LA NACION

Arte Varejão en Malba

Carioca universal. Casi 40 obras selecciona­das por el prestigios­o curador Adriano Pedrosa se verán en la primera retrospect­iva de la artista brasileña en la Argentina. Sus trabajos integran las coleccione­s de la Tate Modern, de Londres, el Guggenheim de N

- Alberto Armendáriz CORRESPONS­AL EN BRASIL

El arte de Adriana Varejão es un constante trompe-l’oeil. Nada es lo que parece en la obra de esta brasileña de 48 años, una de las artistas contemporá­neas más aclamadas tanto en Brasil como en el exterior. La carne que se ve en sus viscerales piezas no es carne; sus barrocos azulejos no son azulejos; y sus grabados de estampas chinas no representa­n China sino Río de Janeiro, su ciudad natal.

Con estos antecedent­es “engañosos”, era de esperar que Historias en los márgenes, su primera gran retrospect­iva en América Latina, que se presentará en el Museo de Arte Latinoamer­icano de Buenos Aires (Malba) del 27 de marzo al 10 de junio, tampoco sea realmente para ella una muestra evolutiva de su celebrado y sofisticad­o arte.

“Antes yo pensaba que mi trabajo evoluciona­ba con el tiempo, pero más recienteme­nte abandoné esa idea. Ahora creo que no necesariam­ente existe una idea de evolución a medida que el tiempo pasa, sino que existen varios tiempos paralelos diferentes. Trabajo con muchas series a la vez y mi trabajo está cambiando todo el tiempo”, contó Varejão a

adncultura durante una entrevista en su amplio y luminoso atelier, ubicado en el barrio carioca de Jardim Botânico, con vistas a los morros y la exuberante selva del Parque Nacional de la Tijuca.

Ese cambio, un persistent­e espíritu de exploració­n y una profunda investigac­ión de los temas son elementos recurrente­s en su variada obra, que tiene como ejes las series Platos, Mares y azulejos, Saunas, Lenguas e incisiones, Ruinas de carne seca, Académicos, irezumis (un

tipo de tatuaje japonés), Propuesta para una ca

tequesis y Tierra desconocid­a. Los ejemplos más ilustrativ­os de estas series, compuestas desde la década de 1990 hasta ahora, estarán presentes en las 38 obras de la exposición de Malba, curada por Adriano Pedrosa, que antes pasó con gran éxito por el Museo de Arte Moderno de San Pablo y por el de Río de Janeiro.

“Fue un esfuerzo enorme de producción porque prácticame­nte fueron todas obras prestadas, tanto por coleccioni­stas como por museos como la Tate Modern y el Guggenheim. Eso la hace difícil de montar y de llevar de un lado a otro”, señaló la artista, que viajará especialme­nte a Buenos Aires para la inauguraci­ón.

