LA NACION

la violencia no tiene quien la custodie

- Claudio Cerviño LA NACION ccervino@lanacion.com.ar

¿Cuántas veces vio caravanas de ómnibus con hinchas, pasando por la ciudad o por la provincia, escoltados como primeros mandatario­s? Como si los peligrosos, en realidad, fuésemos nosotros, los que miramos azorados desde la vereda una escena emanada de una obra delirante. Una pintura de la Argentina de estos tiempos, nublada por la violencia; eslabón final de una cadena que se inicia más allá del ámbito de las tribunas, con nexos políticos, favores, intereses y una exacerbada atracción por el dinero y el poder.

Puede, el fútbol argentino, escalar en los rankings internacio­nales. O no. Es una contingenc­ia. En lo que sí trepa es en la variedad de incongruen­cias. Anteayer lo veíamos a Alex Ferguson festejando en Old Trafford el gol de Manchester United y detrás de él a simpatizan­tes también eufóricos. ¿Imaginar esa escena aquí? Mínimo, por los empellones, el legendario DT se tragaría 4 o 5 chicles por partido...

La violencia en las canchas se prolonga con ribetes increíbles. Como lo que sucedió dos fines de semana seguidos en Santa Fe –sin soslayar que detrás puede haber factores políticos más profundos–, con hinchas visitantes echados a los palos de la tribuna, y la imposibili­dad de que el jugador Turús, al que una policía casi le saca un ojo de un bastonazo, pueda presentar la denuncia porque... fue denunciado antes por los efectivos. El muerto en la feroz interna de Tigre. El otro muerto en La Plata antes de Gimnasia-Chicago, que no terminó por otros incidentes.

El carrusel siguió con los tiros en la ruta sanjuanina entre barras de Huracán y de Morón (ver pág. 5); por la noche, los incidentes en Tucumán en el clásico local. Todos partidos por la Copa Argentina, ese certamen que, por ejemplo, hace jugar, en zona cuyana, a equipos de Capital y del conurbano con otros Olavarría y Córdoba. Ahí van los hinchas sin custodia, dispuestos a que ocurra lo que pasó ayer. Por esas rutas donde, además, hay otros viajantes; que no portan armas, sino algún GPS y el equipo de mate.

Pero segurament­e, el problema de fondo seremos nosotros, usted y yo; los que estamos fuera del circuito, los que no entendemos el negocio ni sabemos de seguridad y de cómo armar operativos cada vez más costosos y menos eficientes. La consecuenc­ia es un desprecio alarmante por la vida.

Vimos, también, a un jugador de Mandiyú (Walter Marín), tratando de perforar un alambrado con un caño, como si fuera una lanza, para agredir a hinchas que lo habían insultado; una reacción que escapa a la razón. Es que si algo viene faltando desde hace tiempo es eso: razón. La violencia desde afuera, la violencia desde adentro. La violencia que se mira casi de costado. Lo que se hace no alcanza. O no sirve. ß

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