Hong Sang-soo, un estilo marca registrada
cine. En otro país es el primer film en inglés del cineasta, homenajeado en el último Bafici
Más allá de que se trata de un huésped habitual del Bafici –lo ha sido a través de casi todas sus películas y, de no haberse interpuesto un problema de salud, debió haberlo sido este año también en persona, en coincidencia con la retrospectiva completa de su obra–, el coreano Hong Sang-soo no ha asomado hasta ahora en las pantallas de nuestro circuito comercial. Quizá por eso su nombre no es reconocido, como debería, en el círculo de los grandes cineastas contemporáneos, otro efecto más de la limitada difusión que tiene entre nosotros el cine que no procede de Hollywood o responde a sus modelos. Una carencia que está a punto de remediarse en parte con el estreno –anunciado para pasado mañana por Zeta Films– de En otro
país, el primer film que este creador de un género que lleva su exclusiva marca ha filmado en inglés y con una estrella internacional al frente del elenco: Isabelle Huppert.
La ruptura con la narración lineal, que es habitual en el cine asiático, se manifiesta en el cine de Hong Sang-soo a través de sus juegos con el tiempo, en las repeticiones y simetrías, en las acciones paralelas, en las versiones diferentes de un mismo hecho o en las situaciones que se reiteran entre protagonistas distintos, a veces simultáneamente. “A través de una estructura repetitiva es posible experimentar cosas que no se perciben con una estructura lineal”, dice este maestro de la construcción narrativa. Y respecto de la razón por la cual suele mostrar la misma historia desde distintos puntos de vis- ta, dice que es simplemente porque así es en la vida: “Varias personas pueden hablar de un frasco de mermelada, pero no se tendrá sino una idea parcial de eso de lo que hablan. Se sabrá que el frasco es redondo, que contiene tal tipo de mermelada y se podrá tener una vaga idea de su gusto, pero todo será apenas aproximativo. Somos prisioneros de nuestra subjetividad. Uno puede tener mucha información acerca de algo como para pensar que siempre que se lo menciona se habla de la misma cosa. De igual modo, contamos con bastantes elementos en común para hacernos la ilusión de que vivimos en una misma realidad. Por eso mis films se interesan tanto en las deformaciones de la memoria, en los distintos puntos de vista que construyen recuerdos diferentes. Intento representar la totalidad de un mundo.
Y si muchos de sus personajes pertenecen al mundo del cine, no es –lo sabrán quienes hayan visto alguno de sus films– para hablar de cine, sino sólo porque ése es el mundo que conoce y le es familiar. “¿Cómo podría contar la historia de un piloto si no sé nada de ellos? Tendría tendencia a utilizar estereotipos.”
Pero no le gusta hablar de realismo porque es una palabra muy ambigua, que pertenece al espectador o al lector. “Cuando alguien lee o ve algo que le da la impresión de ser real –dice–, no importa si se trata de una pintura abstracta o un film impresionista. Todo proviene de la vida cotidiana, las fantasías de ciencia ficción, los documentales, las costosas superproducciones norteamericanas… Todos los artistas nos inspiramos en la vida cotidiana. Es lo único que tenemos a disposición.” También entre los personajes de
En otro país, hay gente de cine, pero ni se ven rodajes ni se habla de problemas específicos de un cineasta o una actriz. Lo que importa, como siempre en sus obras, es lo que viven como seres humanos. Sus encuentros, sus decepciones, sus fracasos, sus historias de amor, generalmente desdichadas. Aquí, Isabelle Huppert es el personaje principal de las tres partes del film – Anne, una francesa de visita en Mohang, una playa de Corea del Sur, donde para comunicarse con los residentes, habla en inglés–. En la primera es una cineasta que visita a un colega coreano y traba relación con un joven guardavidas; en la segunda, una mujer casada que va a encontrarse con su amante; en la tercera, una burguesa recientemente abandonada por su marido que intenta recuperarse del forzado divorcio. Por supuesto, hay conexiones entre las tres partes y no sólo se trata del escenario y de algunos de los personajes del lugar, la misma casa, los mismos actores y frecuentemente las mismas situaciones. Y también un tono de comedia –comedia del absurdo– donde no falta la melancolía y bajo su aparente ligereza y espontaneidad se explora con lucidez y precisión cómo operan las relaciones humanas. En el más puro estilo Hong, borracheras y tabaco incluidos.
“He visto encuentros entre coreanos y extranjeros en muchas ocasiones, y siempre me parecieron superficiales. Ya sea por el tiempo limitado, o por la timidez, la gente siempre sonríe y dice cosas amables, pero a decir verdad no se intercambia gran cosa. Quería profundizar en este tipo de encuentros hasta sacar algo de ahí”, ha dicho Hong, cuando le preguntaron por el origen del tema. Que de todas maneras no escribió con anticipación, como es su hábito, sino cada mañana tempranísimo, antes de empezar el rodaje del día, o la noche anterior. Aunque esta vez debió dedicarle bastante más de las tres horas de práctica porque había gran parte de diálogos en inglés.
“Ozu, Bresson, Rohmer, Buñuel, Vigo, Murnau”, menciona cuando se le pregunta sobre sus cineastas favoritos. En esos clásicos encuentra una fuente de frescura. No tiene un modelo o un estilo ideal, pero cuando ve grandes films extrae de ellos lo esencial: el equilibrio, la manera en que se puede componer una obra a partir de elementos opuestos… “Pero cuando estoy haciendo un film, no tengo ninguna referencia particular en mente. Las referencias restringen la imaginación y la curiosidad, que son, para mí, las cosas más importantes.” ß