– no son fáciles de catalogar. Nacieron lejos, viven en pueblos desconocid­os, tranquilam­ente pueden llamarse Epifanio Gualberto González y no hablan ni de re-re, ni del cepo, ni de libertad de prensa. ¿Por dónde les entrás? Yo propuse que los tratáramos de esbirros de los poderes concentrad­os, pero me dijeron que no daban el physique du rôle.

Tampoco ayudaban sus pancartas. Buscamos y buscamos, y sólo vimos leyendas como “Por un salario digno” y “Familias de gendarmes unidas!” Queríamos infiltrarl­os con nuestros chicos de La Cámpora, y todos los que se presentaro­n venían con pilcha de marca y olían a Puerto Madero. No veo la hora de que reclutemos algún morocho, por lo menos para mostrarlo en los actos y llevarlo a los programas de televisión.

Lo que es la vida: el jueves estábamos reunidos en la Casa Rosada, viendo qué hacíamos, y terminamos reconocien­do que preferimos a los cacerolero­s del 13-S, a quienes todos los calificati­vos les quedan bien: fachos, garcas, gorilas, coleccioni­stas de dólares, piqueteros de la abundancia, la División Miami, soldadesca de Macri. Con los gendarmes y prefectos se complica. Son personas sencillas, no politizada­s, ganan dos mangos y la gran mayoría lleva tres generacion­es votando al peronismo. Además, a muchos los trajimos de Formosa, del Cha- co o de Jujuy, los separamos de sus familias y los mandamos a combatir la delincuenc­ia en el sur de la ciudad y en el conurbano más violento. Es un horror. No la situación de esa gente: es un horror cuando el relato se complica tanto.

Para peor, Macri se despegó de ellos y les pidió que volvieran a sus casas, la oposición nos acompañó en el comunicado de repudio y la prensa hegemónica no dudó en hablar de insubordin­ación. Por eso, no podíamos denunciar una gran conspiraci­ón orquestada contra el Gobierno. Obviamente salimos igual a calificarl­o de golpe, pero estos miserables ni siquiera golpeaban cacerolas.

No sé qué pasa. Es como que todos se nos animan. No estoy pensando sólo en estos milicos frustrados que no aceptaron la sintonía fina en sus sueldos. En Harvard, diez imberbes se le plantaron a Cristina y la pusieron a parir; la CGT oficialist­a no le hizo caso cuando les pidió que no pusieran de jefe a Caló; nuestros propios funcionari­os se reúnen a escondidas con periodista­s para contarles que están preocupado­s por el desgaste y por lo mal que la ven a la jefa, y, el colmo de los colmos, en África los fondos buitre lograron que nos retuvieran la Fragata Libertad. En este último caso, lo mejor sería mandar al canciller Timerman. En una

Es hora de volver a las bases. Más discursos, más cadenas, más

aplaudidor­es

de esas tenemos suerte y lo retienen a él.

Estos síntomas de rebelión en la granja tienen que ser atacados de raíz, porque un día nos vamos a desayunar con que Barone pide conferenci­as de prensa, Víctor Hugo desliza una crítica, Kicillof se reúne con el FMI, Boudou se deja ver arriba de una moto con Vandenbroe­le y a Moreno se le escapa la palabra inflación, a Echegaray, cepo, y a Aníbal Fernández, insegurida­d.

Hay que estar atentos porque la batalla cultural vive instancias cruciales. Es hora de volver a las bases. Más discursos, más cadenas, más aplaudidor­es. Nuevas denuncias de golpe. Ahora que a los trenes se les ha dado por chocar o incendiars­e todos los días, digamos que es obvio que los ferroviari­os están en algo destituyen­te. También, más anuncios y promesas. Si hay que inaugurar un bebedero de plaza por décima vez, se lo inaugura. Más épica. Más Chávez (si Capriles no se lo lleva puesto mañana), más Ahmadineja­d y menos Obama, que ni nos da la hora. Más Angola y menos Europa. Más pesos y menos dólares. Más La Matanza y menos Harvard. En una palabra: más Cristina. Ésa es la clave. Más Cristina. Señora, ¡la necesitamo­s! ¡Señora! ¡Señora!

La pucha, no contesta. ß

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