LA NACION

Guardiola, Don Chicho y San Martín

- Ezequiel Fernández z Moores ILUSTRACIÓ­N: @domenechs

“E l Gordo” Jorge D’Alessandro mira desorienta­do. El inesperado salero que le muestra Ángel Cappa por el flanco izquierdo de la mesa lo obliga a mover el vaso y a rearmar toda la teoría táctica que acaba de recitar. Terminado el nuevo discurso, Cappa hace aparecer entonces la tacita de café y D’Alessandro, otra vez sorprendid­o, se ve obligado a mover ahora la miga de pan que había pasado a custodiar el lateral derecho. Y ensalza con nuevos argumentos su sistema de marcación. Feliz, ve luego que el orden de sus cuatro cucharitas cancela a los tres terrones de azúcar de Cappa. “Ah sí, ¿y a este otro que me queda libre entonces cómo me lo marcás?”, vuelve a desafiarlo Cappa, mientras hace aparecer otro terrón. Los técnicos argentinos pasan casi dos horas jugando al uno contra uno en plena sobremesa esa noche en España, donde ambos dirigen. Hasta que D’Alessandro, resignado, parte al baño. “El boludo –dice Cappa al resto– no se dio cuenta de que le estoy jugando con uno de más.”

Cappa, desde Madrid, me corrige algunos detalles de la anécdota que me contaron hace tiempo colegas españoles bajo risotadas y seguras exageracio­nes. Me dice que, efectivame­nte, él no tomaba en serio esa noche ciertos devaneos tacticista­s de D’Alessandro, pero simulaba atención y hacía como que aprendía. Jorge Valdano, que dirigía entonces al Tenerife con Cappa, no pudo aguantar la risa y se fue a dormir. “Yo sí me aguantaba la risa como un duque. Y cada vez que él armaba una nueva táctica defensiva, le corría una tacita de café hacia un lado, volvía a preguntarl­e cómo resolvía ese problema y él se enredaba y decía a cada paso una barbaridad más grande.” Algunos ironizan afirmando que 4-4-2, 4-3-3, 3-5-2 o 3-4-3 apenas son “números de teléfono”. Otros escriben libros sobre el tema. Como sea, la discusión sobre cómo establecer superiorid­ad numérica para dominar al equipo rival es uno de los principale­s desafíos de cualquier entrenador.

Para Pep Guardiola, la zona en la que se debe imponer esa superiorid­ad es el medio campo. “De pequeño –dijo Guardiola durante su charla del jueves pasado en el Gran Rex– me enseñaron que cuando tienes uno más en el medio campo tienes más control para atacar y para defender. Otros creen que no es lo más importante, pero yo me creí esto. No me digan por qué. Son las mías. No digo que son mejores, pero son las que yo siento.” No lo explica con saleros ni terrones de azúcar, sino con un video de partidos de Barcelona. Es el momento en que Lionel Messi deja la banda derecha y se corre hacia el medio, como falso nueve, retrasado para confundir la marca. El video muestra las clásicas parejas uno contra uno en diversos sectores del campo, siempre con uno que sobra en defensa. Messi se desplaza al medio para imponer superiorid­ad numérica, hasta que los centrales rivales, advertidos de la nueva posición de Leo, salen a buscarlo. Para contrarres­tar esa maniobra, Guardiola envía a un zaguero para que se pare como 9 en el área rival y retenga a los centrales. La decisión, acepta, conlleva un riesgo. Deja a su defensa uno a uno “contra los mejores atacantes probableme­nte del mundo” (Pep no lo dice, pero el rival del video es Real Madrid). “Nosotros –afirma– estamos mano a mano, pero ellos también y bueno, a ver quién la tiene… mejor.” Aplausos y risas.

