El relato incomprobable cuestiona lo que se exhibe como verdad
Cozarinsky reivindica su libro como una variedad de la ficción, hecha del roce de texturas diferentes
En el principio estuvo la teoría: un ensayo estricto, “El relato indefendible”, acerca de los tráficos, a la luz de la obra de Henry James, entre chisme y novela. Luego vino la anécdota: el museo del chisme propiamente dicho, de los chismes que Edgardo Cozarinsky leyó, oyó o le contaron y que “cuelga” en su libro como los impredecibles cuadros de una exposición. Quien haya conversado alguna vez con Cozarinsky, o quien simplemente lo haya escuchado hablar, sabe que nadie mejor que él podía vestir de estilo esos relatos para que los contornos de su desnudez resultaran aun más escandalosos –con ese escándalo de lo que debía permancer secreto y alguien saca literalmente a la luz– que la propia desnudez. El chisme es aquí elevado a práctica narrativa.
La primera de las anécdotas que consignó Cozarinsky, el primer cuadro colgado, fue una cena en la que Paul Valéry, irreprimiblemente, se desgració y deparó al rato, como único comentario, la siguiente observación de la dueña de casa: “A veces hasta a un gran poeta le resulta difícil encontrar una rima”. La fuente fue en ese caso José Bianco. A Cozarinsky le llamó entonces la atención algo “a priori incongruente con ese poeta de la inteligencia pura”.
Es posible que sea justamente la incongruencia, la súbita cercanía de dos elementos lejanos, aquello que justifica el atractivo irresistible de estas anécdotas, que demandan luego ser contadas o leídas a terceros.Los chismes recopilados por Cozarinsky están presididos por un aforismo de Karl Kraus: “Considerar que muchas cosas son insignificantes y que todo significa”. ¿Pero cómo se decide o se encuentra esa significación en lo insignificante? “Si lo supiera no escribiría –dice Cozarinsky, terminante y dispuesto en esta ocasión a custodiar un secreto–. Creo que ese ‘todo significa’ se impone por sí mismo, sin que lo busque ni decida dónde está. Para darte un ejemplo cer- cano: Congreso el conventillo de la Nación en es que algo se patético ha convertido en su in- el significancia, como síntoma y de sin la embargo, agonía de significa las instituciones mucho republicanas.” –Parece que el trabajo sobre el chisme se inscribiera tuya, la del testimonio, en una preocupación la del “relato mayor transmitido”, la del “pase del testigo”, ¿es así? –Puede ser. Es una de esas cosas que los demás ven mejor que uno mismo. En mis novelas hay tanto de invención como de documento y me parece que es en el frote de esas texturas diferentes donde surge la chispa que yo llamo ficción. –¿Reivindicarías entonces para
del chisme un estatuto semejante Museo al de tus novelas? ¿Son también estos chismes una variedad de la ficción? –No reivindicaría el mismo estatuto pero sí el carácter de ficción, porque hay elección: qué incluir, qué dejar afuera, y sobre todo, cómo ordenar los elementos del relato. –¿Por qué el protocolo de consignar la fuente? ¿Es un mera garantía de verosimilitud o una variedad del agradecimiento? –Ni una cosa ni la otra para mí. Es un “ayuda memoria” personal. ¿Dónde estuve? ¿A quién se lo oí? ¿Cuándo? –Con el “nuevo” delante en el título, Museo del chisme es una especie, por decirlo
así, de never-ending book, en el sentido de que puede crecer indefinidamente; incluso el texto inicial, “El relato indefendible”, fue ahora modificado. ¿Diste por cerrado el libro o pensás volver sobre él? –No pienso volver pero la verdad es que tampoco pensaba volver antes y cedí a la insistencia de Natalia Meta y Luis Chitarroni, mis editores. –¿Hay finalmente en todo chisme una verdad? –Desde luego. Proust y James son los ejemplos que tomé en mi ensayo, pero se me ocurre que ese atravesar las apariencias que practica el chisme en su ficción, si no conduce a una verdad, al menos instila una duda sobre lo visible, y puede cuestionar lo que se exhibe como verdad.