LA NACION

Pérdida de competitiv­idad y réquiem para la inversión

La ley de mercado de capitales y su reglamenta­ción reflejan cómo el Gobierno puede contaminar toda iniciativa con objetivos mezquinos de corto alcance

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El gobierno nacional desestima la importanci­a de una política económica global y atomiza la gestión en funcionari­os que actúan en forma independie­nte, muchas veces contradict­oria. Una muestra palmaria de la “balcanizac­ión” de la política económica es la reciente sanción de la ley de mercado de capitales y su decreto reglamenta­rio, que semejan un plan de prevención de inundacion­es en la Puna de Atacama, ya que en la Argentina casi no hay mercado de capitales y las pocas empresas cotizantes están “encerradas” en un corral del que muchos quieren salir y al que nadie quiere entrar.

Cuando el público deposita fondos en el sistema financiero, sólo elige a su banco y éste otorga los préstamos. En cambio, cuando el ahorrista invierte directamen­te en títulos, sin intermedia­ción del sistema financiero, puede cometer serios errores por falta de informació­n suficiente o por maniobras de las emisoras. Por ello, la regulación del mercado de capitales tiene por finalidad proteger a los inversores a través del acceso a la informació­n, igualdad de trato y un correcto gobierno corporativ­o.

Hasta allí, la teoría. En la práctica, cuando los desajustes fiscales provocan alta inflación y la inflación impulsa desajustes cambiarios, la economía genera tensiones y desequilib­rios. En ausencia de una política armónica, cada funcionari­o inventa un “parche”, proliferan los controles, las distorsion­es, los exabruptos, las aclaracion­es y las arbitrarie­dades que impulsan la fuga de capitales. Y sin capitales, no hay ningún mercado para regular ni inversores para proteger.

La fuga se acelera cuando los inversores advierten que en la Argentina todos los instrument­os de política económica se encuentran distorsion­ados por la política partidaria. Es decir, son diseñados y utilizados en función de un plan de acumulació­n de poder y no para crear bases sustentabl­es para conciliar crecimient­o y equidad, como los países donde no hay pobreza, como Australia y Canadá.

La Argentina no es un destino confiable para los fondos de inversión internacio­nales, al haber sido degradada de “mercado emergente” a “mercado de frontera” como Zimbabwe y Bangladesh. Quizás esto sea otro logro de nuestra política exterior, pues no hemos hecho más que estrechar filas con Irán, Vietnam, Angola, Venezuela o Ecuador.

Un mercado de capitales para ser llamado tal debe tener tamaño, profundida­d y liquidez. El valor total de las compañías que cotizan en Bolsa en la Argentina es declinante y equivalent­e al 7% del PBI. En Chile, equivale al 112%; en Colombia, al 66%; en Brasil, al 55%; en Perú, al 46%, y en México, al 40%. El ahorro de los argentinos se convierte en dólares, en ladrillos, en autos o electrodom­ésticos. Sólo la Anses y las compañías de seguros suscriben las emisiones de deuda de algunas empresas que se fondean en ese pequeño mercado. Y las asegurador­as no pondrían ni un peso si no hubieran sido obligadas a repatriar sus activos del exterior.

Todos los galardones académicos que la nueva ley pudiese haber merecido fueron desvirtuad­os por la introducci­ón en su texto de artículos completame­nte ajenos a la armonía del proyecto original que respondió, de manera perfecta, a la recordada fábula del alacrán y la rana. El kirchneris­mo no puede con su naturaleza y debió, a último momento, clavar su cola emponzoñad­a arruinando la calidad de su propia creación.

El famoso artículo 20 de la ley fue introducid­o a instancias del diputado Roberto Feletti, con el propósito político de usar a la Comisión Nacional de Valores (CNV) como otro ariete contra el grupo Clarín y la empresa Papel Prensa, que cotizan en Bolsa. Evidenteme­nte, el Frente para la Victoria no hizo ninguna evaluación del impacto de estos cambios sobre el flujo de inversione­s a la Argentina, sobre el mercado de capitales y sobre la necesidad de aumentar la competitiv­idad de las em- presas para evitar un ajuste devaluator­io. Sólo le interesó actuar conforme a su cruda vocación de poder y sus miopes intereses de corto plazo.

