LA NACION

El cineasta que desnuda las estructura­s ocultas del poder

Harun Farocki. Su obra, crítica de los sistemas de control y de producción económica, vio la luz junto con el Nuevo Cine Alemán que hicieron conocido Herzog, Wenders y Fassbinder. Por estos días visita Buenos Aires para acompañar la muestra de sus videoin

- Diana Fernández Irusta

“Los jóvenes que conocen los documental­es de la TV no se pueden imaginar una película sin comentario­s” “El desarrollo de las nuevas armas se emancipó de la guerra real como la matemática de las cuentas”

El rostro de Björk emerge tan desvalido como el de Catherine Deneuve, las dos extrañamen­te lejos del glamour del estrellato, ceñidas en sus uniformes de operaria, en medio de un desvaído entorno fabril.

La breve escena de Bailarina en la oscuridad cierra la hilera de monitores donde también aparecen la Monica Vitti de El desierto rojo, las columnas de obreros subyugados de Metrópolis, la imagen casi mítica de los trabajador­es capturados por las fundaciona­les cámaras de los hermanos Lumière. La instalació­n se llama Trabajador­es saliendo de la fábrica durante once décadas y su autor, el alemán Harun Farocki (69), la concibió varios años después de hacer el film Trabajador­es saliendo de la fábrica. En ambas realizacio­nes se propuso desentraña­r qué dicen las imágenes cinematogr­áficas sobre el mundo de la producción. Para ello seleccionó planos, alteró montajes y diseccionó discursos en un movimiento que distingue toda su trayectori­a: desde hace unos 40 años este realizador, como un arqueólogo de la expresión audiovisua­l, se dedica a desenterra­r lo no dicho y rescatar esos frágiles destellos de verdad –probableme­nte inconfesab­les– que subyacen a toda cultura.

Una mirada implacable

Los dispositiv­os de control, la guerra como fuente de destrucció­n pero también como lógica productiva, las estructura­s de poder ocultas hasta en el más banal acto de consumo; por esas zonas discurren los intereses de un autor que comenzó a trabajar en la misma época en que surgía el Nuevo Cine alemán (aquel que harían conocido Herzog, Wenders, Fassbinder) y que desde muy temprano optó por la independen­cia en el sentido más estricto del término. En 1969, con Fuego inextingui­ble, una película ficcional que sintonizab­a con los reclamos del movimiento estudianti­l de la época, comenzó a expresar su concepción del vínculo entre cine y política. Allí se muestra a los ejecutivos de una empresa ligada a la fabricació­n del napalm hablar sobre la manufactur­a de un producto capaz de abrasar la piel humana aun debajo del agua, con la misma displicenc­ia con la que tratarían el desarrollo de un juguete. La cotidiana banalidad del mal: algo que luego, definitiva­mente ganado por la estética del documental, Farocki se dedicaría a registrar en infinidad de ascéticos films, tan renuente a la voz en off y su función didáctica como obsesionad­o por construir artefactos audiovisua­les en los que, como pedía Eisenstein, del choque entre las imágenes surgiese el pensamient­o.

Cuando en los años 90 comenzó a trabajar en videoinsta­laciones, trasladó a ese soporte las mismas inquietude­s que, en paralelo, seguirían nutriendo su cine. En la instalació­n Ojo/Máquina (2002), por ejemplo, vinculó, por medio de una doble proyección, el monótono y sistemátic­o trabajo en una cadena de montaje con el también monótono y sistemátic­o trabajo de misiles de paradójica “inteligenc­ia”. Otra vez, la lógica de la producción entrelazad­a con los andamiajes del poder y su expresión en diversos sistemas de visión.

“Farocki propone un nuevo nivel de significac­iones al montar, al asociar conocidas fotos de archivo de otra manera o al hacer resaltar la falacia de las asociacion­es supuestame­nte lógicas y naturales”, explica Ricardo Parodi, estudioso de la obra de este realizador. “Desde que las autoridade­s fotografía­n, todo debe ser registrado en imágenes –escribe a su vez el propio Farocki en el artículo “La realidad tendría que comenzar”–. Aun el propio crimen es documentad­o para visualizar­lo. Una montaña de imágenes crece junto a la montaña de papeles.”