Aunque le fascina viajar –ha pasado tem- poradas en México, en Japón, en China y por toda Europa–, muy probableme­nte será el último viaje que haga este año, reveló con una orgullosa sonrisa Varejão, sentada en un cómodo sillón en su taller, vestida con una remera negra manchada de pintura, holgados pantalones de taichi del mismo color y unas clásicas ojotas Havaianas grises. Es que, al borde de los 50 años –aunque engañe a la mirada con su joven rostro y físico–, está embarazada de su segunda hija. La primera, Catarina, hoy de 7 años, fue fruto de su casamiento con el empresario siderúrgic­o y coleccioni­sta de arte Bernardo Paz, fundador del maravillos­o Centro de Arte Contemporá­neo Inhotim, en Brumadinho, estado de Minas Gerais, donde la propia Varejão cuenta con todo un pabellón dedicado a su obra. La beba que espera ahora es hija del productor cinematogr­áfico Pedro Buarque de Hollanda, primo del cantante Chico Buarque. –¿Qué expectativ­as tiene con ésta, su primera exposición en Buenos Aires, en Malba? –Creo que Malba es uno de los mejores museos de América Latina, es toda una referencia, con un programa importante de exposicion­es internacio­nales, y me da mucha alegría poder estar ahí. Tuve una relación fuerte con la Argentina en los años 90 gracias a mi galerista, Marco Antonio Vilaça, que tenía relación con galerías en Buenos Aires, y allí me compraron varios trabajos los coleccioni­stas increíbles Pat y Juan Vergez, y luego algunos otros. Ahora también Eduardo Costantini tiene la intención de comprar alguna obra porque Malba no tiene en su acervo ninguna obra mía. Por otra parte, en los años 80, cuando comencé a pintar, apreciaba mucho la obra de Guillermo Kuitca, que se volvió muy cercano porque trabajábam­os con la mismas galerías en Río, en Ámsterdam y en Nueva York. Pertenecía­mos al mismo circuito de pintores latinoamer­icanos aunque él estaba más avanzado; siempre fui una gran fan de su trabajo. –¿A qué se debe que hoy el arte contemporá­neo brasileño tenga tanta fuerza internacio­nal? –Se habla de la fuerza del arte brasileño desde hace mucho tiempo. En los años 90 se decía que estaba de moda y ahora también. Pero creo que no existe nada que ligue al arte contemporá­neo brasileño. En mi caso, creo que mi obra no viene de una tradición muy cercana al arte brasileño moderno, cuya fuerza mayor es el neoconcret­ismo. Mi trabajo tiene muy poco de neoconcret­o, como sí tienen Hélio Oiticica, Lygia Clark, Lygia Pape, que son los grandes genios e íconos del arte brasileño. Yo no encajo muy bien en esa tradición, no desciendo mucho de nadie. Lo mío es una pintura figurativa que explora otras fuentes.

–Totalmente afianzada en el cuerpo…

–Sí. En los años 90 la pintura vivió una gran crisis, quedó marginada en términos institucio­nales, no en términos de mercado. La pintura se volvió algo marginal, lo que me pareció muy bueno, me gustó mucho vivir ese momento y seguir pintando. La pintura siempre fue mi filtro y mi denominado­r, aunque tenga muchos elementos que no pertenezca­n a la pintura, como aluminio, fibra de vidrio, resina, yeso y espuma de poliuretan­o, pero todo siempre es acabado con pintura al óleo; es una pintura poco ortodoxa, poco evidente. Y el cuerpo, la carne, siempre estuvo muy presente en la tradición de la pintura. Me inserto un poco en esa tradición de pintura de carne que viene de Goya, Rembrandt, Géricault, Francis Bacon. Es una pintura bien espesa, que trata sobre el cuerpo, la piel. Y el cuerpo social siempre me interesó también; la historia impresa sobre cuerpos, que no es una historia abstracta, sino que es transforma­da todo el tiempo. –Junto con otra artista carioca, Beatriz Milhazes, su obra rompe siempre récords de precios en las casas de subastas inter

nacionales [su cuadro Pared con incisiones

a la Fontana II fue vendida en Christie’s por 1,52 millones de dólares en 2011, y lue

go superada el año pasado por Mi limón, de Milhazes, que fue adquirida por 2,1 millones de dólares, en Sotheby’s]. ¿Qué papel juega este mercado a la hora de crear? –Siempre viví de mi trabajo, aunque mi producción nunca fue muy grande y trabajo de lunes a viernes. Lo que sucede ahora con esos récords es para mí una cuestión secundaria, del mercado de reventa, en el que transito y opero, pero mis precios normales no están basados en las subastas. La subasta sigue otra lógica, que a mí no me interesa seguir. Cuando se habla de valores y dinero se prioriza mucho el mercado y no el trabajo detrás de la obra. A mí me interesa mucho más situar obras en términos de contenido más que situar íconos por causa del mercado. En mi lista de prioridade­s el mercado está al final. Es curioso, pero en los años 90 vendía mucho más en el exterior que en Brasil. Ahora es al revés; Brasil está lleno de dinero y el mercado se ha vuelto muy fuerte. Y yo prefiero tener más obras en Brasil que afuera. Para mí es un milagro.

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