Filmado de modo amateur por algún asistente, el video del Gran Rex causó furor este lunes en las páginas web de algunos diarios españoles. De “chanta” a “mago”, según la camiseta del cliente, desfilan todas las opiniones para el hombre que, los números hablan, ganó 14 de los 19 títulos en los que compitió en sus primeros cuatro años como DT, 11 de 12 finales, incluyendo dos Ligas de Campeones de Europa. Y que, además de los títulos, fue DT de un Barcelona que ofreció acaso las más hermosas lecciones de juego ofensivo y asociado en la historia del fútbol moderno. “Llegó un día en que los goles –graficó Simon Klemperer– se hacían por el medio, cuando un grupo de amigos que no superaban el metro setenta de estatura optaban por entrar en el área justo donde estaban todos los contrarios y se escabullía­n entre las piernas desconcert­adas de los gigantes.” Filosos, algunos apuntan a que el video de Pep en el Gran Rex desnuda acaso buena parte del problema cada vez más agudo de “Messidepen­dencia” que sufre un Barcelona hoy saturado, menos preciso y veloz que en sus tiempos de oro. Sin Samuel Eto’o primero y Zlatan Ibrahimovi­c después, el Barcelona de Guardiola no pudo, no quiso o no supo crear un plan alternativ­o a la figura de falso 9 de Messi. Se hizo patente cuando Messi se lesionó en semifinale­s de Liga de Campeones ante Bayern Munich. El título de Liga, Leo mediante, está otra vez a las puertas. Pero el Barcelona que hoy dirige Tito Vilanova sabe que algo ha cambiado. Y que tiene que volver a reacomodar­se.

Guardiola no se adjudicó verdades (“se puede jugar de mil maneras, todo vale”), invencione­s (“robé de todos y róbenme, si al final jugamos para la gente”) ni lirismos (“en mis equipos, el que no corre sale solo”). Pudoroso, no habló del coraje y de la audacia que tuvo para hacer de su Barcelona, al menos, “el mejor equipo de los últimos 30 años”, como acaba de reconocer José Mourinho. “La audacia de Pep –me dicen desde Barcelona– nace, como casi todo, de una máxima «cruyffista»: ante una gran cita, como mínimo, debe haber una sorpresa en el once titular, algo que descoloque al equipo rival.” Así apareció un día Messi de falso 9 en el 6-2 a Real Madrid en el Bernabéu. Otra vez fue Dani Alves como extremo derecho. Le ganó 3-2 con tres defensores al Milan en San Siro. Al Santos lo goleó 4-0 con un concierto de mediocampi­stas. Se jugó una clasificac­ión a la Champions con “un tal Pedrito”. O con Mascherano de central. Y, lo que hasta antes de él parecía imposible, decidió que Xavi e Iniesta podían jugar definitiva­mente juntos, y respaldado­s en función más defensiva con un juvenil ex extremo derecho llamado Busquets. “Ahora –me recuerda la fuente– parece fácil decirlo.”

Tres días después del Gran Rex se jugó el superclási­co. Boca tenía que romper una racha récord de partidos sin ganar. River debía ganar para acercarse a la punta. Jugaron la primera media hora y la hora siguiente eligieron no perder, como casi siempre. Fue pura pirotecnia, como el show de la barra brava que se adueñó del espectácul­o, también como sucede casi siempre. Guardiola ya se había ido. Lo hizo después de dejar en claro sus gustos: “Hay que agradecer lo que César Menotti y Marcelo Bielsa hicieron por el fútbol mundial”, había dicho en su exposición, mientras Carlos Bilardo escuchaba desde las primeras filas, junto con colegas cuyo juego, sabemos, está en las antípodas del de Guardiola. “Se juntaron Don Chicho y San Martín –me dice Cappa desde Madrid–, tipos que no entienden o no les importa eso de que el fútbol también es juego, pero fueron a verlo porque ganó.” Matías Manna, periodista y DT, habla de “franela impostora” en Paradigma Guardiola, su página web ahora libro (es uno de los 16 que hablan de Pep o de Mourinho y que exhibe el gran stand de librofútbo­l. com en la Feria del Libro en Palermo).

“Franela impostora”, dice Manna citando a Bielsa, es cuando te “adulan por haber ganado”, sin importar cómo ni si lo mereciste. Terminado el show del Gran Rex, Guardiola se fue a cenar con Menotti. Charlaron hasta casi las 3 de la mañana. Pep le confesó la sensación de cautela que le imponía saber que en menos de dos meses asumirá como nuevo DT de un Bayern Munich que está ganando todo, y con un gran juego. “Tranquilo Pep –le dijo Menotti, recordando un viejo consejo del maestro Adolfo Pedernera–, que cuando abras la puerta del vestuario y digas buenos días, todos los jugadores ya saben a qué tienen que jugar.” ß

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