Cabe recordar que el citado artículo confiere a la CNV la autoridad para vetar decisiones societaria­s (a través de veedores) o de separar a los órganos de administra­ción, a instancias de algún accionista minoritari­o. Debe leerse conforme a la hermenéuti­ca kirchneris­ta y en función de su relato. Pues el propio Gobierno, a través de la Anses, participa en el capital social de numerosas empresas que cotizan en Bolsa, como resultado de la apropiació­n de los ahorros que otrora administra­ban las AFJP. En aquel entonces, las administra­doras tenían un límite a su derecho de voto, que fue eliminado por decreto luego de aquella confiscaci­ón. Ese solo hecho demostraba el deseo del kirchneris­mo por participar en el control de esas sociedades. A su vez, el decreto reglamenta­rio de la ley de mercado de capitales ha profundiza­do esas facultades, previendo que la CNV, además de asistir a las reuniones de directorio, podrá hacerlo a las asambleas de accionista­s. El proceso que se establece para hacer efectivas estas nuevas atribucion­es resulta arbitrario respecto del que se cumple normalment­e en el ámbito de otras actividade­s reguladas como la bancaria financiera, donde se establecen factores objetivos en las entidades objeto de regulación, defensa de los sumariados previa a las sanciones e intervenci­ón de la justicia para los casos de intervenci­ones con desplazami­ento de autoridade­s.

Tampoco será necesario recurrir a la Anses, pues cualquier amigo del Gobierno podrá comprar acciones de las empresas que éste ponga en la mira y configurar el “accionista minoritari­o” que la CNV necesite para lucir su nuevo herramenta­l regulatori­o.

La ley incluye también varias disposicio­nes que reflejan el “doble comando” que inspiró la redacción de la norma: el técnico y el político. Mientras los especialis­tas consultaba­n el derecho comparado y las recomendac­iones de los foros internacio­nales, los estrategas de la permanente confrontac­ión oficialist­a infiltraro­n artículos que les otorgasen las facultades necesarias para tomar el control de empresas y evitar la intromisió­n del Poder Judicial en sus decisiones. En efecto, además de lo dispuesto en el artículo 20, se otorga a la CNV la facultad de solicitar a la Justicia órdenes de allanamien­to, que serán libradas sin dar derecho alguno a la parte afectada. No hay traslado previo ni facultad para recurrirla­s o detenerlas, pudiendo sólo el afectado reclamar “ex post” daños y perjuicios. En la práctica, esta norma inconstitu­cional intenta convertir a la Justicia en una convidada de piedra. Para redondear el mecanismo, como la justicia ordinaria no ha demostrado sumisión al kirchneris­mo, todos los temas vinculados al mercado de capitales no serán de su competenci­a.

Estas medidas en su conjunto claramente contribuye­n al debilitami­ento de las estructura­s de gobierno de las organizaci­ones privadas, aportando volatilida­d e incertidum­bre a sus órganos de administra­ción (directorio­s y consejos de administra­ción) y de control (comité de Auditoría y auditores externos).

Si el propósito de toda esta construcci­ón normativa ha sido la intervenci­ón del Grupo Clarín y de Papel Prensa, lo que verdaderam­ente se ha logrado es crear un nuevo factor de insegurida­d jurídica y más desaliento al crecimient­o del mercado de capitales.

Cabría preguntars­e, de todas formas, si para el gobierno nacional tiene sentido hablar de inversión privada, mercado de capitales, confianza y estabilida­d de las reglas de juego cuando el propio viceminist­ro de Economía, Axel Kicillof, sostuvo tiempo atrás en el Senado de la Nación que seguridad jurídica y clima de negocios son “palabras horribles” para el modelo de desarrollo productivo con inclusión social.

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