París en plena semana de la moda
Cuando la Ciudad Luz se convierte en la capital modelo, los subtes y los cafés se llenan de personajes variopintos que crean una atmósfera única y especial. Una mirada de ese clima que se repite justo cada seis meses
Mediodía en el café Charlot del barrio Le Marais. Una chica se levanta de la mesa y se acerca a saludar a unos amigos. Es alta, rubia, flaca. E intencionalmente despeinada. Habla en inglés. Cuenta algo sobre Nueva York. Al lado, sentado en la barra, un señor toma un café y lee diarios franceses. La escena mundana y el diálogo en inglés parecen irritarlo, como si invadieran su cotidiano. Los mozos hacen ruido con las tazas y bandejas. De fondo se escucha el grito
un croissant y un café crème. El señor está acostumbrado al alboroto típico de ese lugar. No es eso lo que interrumpe sus costumbres del mediodía. La chica es la bisnieta de Ernest Hemingway. Dree es modelo y viajó a París durante la semana de la moda. El señor es un habitué diurno del bar y el universo de sus vecinos parece serle intrascendente. Así es París durante estos días: la Fashion Week revoluciona la ciudad, y ello atañe incluso a quien no se quiere dar por enterado.
Durante poco más de una semana, París se sintoniza con la moda. Los museos y espacios más emblemáticos de esta ciudad se reconvierten en sede de los desfiles: Chanel en el Grand Palais, Louis Vuitton en una carpa en la Cour Carrée del Louvre, Chloé en el jardín de las Tullerías. Cientos de diseñadores desembarcan en la ciudad en busca de inspiración para sus propias creaciones. Las marcas más chicas organizan eventos en sus boutiques para pescar parte de ese público efímero y multiplicar su visibilidad. Los puestos de revistas ponen en primera línea las publicaciones especializadas en moda. Los locales a la calle que hasta ese momento estaban vacíos y los cuartos de hoteles se convierten en showrooms temporarios para que los revendedores y estilistas se acerquen a ver las colecciones. Esos estilistas, junto con los editores de las revistas de moda, se mueven en grupo: los italianos son glamorosos (y ruidosos), los británicos son excéntricos, los estadounidenses son excesivos y los japoneses usan zapatillas flúo. Imposible no cruzarlos. Seis veces al año: durante las semanas de moda masculina y de haute couture (ambas a fines de enero y fines de junio-principios de julio) y, sobre todo, durante las semanas del prêt-à-porter (fines de febrero-principios de marzo y fines de septiembre).
Las modelos también inundan el paisaje parisiense. De día, generalmente en solitario, o de a dos, se pasean por las calles entre una y otra prueba de fotos, con sus books bajo el brazo y un gran vaso de Starbucks en la mano. Vinieron a París para participar en uno o varios desfiles, y aprovechan el viaje para hacerse conocer en las agencias. Cuando alguna aparece al lado, en el subte, será inevitable intentar convencerse durante el resto del trayecto de que la imagen no es todo. De noche se suben a sus tacos y sólo por un instante desdibujan a las parisienses, siempre tan elegantes y modernas a la vez. Los parisienses solteros salen a buscarlas.
Hay desfiles durante todo el día: mientras el parisiense lee su libro en el viaje al trabajo, mientras almuerza con sus colegas y discute sobre el aumento de los impuestos que planea el gobierno francés, mientras se alegra porque paró de llover y no llegará mojado a la casa.
Cada desfile dura en promedio no más de quince minutos, pero el espectáculo comienza antes. Afuera de los shows más importantes, los blogueros se desesperan sacando fotos e intentando descubrir los mejores looks. Esos que después subirán a la blogósfera y serán observados y comentados por millones de internautas. Dejan todo en la cancha. Aquellos parisienses que de casualidad pasan por allí en ese momento generalmente se quedarán unos minutos observando la escena. Incluso, sacando alguna foto.
Cuando ya no es la hora de los desfiles, ese público que vino a trabajar y a redescubrir la allure de las pasarelas parisienses se disemina por la ciudad. Todos tienen gustos (o fuentes de información) similares: el Marché des Enfants Rouges, el bar Le Progrès y los restaurantes Chez Omar o Derrière, en el Marais; el Café de Flore, en Saint Germain, y Le Dauphin, cerca del canal Saint-Martin, son paradas ineludibles de sus itinerarios. Observan a los otros, aprovechan el Wi-Fi para mirar sus mails, tienen reuniones de trabajo. Ocupan grandes mesas, toman taxis, le dan vida por más tiempo de lo habitual a la noche parisiense en días de semana. Y después están las fiestas. Esas a las que todos quieren ir, esas a las que van todos y esa que hará el señor habitué del café Charlot ni bien constate que la semana de la moda por fin terminó.ß