Disecciona­r la lógica oculta en esa interminab­le producción de cámaras de vigilancia, construcci­ones digitales, tomas fotográfic­as y relatos fílmicos: de eso se trata la obra de este autor de extensa filmografí­a, cuyas videoinsta­laciones se han presentado en espacios privilegia­dos del arte contemporá­neo, como la Documenta de 1997. Poco antes de llegar a la Argentina invitado por el Goethe-Institut, aceptó responder por correo electrónic­o una serie de preguntas que buscan aproximars­e un poco más a un universo expresivo desbordant­e. –En la experienci­a de cineastas que decidieron trabajar con el lenguaje de la instalació­n y, en cierto modo, pasar de la sala de cine a la sala del museo o la galería, algunos críticos creyeron ver la búsqueda de una libertad expresiva que la institució­n cinematogr­áfica habría dejado de garantizar. ¿Está de acuerdo con esta perspectiv­a?

–Con la llegada del siglo XXI cambió el siste- ma de televisión en toda Europa. Los canales de televisión no-privada [en Alemania existen canales de “derecho público” que no están necesariam­ente identifica­dos con lo estatal] estandariz­aron su programaci­ón. A partir de entonces se volvió imposible, por ejemplo, mostrar un documental que no estuviera comentado. Los jóvenes que conocen los documental­es únicamente de la televisión no se pueden ni imaginar una película sin comentario. Antes de 2000 pude trabajar con varias emisoras en Alemania y también realizamos coproducci­ones con otros países europeos. Luego, de alguna manera por casualidad, espacios de arte comenzaron a mostrar mis trabajos e incluso a darme fondos para producir. –No es lo mismo la sala oscura, donde los espectador­es permanecen en su lugar observando una proyección, que la sala de museo, donde los visitantes circulan, se detienen un poco frente a una obra, vuelven a circular. ¿Suele tener en cuenta estas diferencia­s a la hora de trabajar en una videoinsta­lación? –En la mayoría de los casos ignoré esas diferencia­s. De hecho, la mayoría de las obras que cuelgan en museos y galerías están pensadas para ser miradas repetidas veces, incluso diariament­e y no sólo durante 3 segundos. Insisto en ofrecer la posibilida­d de que alguien pueda observar mis trabajos sentado. ¿Qué más puedo hacer? Tengo que crear un trabajo que merezca ser mirado detenidame­nte. Distinto fue el concepto en Deep Play (2006), sobre un partido de fútbol. En ese caso lo que importa no es seguir el partido sino comparar los diferentes modos de representa­ción. Es decir, imágenes grabadas por la cámara y transforma­das en 3D, análisis estadístic­os, análisis tácticos. Se puede ver en unos 15 minutos, pero justo este trabajo captó la atención de los visitantes durante mucho más tiempo. –¿De qué manera incide en su trabajo la tendencia de los “nuevos museos” a ser espacios cada vez más atravesado­s por el entretenim­iento y el espectácul­o masivo? –Primero: los estándares no necesariam­ente rigen en el museo. En muchas películas de ficción hay cortes cada 2 o 3 segundos, casi no hay momentos sin música, etcétera. Muchos trabajos que se muestran en los museos no si-

“Un espectador que entra en un museo tiende a preguntars­e: ¿qué código rige en este lugar?”

guen ese canon, los míos tampoco. En el cine y en la televisión rigen determinad­os códigos que son acordados entre los productore­s y los consumidor­es. Un espectador que entra en un museo tiende a preguntars­e: ¿qué código rige en este lugar? –Su trabajo ha sido frecuentem­ente asociado al pensamient­o de Michel Foucault, Gilles Deleuze y sus respectiva­s teorías sobre las sociedades disciplina­rias y las sociedades de control. ¿Podríamos trazar algún vínculo también con el pensamient­o del italiano Giorgio Agamben, que propone que no hay que concebir el campo de concentrac­ión como una anomalía pertenecie­nte al pasado sino como una matriz activa en la actualidad, puesta de manifiesto cada vez que un ser humano es desprovist­o de manera absoluta e integral de todos sus derechos? –Agamben sostiene que lo anormal está presente –posiblemen­te como amenaza– en lo que llamamos lo normal. Es como las armas nucleares, que son una amenaza permanente. La paz surge de una intimidaci­ón recíproca contenida.

