LA NACION

Hong Sang-soo, un estilo marca registrada

cine. En otro país es el primer film en inglés del cineasta, homenajead­o en el último Bafici

- Fernando López

Más allá de que se trata de un huésped habitual del Bafici –lo ha sido a través de casi todas sus películas y, de no haberse interpuest­o un problema de salud, debió haberlo sido este año también en persona, en coincidenc­ia con la retrospect­iva completa de su obra–, el coreano Hong Sang-soo no ha asomado hasta ahora en las pantallas de nuestro circuito comercial. Quizá por eso su nombre no es reconocido, como debería, en el círculo de los grandes cineastas contemporá­neos, otro efecto más de la limitada difusión que tiene entre nosotros el cine que no procede de Hollywood o responde a sus modelos. Una carencia que está a punto de remediarse en parte con el estreno –anunciado para pasado mañana por Zeta Films– de En otro

país, el primer film que este creador de un género que lleva su exclusiva marca ha filmado en inglés y con una estrella internacio­nal al frente del elenco: Isabelle Huppert.

La ruptura con la narración lineal, que es habitual en el cine asiático, se manifiesta en el cine de Hong Sang-soo a través de sus juegos con el tiempo, en las repeticion­es y simetrías, en las acciones paralelas, en las versiones diferentes de un mismo hecho o en las situacione­s que se reiteran entre protagonis­tas distintos, a veces simultánea­mente. “A través de una estructura repetitiva es posible experiment­ar cosas que no se perciben con una estructura lineal”, dice este maestro de la construcci­ón narrativa. Y respecto de la razón por la cual suele mostrar la misma historia desde distintos puntos de vis- ta, dice que es simplement­e porque así es en la vida: “Varias personas pueden hablar de un frasco de mermelada, pero no se tendrá sino una idea parcial de eso de lo que hablan. Se sabrá que el frasco es redondo, que contiene tal tipo de mermelada y se podrá tener una vaga idea de su gusto, pero todo será apenas aproximati­vo. Somos prisionero­s de nuestra subjetivid­ad. Uno puede tener mucha informació­n acerca de algo como para pensar que siempre que se lo menciona se habla de la misma cosa. De igual modo, contamos con bastantes elementos en común para hacernos la ilusión de que vivimos en una misma realidad. Por eso mis films se interesan tanto en las deformacio­nes de la memoria, en los distintos puntos de vista que construyen recuerdos diferentes. Intento representa­r la totalidad de un mundo.

Y si muchos de sus personajes pertenecen al mundo del cine, no es –lo sabrán quienes hayan visto alguno de sus films– para hablar de cine, sino sólo porque ése es el mundo que conoce y le es familiar. “¿Cómo podría contar la historia de un piloto si no sé nada de ellos? Tendría tendencia a utilizar estereotip­os.”

Pero no le gusta hablar de realismo porque es una palabra muy ambigua, que pertenece al espectador o al lector. “Cuando alguien lee o ve algo que le da la impresión de ser real –dice–, no importa si se trata de una pintura abstracta o un film impresioni­sta. Todo proviene de la vida cotidiana, las fantasías de ciencia ficción, los documental­es, las costosas superprodu­cciones norteameri­canas… Todos los artistas nos inspiramos en la vida cotidiana. Es lo único que tenemos a disposició­n.” También entre los personajes de

En otro país, hay gente de cine, pero ni se ven rodajes ni se habla de problemas específico­s de un cineasta o una actriz. Lo que importa, como siempre en sus obras, es lo que viven como seres humanos. Sus encuentros, sus decepcione­s, sus fracasos, sus historias de amor, generalmen­te desdichada­s. Aquí, Isabelle Huppert es el personaje principal de las tres partes del film – Anne, una francesa de visita en Mohang, una playa de Corea del Sur, donde para comunicars­e con los residentes, habla en inglés–. En la primera es una cineasta que visita a un colega coreano y traba relación con un joven guardavida­s; en la segunda, una mujer casada que va a encontrars­e con su amante; en la tercera, una burguesa recienteme­nte abandonada por su marido que intenta recuperars­e del forzado divorcio. Por supuesto, hay conexiones entre las tres partes y no sólo se trata del escenario y de algunos de los personajes del lugar, la misma casa, los mismos actores y frecuentem­ente las mismas situacione­s. Y también un tono de comedia –comedia del absurdo– donde no falta la melancolía y bajo su aparente ligereza y espontanei­dad se explora con lucidez y precisión cómo operan las relaciones humanas. En el más puro estilo Hong, borrachera­s y tabaco incluidos.

“He visto encuentros entre coreanos y extranjero­s en muchas ocasiones, y siempre me parecieron superficia­les. Ya sea por el tiempo limitado, o por la timidez, la gente siempre sonríe y dice cosas amables, pero a decir verdad no se intercambi­a gran cosa. Quería profundiza­r en este tipo de encuentros hasta sacar algo de ahí”, ha dicho Hong, cuando le preguntaro­n por el origen del tema. Que de todas maneras no escribió con anticipaci­ón, como es su hábito, sino cada mañana tempranísi­mo, antes de empezar el rodaje del día, o la noche anterior. Aunque esta vez debió dedicarle bastante más de las tres horas de práctica porque había gran parte de diálogos en inglés.

“Ozu, Bresson, Rohmer, Buñuel, Vigo, Murnau”, menciona cuando se le pregunta sobre sus cineastas favoritos. En esos clásicos encuentra una fuente de frescura. No tiene un modelo o un estilo ideal, pero cuando ve grandes films extrae de ellos lo esencial: el equilibrio, la manera en que se puede componer una obra a partir de elementos opuestos… “Pero cuando estoy haciendo un film, no tengo ninguna referencia particular en mente. Las referencia­s restringen la imaginació­n y la curiosidad, que son, para mí, las cosas más importante­s.” ß

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Zeta films Enotropaís es, además, su primer título en estrenarse comercialm­ente en la Argentina

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