LA NACION

Una relación comercial profunda y poco transparen­te

Gracias a su cercanía con el gobierno de los Kirchner y a sus recursos energético­s, Chávez multiplicó los negocios de Venezuela con el país; el vínculo bilateral, sin embargo, no estuvo exento de operacione­s turbias y escándalos

- Diego Cabot

En febrero de 2005, Hugo Chávez llegó al puerto de Buenos Aires y entró al buque Zebú Express. La cubierta estaba tapizada con enormes fardos de alfalfa. Frente al presidente venezolano, y por una manga especialme­nte acondicion­ada, subieron 300 vacas preñadas de la raza lechera Holando Argentina. Las esperaba una travesía de 20 días. Hacía 30 años que la Argentina no exportaba ganado en pie y el país de Chávez se convertía en una enorme oportunida­d.

Chávez y el entonces presidente argentino, Néstor Kirchner, apostaban a una relación comercial profunda basada en su cercanía. “Venezuela es un país energético y la Argentina es agroindust­rial. El intercambi­o es natural”, se entusiasmó el comandante al bajar del barco.

Pasaron los años desde aquella ma- ñana en el puerto. La Argentina, efectivame­nte, eligió a Venezuela como uno de los principale­s proveedore­s de combustibl­es no bien el país perdió el autoabaste­cimiento y se convirtió en importador.

Desde Venezuela llegaron muchos pedidos a empresas nacionales y las exportacio­nes de productos argentinos pasaron de 130 millones de dólares en 2003 a 1860 millones en 2011, según datos de la consultora DNI. Sin embargo, el intercambi­o comercial jamás se deshizo de un halo de discrecion­alidad y de poca transparen­cia que siempre envolvió a los negocios entre ambos países.

Los negocios se hicieron siempre de la mano de las compras de combustibl­es que la Argentina necesitaba para paliar la crisis energética. Chávez se comprometi­ó a utilizar lo que pagaba el gobierno de Kirchner en productos argentinos. El dinero se depositaba en un fideicomis­o y quien vendiera a Venezuela tenía que golpear las puertas del funcionari­o a cargo de la gestión para poder cobrar sus facturas. La relación jamás pasó por la ventanilla de la Cancillerí­a, sino por despachos menos convencion­ales, como el del ex titular del Occovi Claudio Uberti o, en el último tiempo, por oficinas cercanas al ministro Julio De Vido, como la de su secretario, José María Olazagasti.

Más allá de las particular­idades de la relación, entre los principale­s productos de exportació­n a Venezuela figuran el aceite de soja, la leche en polvo, el maíz, la carne bovina, los autos, los tubos petroleros, las autopartes, los medicament­os y el arroz. Desde ese país, prácticame­nte lo único que llega son derivados del petróleo.

Hubo un condimento más. Mientras la Argentina tenía cerrados los mercados internacio­nales tras el default, el gobierno de Kirchner acudió a la billetera de Chávez para sustentar la expansión del gasto público. Entre 2005 y 2008 hubo colocacion­es de bonos argentinos (unos 5000 millones de dólares) nominados en moneda norteameri­cana, y a una tasa de interés de entre 10 y 12%. La operatoria desencaden­ó un escándalo que involucró a bancos, funcionari­os, intermedia­rios y operadores internacio­nales. El sustento del negocio siempre fue el férreo control de cambios que rige desde 2003 en Venezuela y la diferencia entre la cotización del dólar oficial y el paralelo.

Una vez que se compraba el bono a la Argentina, el Ministerio de Finanzas venezolano contrataba, sin licitación, a bancos internacio­nales para que diseñaran las “notas estructura­das”. Esta operación se hacía gracias a intermedia­rios que les cobraban a los bancos una comisión por su contacto con la administra­ción chavista. Luego, el gobierno vendía esas notas a bancos locales mediante adjudi- caciones directas y sin publicar los montos, al tipo de cambio oficial.

Para materializ­arlo, se depositaba­n los títulos en una cuenta abierta en el exterior y luego se pagaban en el país en moneda local y al cambio oficial. Con los títulos afuera, los negocios que las entidades hacían con la comerciali­zación de los papeles a la cotización del dólar paralelo eran diversos.

Hubo otro mojón más en la relación. En 2006, el gobierno chavista aportó 120 millones de dólares para salvar Sancor. La operación, que sacó del juego a no pocos empresario­s que miraban con interés a la empresa láctea, se hizo a cambio de un pago en leche en polvo y tecnología.

Más allá de los variados negocios, siempre hubo un común denominado­r: para entrar al selecto grupo de favorecido­s por comercio entre los dos países hay que estar cerca del poder. Sea venezolano o argentino, pero cerca del poder.

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