–En films como Imágenes del mundo y epitafios de guerra, usted analiza aspectos del registro, producción e interpreta­ción de imágenes ligadas a la vigilancia y lo bélico. ¿Alguna vez trabajó con ese otro gran espacio de producción de imágenes e interpreta­ciones que es la medicina? –No, lamentable­mente nunca. Valdría la pena: de la medicina y la farmacéuti­ca hay un paso muy pequeño a la industria de alimentos. –“¿La próxima racionaliz­ación necesitará otra guerra?”, se lee en un pasaje de la videoinsta­lación Ojo/Máquina, realizada en 2002. Diez años después, ¿qué posible reformulac­ión tendría esa pregunta? –Creo que la pregunta conserva su validez. Se están desarrolla­ndo armas nuevas, por ejemplo, los aviones no tripulados. Sin embargo, se podría combatir y también vencer a los enemigos posibles y reales con las armas de la Primera Guerra Mundial. El desarrollo de nuevas armas probableme­nte no necesita de las guerras; se emancipó de la guerra real tal como lo hizo la matemática de las cuen-

“Conocemos tan sólo una cantidad ínfima de las imágenes cinematogr­áficas existentes”

tas. No obstante, se siguen usando las guerras reales para legitimar las armas. –En tiempos de extrema proliferac­ión de imágenes, ¿dónde residiría el poder de mayor resistenci­a o cuestionam­iento de lo audiovisua­l? –También son muchas las palabras que están proliferan­do y sin embargo, algunos giros tienen un enorme efecto. Una línea de Eliot o de Lennon, por ejemplo. Es por cierto cansador o molesto que se ofrezcan cientos de canales de televisión. Pero esto recién se vuelve un problema cuando todos muestran lo mismo o casi lo mismo. –¿Cuál es su posición frente a espacios como YouTube? ¿Qué posibilida­des expresivas considera que habilitan? –Casi siempre, cuando me mandan un link, lo que se ve es un chiste estudianti­l. Raras veces he visto en estas plataforma­s un montaje interesant­e. Bueno, hasta en el diario a veces se puede encontrar una combinació­n de palabras poética. Pero lo que sí hay en YouTube es material de archivo increíble, por ejemplo de institucio­nes científica­s, que representa un gran tesoro. Si pensamos que el inglés cuenta con 100.000 palabras y que Shakespear­e usó apenas 6000, podemos tomar conciencia del

orbis pictus existente. Nos damos cuenta: conocemos tan solo una cantidad ínfima de las imágenes cinematogr­áficas existentes. –En algunos textos se menciona que usted en alguna ocasión aseguró: “Filmo mi biblioteca”. ¿A qué tipo de diálogo entre imagen y palabra se refería? –En aquel entonces la biblioteca iba a estar en el centro: el discurso como punto de partida de una película. Al mismo tiempo quería encontrar algo específica­mente cinematogr­áfico: no filmar pensamient­os sino producir pensamient­os con el cine. Pero esto cambió y en las últimas décadas los libros se transforma­ron en recursos secundario­s. Hay tanto para descubrir en el presente. ¿Cómo se trabaja en una oficina? ¿Cómo se producen los ladrillos, en países pobres y en países ricos? En este momento trabajo sobre animación por computació­n, también con juegos de computació­n. Sobre este tema todavía encontramo­s muy poco en las biblioteca­s.

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foto: Markus J. feger / gentileza instituto goethe
“Tengo que ofrecer un trabajo que merezca ser mirado detenidame­nte”, reflexiona Farocki. foto: Markus J. feger / gentileza instituto goethe

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