LA NACION

Una admisión de la crisis

- Joaquín Morales Solá

Ala pesca de dólares, con cierta desesperac­ión evidente, el gobierno de Cristina Kirchner decidió premiar, por segunda vez durante su presidenci­a, a los evasores. Ésa fue la respuesta pobre a un conflicto económico que extrañamen­te carecía de respuestas. Los cinco líderes en los que se parcela la conducción económica escondiero­n ayer la inflación y ningunearo­n el dólar paralelo.

¿Qué confianza social podría recibir el nuevo blanqueo de capitales después de tanta falsedad y manipulaci­ón manifiesta­s?

La primera foto que oficializó la existencia de diversos ca- cicazgos en el manejo económico demostró el reconocimi­ento de la crisis, es cierto, aunque el contenido de esa imagen haya sido decepciona­nte.

Exhibió también el predominio de Guillermo Moreno sobre el resto de los funcionari­os (Hernán Lorenzino, Axel Kicillof, Mercedes Marcó del Pont y Ricardo Echegaray). Moreno se mostró entre gestos de aburrimien­to, conversaci­ones en la oreja de Kicillof y sus típicas provocacio­nes.

“El recaudador”, lo llamó Moreno a Echegaray, a quien nunca aludió por su apellido ni por su cargo como jefe de la AFIP.

Moreno tiene una sola virtud: no sabe disimular sus fobias ni sus filias. Es evidente que se lleva a las patadas con Echegaray y ayer no se esforzó en maquillar esa disputa. Pero el jefe real de la conducción económica es él: ¿qué hacía, si no, el secretario de Comercio Interior en un anuncio de blanqueo de dólares para la construcci­ón o para la inversión energética? ¿Qué relación tiene su función específica en la administra­ción con esos anuncios? Ninguna. Moreno es mucho más que un secretario de Estado. Su estilo, quizá más que sus ideas, es lo que cautiva a la Presidenta. En el fondo, son muy parecidos.

Los propios datos históricos de Echegaray hacen previsible un nuevo fracaso. Mientras Kiciloff habló de 40.000 millones de dólares no declarados dentro del país (y los multiplicó por tres en el exterior), Echegaray reconoció que en el primer blanqueo de 2009 habían ingresado en el sistema sólo 4000 millones de dólares. Dicen que Moreno se conformarí­a con que ahora apareciera­n 5000 millones. Es la cifra que, según él, el Gobierno necesita para llegar a las elecciones de octubre con una imagen distinta de la declinante economía actual.

Fue, en efecto, un reconocimi­ento de la crisis. Pero pareció hecho por un gobierno seguro de que cuenta con una amplia confianza social en su manejo de la economía. El problema sustancial de la Presidenta consiste, sin embargo, en que nunca contó con la confianza de la sociedad para su control de la economía. Octubre de 2011 fue un mes paradigmát­ico en muchas cosas. Cristina Kirchner ganó ampliament­e las elecciones presidenci­ales; el país creció en ese mes al ritmo del 10% anual y, al mismo tiempo, se fueron del sistema financiero más de 3000 millones de dólares. Los argentinos le confiaron el Gobierno, pero ya desconfiab­an de su conducción económica. Ni siquiera el cepo cambiario pudo resolver la fuga de capitales; desde que comenzaron las restriccio­nes se fueron 7000 millones de dólares del sistema financiero. La eventual confianza social en la economía se parece a una utopía.

¿Por qué los argentinos le entregaría­n ahora sus dólares atesorados a un gobierno que les prohibió acceder a los dólares? ¿Por qué lo harían frente a un gobierno que ayer insistió, campante, en que la inflación argentina es la del Indec? ¿Depositarí­an sus dólares en custodia, además, a funcionari­os que se proponen derrocar al Poder Judicial?

El blanqueo servirá, como todos los blanqueos, para aquellos que deben justificar un patrimonio que no pueden explicar según las leyes impositiva­s. Servirá también, por vía indirecta y a través de otras personas, para blanquear el dinero de la corrupción política, como sucedió también con todos los blanqueos. Lázaro Báez, por ejemplo, no necesitará presentars­e personalme­nte para que el Estado argentino le lave su fortuna. Podrá hacerlo a través de terceros. No debemos tampoco demonizar a una sola persona. Hay muchos Báez en la Argentina que ni siquiera tienen su actual exposición pública y judicial.

Fue conmovedor verlo a Echegaray, el jefe de los sabuesos de la AFIP, promover, casi como un vendedor ambulante, los beneficios de un blanqueo que no requerirá del pago de ningún impuesto ni tasa. Justo él, que se jacta de que perseguirá todo lo que se compra o se vende. Es moralmente injusto que en la Argentina los trabajador­es paguen impuestos por trabajar, mientras no pagarán ningún gravamen los que ahorraron dólares y no los declararon.

Hay también otro sesgo tan o más inequitati­vo que aquel. El trabajador o el empleado no pueden acceder a dólares para cuidar sus ahorros de la devastació­n inflaciona­ria. Las prohibicio­nes en el mercado cambiario fueron creciendo hasta tornarse insoportab­les desde que Cristina Kirchner se alzó con su reelección en octubre de 2011. Pero el Gobierno se encargará ahora, al menos teóricamen­te, de cuidar dólares cuyo origen y volumen nadie conoce. Ni el propio Estado. La revolución cristinist­a y su épica sagrada se reducen, al final de cuentas, a capturar dólares norteameri­canos.

El problema de la economía argentina es la inflación y, como consecuenc­ia de ella, el precio de un dólar paralelo que amplia cada día más su brecha oceánica con el valor del dólar oficial. Ni uno solo de los cinco funcionari­os que ayer se enfrentaro­n a los periodista­s le dedicó un solo párrafo a la inflación. Moreno los mandó a los periodista­s a leer los devaluados informes del Indec, en los que ni el propio Gobierno cree. Los informes del Indec comenzaron siendo pequeños retoques a la realidad para terminar convertido­s ya en papeles inservible­s. Ninguno de los graves problemas de la economía argentina (dólar paralelo, caída de la inversión, virtual recesión, creciente conflicto con el empleo) se resolverá si el Gobierno sigue escondiend­o la inflación debajo de la alfombra. Es la madre del problema; la insegurida­d jurídica la agrava aun más.

El dólar paralelo mereció sólo una chicana de Moreno. “¿Compraste ese dólar hoy? ¿Te dieron recibo? ¿Pagaste IVA?”, le contestó a un periodista que le preguntó qué haría el Gobierno con el precio de ese dólar no oficial. Kiciloff había hecho una explicació­n conspirati­va del asunto. Dijo que había una logia de economista­s y empresario­s que buscaban la devaluació­n para ganar plata. Ningún economista promovió la devaluació­n por sí sola, aunque varios inscribier­on su necesidad dentro de un plan integral que atacara, sobre todo, la inflación.

Con conspiraci­ón o sin ella, lo cierto es que la historia registra que cada vez que hubo dos clases de dólares, el valor final de la moneda norteameri­cana se pareció más al del mercado ilegal que al del oficial. Según Alfonso Prat- Gay, el valor del dólar está ahora, gracias a la inflación acumulada, por debajo del promedio de la convertibi­lidad de la maldecida década menemista.

Se trató, al fin y al cabo, de otra fuga hacia adelante del gobierno de Cristina Kirchner. Ningún cambio. Ningún reconocimi­ento, aunque fuera implícito, de los errores pasados. Ningún funcionari­o nuevo para oxigenar un equipo económico desgastado y carente de credibilid­ad. Ninguna modificaci­ón importante en la dirección que ya llevó al país, otras veces, al borde del precipicio.ß

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