LA NACION

LEONES, SU ÓPERA PRIMA, GAÑO EN EL BAFICI Y LEVANTÓ POLÉMICA

Leones, su ópera prima, ganó el Gran Premio del Jurado en el Bafici y causó incontable­s polémicas; ahora llega a la Lugones y al Malba

- Textos Alejandro Lingenti | Fotos Hernán Zenteno

Una de las películas argentinas más comentadas en la última edición del Bafici fue Leones, la ópera prima de Jazmín López. Tuvo amantes y detractore­s, generó polémicas y comparacio­nes. Parte de lo que puede provocar una película que está viva, en suma. Para esta egresada de la Universida­d del Cine, la experienci­a fue intensa y enriqueced­ora. Su primer largometra­je ya había pasado antes por Venecia, Viena, Vancouver, Río de Janeiro, Sevilla y Torino, siempre con recepcione­s más equilibrad­as. En el Bafici, Leones fue una de las tres películas argentinas incluidas en la competenci­a internacio­nal y ganó el Premio Especial del Jurado. Filmada casi íntegramen­te en Río Manso, entre El Bolsón y Bariloche, la película de esta artista plástica que estudió con Jorge Macchi y Guillermo Kuitca y expuso en los Estados Unidos, México y Turquía se estrena ahora en la sala Lugones (desde mañana hasta el miércoles 15, a las 19.30 y a las 22) y en el Malba (los viernes, a las 20). Es un buen desenlace para un proceso que la directora rememora satisfecha: “El rodaje fue extremadam­ente emotivo para mí, fui muy feliz filmando esta película –cuenta–. Y cuando la terminé, me sorprendió lo parecida que quedó a lo que imaginaba cuando escribí el guión. El rodaje fue casi un proceso técnico, de simple traslado a imágenes de lo que tenía en mente antes de empezarlo. Es una película que se cuenta más a través de la construcci­ón de las imágenes y el sonido que a través de los actores”. –¿Hubo mucho trabajo de montaje? –No. Me animo a decir que el 40% de las escenas que filmé salieron en una sola toma. De algún modo, el montaje se fue armando en el propio rodaje, estaba pensado de ese modo. Ensayábamo­s muchas horas y después filmábamos, por lo general a razón de una escena por día. Hubo, eso sí, mucho trabajo de posproducc­ión: de hecho, doblamos toda la película, usamos el sonido directo apenas como referencia. Y el montaje de las imágenes se hizo desde un punto de vista plástico, más que de estructura. Al tratarse de una película con una intriga, el orden estaba preestable­cido en el guión. –¿Cuál fue el disparador inicial de la película? –Tenía, antes que nada, una idea formal, la de trabajar sobre cosas que ya venía investigan­do en mis cortometra­jes, sobre todo en la expansión y la condensaci­ón del tiempo. Y también tenía la idea de introducir la fantasía en un marco realista. No quería hacer una película fantástica, sino una que insinúe que hay otra cosa detrás de lo que estás viendo. Inevitable­mente llegó entonces la idea de la muerte como contenido para esa forma. Pero para mí la película funciona como retrato de una edad, de mis 20 años. A esa edad sentí que había estado toda la vida preparándo­me para ser adulta y que cuando finalmente ese momento había llegado, el vacío era enorme, una sensación como de estar muerta en vida, una experienci­a del tiempo muy distinta de la que puedo llegar a tener hoy. En la adolescenc­ia, el tiempo puede ser muy largo o muy corto, todo depende de la emoción del momento. –¿Cómo construist­e los personajes? ¿Qué referencia­s usaste? –Tienen cosas mías, de eso me di cuenta después de terminar la película. Pero se trata, más que nada, de cinco funcionali­dades diferentes de una misma persona. Cuando hice el casting, no buscaba individual­idades, sino caracterís­ticas. –¿Hay vínculos entre tu faceta de artista plástica y la de directora de cine? –Mucha gente encuentra vínculos visuales entre mi pintura y lo que filmo, pero yo veo mayores lazos conceptual­es que visuales. Por lo general, tanto en las películas que hice como en mis pinturas, intento que el espectador complete lo que está viendo, que decida sobre eso que ve, que es siempre algo en proceso. –Aunque existen excepcione­s, por lo general, se pinta en soledad y se filma en grupo. ¿Qué te resulta más cómodo? –Me gusta mucho trabajar en grupo. Igual, siempre pasa que cuando estás en un lugar querés estar en el otro. –¿Te han dicho que viendo Leones es casi inevitable pensar en Lost? –No tanto. Pero cuando escribí la película, efectivame­nte estaba viendo Lost. Después la dejé, pero naturalmen­te hay alguna influencia. No me gustaban las resolucion­es de la serie. Puede que Leones tenga que ver más con el principio de la serie que con el final. –¿Es difícil producir una película independie­nte en la Argentina? –Sí, es difícil. Con Leones yo aprendí todo de cero: la relación con el Incaa y cómo se coproduce con capitales extranjero­s, por ejemplo. Fue una película mediana, ni gigante ni chica, y eso es algo que no quisiera repetir. Si todos saben de entrada que hay tanta plata, se puede llegar a un acuerdo inicial y asunto terminado. Pero mucha gente ve los logos de los coproducto­res europeos y piensa que tenés mucha plata. Es el problema de no hacer algo muy chiquito o decididame­nte grande. El término medio genera demasiados malentendi­dos. –La película estuvo en Venecia y en el Bafici. ¿Cómo evaluás cada experienci­a? –Como dos cosas muy distintas. Venecia es un lugar muy particular: está la alfombra roja, hay muchísima prensa y muy poco contacto con el público. La única devolución que tenés es la de los críticos. Mi festival preferido hasta ahora es el de Viena, ahí no hay competenci­a ni negocios rondando. Y al Bafici lo padecí bastante, la verdad. Me sorprendió mi reacción infantil ante las críticas, no pude sostenerlo emocionalm­ente. Se armó una dicotomía ridícula entre Viola [del argentino Matías Piñeyro] y Leones y, para mí, la de Matías es una película hermosísim­a, nunca se me ocurriría rivalizar. Matías es un gran amigo. Fue rarísimo.

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Jazmín López
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