LA NACION

Branca, el creyente, t vuelve a su religión

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Eliseo Nicolás Branca llegó a los Pumas cuando apenas salía de su adolescenc­ia. Fue en septiembre de 1976, con 19 años recién cumplidos. Tiempos de Pumas bravos y de muchísima personalid­ad: Arturo Rodríguez Jurado, Alejandro Travaglini, Hugo Porta, José Javier Tito Fernández, el Negro Miguel Iglesias, Adolfo Palomo Etchegaray, entre otros. No cualquiera arribaba al selecciona­do con esa edad. Tampoco con ese físico, porque el chico que jugaba en Curupaytí era un flaco desgarbado. Nadie lo conocía y los más grandes le hicieron pagar el derecho de piso, a la orden de “Pibe, encargate de subir los bolsos”.

Branca había elegido el rugby contra todas las opiniones familiares. Fue su primer síntoma de rebeldía. Y donde encontró lo que él llama “mi religión”. La irrupción en la segunda línea de los Pumas fue acorde con su leyenda, ya que se trató de un partido de leyenda. Aquel del 16 de octubre de 1976, en Cardiff, cuando 15 argentinos estuvieron a segundos de ganarle a, quizás, el mejor equipo de todos los tiempos. Al Gales que dibujaba de la mano de Gareth Edwards. Resultó el primer test de los Pumas televisado en directo desde el exterior. Y Nicanor González del Solar lo rebautizó como “el joven Branca”.

Pero ese joven flaco, de frondosas patillas, ya era Chapaleo, por otro emblema del rugby, Chapaleo Rival, quien también se llamaba Eliseo. Aunque Branca siempre fue Chapa. Después de aquel test en Cardiff y de la serie de ese mismo año ante los All Blacks, en Ferro, y con toda una carrera en el rugby por delante, se unió al grupo de los Cimarrones, los que decidieron no jugar en apoyo a su capitán, Arturo Rodríguez Jurado, marginado por la UAR. Como todos ellos, estuvo un largo tiempo suspendido.

El Chapa recién pudo volver a los Pumas en 1980, contra Fiji, también en Ferro. Pero en el medio, al no sentirse respaldado por su club de origen, dejó Curupaytí y emigró al CASI, donde fue multicampe­ón como jugador. Y como entrenador logró el título en aquella histórica final de 2005 ganada nada menos que al SIC.

Su foja de servicios en los Pumas es extraordin­aria. Jugó 39 tests y les ganó a casi todos: Australia, Sudáfrica, Inglaterra, Francia y también estuvo la tarde del empate con los neozelande­ses. Exprimió su cuerpo hasta límites insospecha­dos para un mortal.

Ahora, el Chapa Branca está ante otro capítulo de su “religión”. Fue llamado para entrenar a Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó (GEI), un club que juega en el Grupo III de la Unión de Rugby de Buenos Aires. “Me han dado todo. Aunque no sea mi casa, me hacen sentir como en ella. Pero les fui clarito desde el principio. Les dije, ‘ muchachos, esto es a todo o nada”, me cuenta el Chapa. Y agrega: “Del CASI, que es mi casa, me fui mal (entrenó hasta el año pasado la M19). Pareciese que hice mal en salir campeón”.

Su presencia sacudió al oeste del Gran Buenos Aires. A las prácticas de GEI no sólo va todo el club, sino gente de afuera, que lo quiere ver de cerca. “Quiero que GEI sea el mejor club del Oeste”, me acota Branca, para quien el juego del rugby “es algo muy simple: hay que conseguir la pelota, ir para adelante y tacklear”. ß

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