LA NACION

París en plena semana de la moda

Cuando la Ciudad Luz se convierte en la capital modelo, los subtes y los cafés se llenan de personajes variopinto­s que crean una atmósfera única y especial. Una mirada de ese clima que se repite justo cada seis meses

- Nathalie Kantt PARA LA NACION | FOTOS AFP, AP y Reuters

Mediodía en el café Charlot del barrio Le Marais. Una chica se levanta de la mesa y se acerca a saludar a unos amigos. Es alta, rubia, flaca. E intenciona­lmente despeinada. Habla en inglés. Cuenta algo sobre Nueva York. Al lado, sentado en la barra, un señor toma un café y lee diarios franceses. La escena mundana y el diálogo en inglés parecen irritarlo, como si invadieran su cotidiano. Los mozos hacen ruido con las tazas y bandejas. De fondo se escucha el grito

un croissant y un café crème. El señor está acostumbra­do al alboroto típico de ese lugar. No es eso lo que interrumpe sus costumbres del mediodía. La chica es la bisnieta de Ernest Hemingway. Dree es modelo y viajó a París durante la semana de la moda. El señor es un habitué diurno del bar y el universo de sus vecinos parece serle intrascend­ente. Así es París durante estos días: la Fashion Week revolucion­a la ciudad, y ello atañe incluso a quien no se quiere dar por enterado.

Durante poco más de una semana, París se sintoniza con la moda. Los museos y espacios más emblemátic­os de esta ciudad se reconviert­en en sede de los desfiles: Chanel en el Grand Palais, Louis Vuitton en una carpa en la Cour Carrée del Louvre, Chloé en el jardín de las Tullerías. Cientos de diseñadore­s desembarca­n en la ciudad en busca de inspiració­n para sus propias creaciones. Las marcas más chicas organizan eventos en sus boutiques para pescar parte de ese público efímero y multiplica­r su visibilida­d. Los puestos de revistas ponen en primera línea las publicacio­nes especializ­adas en moda. Los locales a la calle que hasta ese momento estaban vacíos y los cuartos de hoteles se convierten en showrooms temporario­s para que los revendedor­es y estilistas se acerquen a ver las coleccione­s. Esos estilistas, junto con los editores de las revistas de moda, se mueven en grupo: los italianos son glamorosos (y ruidosos), los británicos son excéntrico­s, los estadounid­enses son excesivos y los japoneses usan zapatillas flúo. Imposible no cruzarlos. Seis veces al año: durante las semanas de moda masculina y de haute couture (ambas a fines de enero y fines de junio-principios de julio) y, sobre todo, durante las semanas del prêt-à-porter (fines de febrero-principios de marzo y fines de septiembre).

Las modelos también inundan el paisaje parisiense. De día, generalmen­te en solitario, o de a dos, se pasean por las calles entre una y otra prueba de fotos, con sus books bajo el brazo y un gran vaso de Starbucks en la mano. Vinieron a París para participar en uno o varios desfiles, y aprovechan el viaje para hacerse conocer en las agencias. Cuando alguna aparece al lado, en el subte, será inevitable intentar convencers­e durante el resto del trayecto de que la imagen no es todo. De noche se suben a sus tacos y sólo por un instante desdibujan a las parisiense­s, siempre tan elegantes y modernas a la vez. Los parisiense­s solteros salen a buscarlas.

Hay desfiles durante todo el día: mientras el parisiense lee su libro en el viaje al trabajo, mientras almuerza con sus colegas y discute sobre el aumento de los impuestos que planea el gobierno francés, mientras se alegra porque paró de llover y no llegará mojado a la casa.

Cada desfile dura en promedio no más de quince minutos, pero el espectácul­o comienza antes. Afuera de los shows más importante­s, los blogueros se desesperan sacando fotos e intentando descubrir los mejores looks. Esos que después subirán a la blogósfera y serán observados y comentados por millones de internauta­s. Dejan todo en la cancha. Aquellos parisiense­s que de casualidad pasan por allí en ese momento generalmen­te se quedarán unos minutos observando la escena. Incluso, sacando alguna foto.

Cuando ya no es la hora de los desfiles, ese público que vino a trabajar y a redescubri­r la allure de las pasarelas parisiense­s se disemina por la ciudad. Todos tienen gustos (o fuentes de informació­n) similares: el Marché des Enfants Rouges, el bar Le Progrès y los restaurant­es Chez Omar o Derrière, en el Marais; el Café de Flore, en Saint Germain, y Le Dauphin, cerca del canal Saint-Martin, son paradas ineludible­s de sus itinerario­s. Observan a los otros, aprovechan el Wi-Fi para mirar sus mails, tienen reuniones de trabajo. Ocupan grandes mesas, toman taxis, le dan vida por más tiempo de lo habitual a la noche parisiense en días de semana. Y después están las fiestas. Esas a las que todos quieren ir, esas a las que van todos y esa que hará el señor habitué del café Charlot ni bien constate que la semana de la moda por fin terminó.ß

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INVITADAS TOP Los fotógrafos del mundo están listos para ganar la instantáne­a de la chica de moda. Aquí, Natalia Vodianova llega al desfile de Chloé. De fondo, el Café de la Paix
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para una silueta moderna
Emanuel Ungaro. b Juego de planos lisos y estampado, para una silueta moderna
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Maurer. La era de metal continúa en vestidos supermoder­nos
Paco Rabanne por Lydia b Maurer. La era de metal continúa en vestidos supermoder­nos
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Kenzo por Humberto Leon b y Carol Lim. La estampa reina como filosofía de la casa
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comodidad deportiva
Stella McCartney. Oda al gris y b a los tejidos, siempre con una leve comodidad deportiva
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b La cintura en su lugar y la pata ancha, parte de la propuesta
Chloé por Clare Waight. b La cintura en su lugar y la pata ancha, parte de la propuesta
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b Oda al colorado, con stilettos en
botitas boca de pez
Giambattis­ta Valli. b Oda al colorado, con stilettos en botitas boca de pez

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