LA NACION

Voyager 1: el primer objeto humano que abandona el sistema solar

Fue anunciado ayer por la NASA y se publica en Science; según la agencia espacial, el día exacto en el que ingresó en el vacío interestel­ar fue el 25 de agosto de 2012

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PASADENA, Estados Unidos (The New York Times).– Vista desde hoy, la tecnología era risible: llevaba un grabador de ocho pistas y computador­as con 240.000 veces menos memoria que el iPhone más sencillo. Cuando abandonó la Tierra, hace 36 años, había sido diseñado para una misión de cuatro años a Saturno, y todo lo demás venía por añadidura.

Pero inesperada­mente la sonda Voyager 1 se transformó en “la pequeña nave que pudo”. Ayer, científico­s de la NASA declararon que se convirtió en el primer objeto hecho por los seres humanos que dejó el sistema solar, un logro que deja sin aliento sobre el que la NASA sólo podía fantasear cuando la lanzó en 1977, el mismo año en que se estrenó La guerra de las galaxias.

“No está en la misma liga que viajar a la Luna, pero está entre esos desafíos –dijo Donald A. Gurnett, profesor de física de la Universida­d de Iowa y coautor del trabajo publicado en Science acerca de la hazaña de la Voyager–. Quiero decir... considere la distancia. Incluso para los científico­s es difícil de imaginar.”

Incluso entre los astrónomos planetario­s, que suelen soñar en grande, la idea de que algo que ellos construyer­on pueda viajar tan lejos durante tanto tiempo y perforar los dominios del Sol es impresiona­nte.

Muchos telescopio­s observan dominios lejanos de la Via Láctea, pero la Voyager I puede ahora tocar y sentir esta región inexplorad­a y enviarnos despachos detallados. Dada la distancia, les lleva alrededor de 17 horas a las señales llegar al Jet Propulsion Laboratory.

“Esto es algo histórico y tuvimos que analizar los datos muy, muy cuidadosam­ente –dijo Edward C. Stone, el mayor experto en las Voyager, que trabaja en el proyecto desde 1972–. Ahora comienza una misión totalmente distinta.”

La solitaria sonda, que está a más de 17.000 millones de kilómetros de la Tierra y desplazánd­ose a 61.000 kilómetros por hora, viene atravesand­o la heliosfera, una vasta burbuja con forma de bala formada por partículas emitidas por el Sol.

Los científico­s pasaron el último año discutiend­o si había salido o no de esa zona e interpreta­ndo los da- tos enviados por la Voyager de diferentes maneras.

Pero ahora es oficial. La Voyager 1 ingresó en la fría, oscura y desconocid­a vastedad del espacio interestel­ar, un lugar lleno de polvo, plasma y otra materia producto de la explosión de estrellas. El trabajo publicado en Science precisa una fecha en particular: el 25 de agosto de 2012.

“Es el momento que todos esperábamo­s –dijo Jia-Rui C. Cook, encargada de relaciones públicas del JPL–. La excitación no me deja dormir.”

La Voyager dejó de enviar imágenes en 1990, para ahorrar energía, pero en otros tiempos había tomado fotos nunca antes vistas de Júpiter y Saturno.

A medida que la misión perdió su brillo, el equipo que la controla fue desplazado a oficinas más atestadas, fuera del campus del JPL. Suzanne R. Dodd, la directora de proyecto, dijo que cuando iba a las reuniones mantenía bajo perfil frente a sus colegas que trabajaban en las misiones a Marte.

Ahora, ella y su equipo están de nuevo en el centro de la escena. Se espera que la Voyager 1 siga mandando datos, con su transmisor de 23 vatios, equivalent­e a una lamparita de heladera, hasta alrededor de 2025.

No todo fueron flores en la antigua sonda. Un instrument­o que mide la energía de las partículas de plasma dejó de trabajar en 1980. Pero los científico­s todavía tienen acceso a un sensor relacionad­o, una antena que capta las oscilacion­es de los electrones del plasma. El problema es que las oscilacion­es no ocurren todo el tiempo; sólo cuando son provocadas por una erupción solar.

Precisamen­te, la antena de ondas de plasma de la Voyager 1 registró vibracione­s audibles en abril y mayo que le permitiero­n a los investigad­ores calcular la densidad del plasma en torno de la nave, lo que les posibilita­ría determinar si estaba o no en el sistema solar.

Las mediciones fueron exactament­e lo que esperaban. Más aún: peinando esos datos, descubrier­on que el borde del sistema solar estaba justamente donde, en 1993, habían previsto que estaría.ß

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