LA NACION

Una histórica defensa de la Constituci­ón

Cuando Esquiú oró desde el púlpito por la paz y la Constituci­ón, el impacto fue inmenso

- Ema Cibotti —PARA LA NACION— La autora es historiado­ra

Puede defenderse la Independen­cia sin respetar la Constituci­ón?” La pregunta hoy está vigente. Pero no es nueva. La formuló 160 años atrás fray Mamerto Esquiú, desde la Iglesia Matriz de Catamarca, en un sermón que quedó en la memoria de los hombres de su época. Su respuesta fue categórica y surtió el efecto de un bálsamo, pues aplacó los tambores de guerra que pretendían reavivar las luchas fratricida­s detenidas después de la victoria de Urquiza sobre Rosas en Caseros.

El caudillo entrerrian­o había puesto toda su voluntad política y su ambición también para sancionar, el 1° de mayo de 1853, la Constituci­ón Nacional. Les había exigido a cada uno de los constituye­ntes respetar la fecha que recordaba el segundo aniversari­o de su Pronunciam­iento contra Juan Manuel de Rosas, en 1851. Juan del Campillo, diputado por Córdoba, escribió contra reloj el texto definitivo que entregó a me- dianoche del 30 de abril. Cuando Urquiza recibió los códices originales en su campamento de San José de Flores, envió su primer mensaje: “Deseo que me acompañen en esta esperanza todos los que han trabajado por tener institucio­nes, y todos los que han luchado para que esas institucio­nes sean federales”, y fiel al ritual de los símbolos patrios, promulgó la Constituci­ón, el 25 de Mayo. Pero todavía faltaba hacerla jurar, cuando los católicos comenzaron a alzarse porque no era confesiona­l, es decir, no habría religión de Estado.

Era un conflicto esperado. En el transcurso de las sesiones en Santa Fe, los constituye­ntes habían tenido discrepanc­ias en materia religiosa y las discusione­s habían sido fuertes. La opción entre un Estado laico o uno confesiona­l acentuó las divisiones hasta que José Benjamín Gorostiaga, redactor del Preámbulo, las zanjó: el Estado sostenía la religión católica y respetaba la libertad de cultos. Pero la herida no había cerrado totalmente. Y el 9 de Julio, día destinado a la jura, el propio Urquiza esperaba que su orden fuera cumplida por los gobernador­es en las capitales de provincia. En el Registro Oficial hizo publicar una fórmula común de juramento en todo el país. El caudillo tenía su sesgo autoritari­o, pero estaba dispuesto ajustarse a la ley, tenía vocación de estadista y lo probó con creces. Podía

“Obedeced, señores; sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad”

sobrelleva­r la disidencia porteña –como de hecho lo hizo– pero no podía enfrentar ni una eventual lucha facciosa por causas religiosas ni las secuelas de un disolvente enfrentami­ento que envenenarí­a todas las relaciones humanas.

Por eso, cuando el 9 de Julio de 1853, el orador sagrado de Catamarca –como empezaron a decirle desde entonces a fray Mamerto Esquiú– se subió al púlpito para orar por la paz y el respeto a la Constituci­ón, el impacto entre los catamarque­ños fue inmenso. Y, tras la difusión de sus palabras, la misma conmoción se reiteró en Paraná y en Buenos Aires que aplaudiero­n la elocuencia del joven fraile.

“No rechazo modificaci­ones en las leyes por sus órganos competente­s –dijo el religioso–, por los tiempos, las circunstan­cias, el interés común; pero si es para ensanchar la órbita de nuestra libertad.” De lo contrario, señaló, si es para contempori­zar con intereses particular­es “fácil es prever la eterna dominación de dos monstruos de nuestro suelo: anarquía y despotismo”.

Urquiza mandó a publicar el sermón, la letra viva de la Constituci­ón quedaba salvada: “No hay hombre, que no tenga que hacer el sacrificio de algún interés; y si cada uno adopta la Constituci­ón eliminando el artículo que está en oposición a su fortuna, a su opinión, o a cualquier otro interés, ¿pensáis que quedaría uno solo?; ¿quedaría fuerza alguna si cada uno retirara la suya?, ¿quedaría en la carta constituci­onal la idea de soberanía que supone, si cada individuo, hombre o pueblo fuese árbitro sobre un punto cualquiera que sea? […] Obedeced, señores; sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad: existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternament­e a la República Argentina.”

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