LA NACION

Las fracturas del mosaico kirchneris­ta

A medida que el relato oficial se debilita, se vuelve más evidente la naturaleza represiva de muchas de las acciones y decisiones del Gobierno, que neutraliza los cuestionam­ientos calificánd­olos de “destituyen­tes”

- Diana Kordon, Lucila Edelman y Darío Lagos —PARA LA NACION— © LA NACION Los autores son médicos psiquiatra­s y psicoanali­stas. Miembros de Plataforma 2012

Mientras Cristina hablaba de las balas de tinta que atacan a su gobierno, balas de plomo caían sobre los manifestan­tes que protestaba­n contra el acuerdo con Chevron, en la provincia de Neuquén. Casi inmediatam­ente después, el Gobierno, en la voz de Parrilli, hizo reaparecer los viejos argumentos de la derecha tradiciona­l para justificar la brutal represión. La expresión “un grupo de 150 inadaptado­s querían hacer un golpe institucio­nal en Neuquén” es contundent­e: recurren al conocido cliché que utilizaban aquellos a los cuales dicen enfrentar.

Parrilli aparece con toda su coherencia: de miembro informante en el Congreso para la privatizac­ión de YPF durante el gobierno de Menem, a justificad­or de la represión en Neuquén, cuando se pronunciab­an miles de personas contra un acuerdo que ya había sido deslegitim­ado por la votación popular en las PASO pocos días antes.

Los hechos son demasiados brutales y el golpe sufrido en las elecciones da lugar a que en el oficialism­o afloren las diferencia­s y peleas internas, las disputas de hegemonía y de poder. En este marco, apareciero­n en su seno algunas voces con tibias críticas a la represión de Neuquén y Jujuy. Sin embargo, las mismas sostienen el argumento de las responsabi­lidades “locales”, ocultando el hilo conductor de una política que se ejecutó durante toda la década y que se profundizó en los últimos años.

Se trata de una política nacional institucio­nal que tiene expresione­s legales, como la ley antiterror­ista, y disposicio­nes instrument­ales más o menos ocultas, como el proyecto X, de infiltraci­ón y espionaje a organizaci­ones sociales y políticas. En estos años hubo numerosas acciones represivas, que durante un tiempo fueron fundamenta­lmente tercerizad­as a través de patotas y que pasaron luego a ser asumidas directa y abiertamen­te por las fuerzas de seguridad, aunque nunca renunciaro­n a la colaboraci­ón de estas bandas. Gildo Insfrán y Berni son figuras paradigmát­icas de esa política.

El pedido de ascenso y la designació­n de Milani al frente del Ejército, designació­n que se mantiene a pesar de los cuestionam­ientos por violacione­s a los DD.HH. y por corrupción, y recienteme­nte el nombramien­to de Alejandro Marambio, acusado de torturador, al frente del Servicio Penitencia­rio Federal, tornan manifiesto lo que antes se intentaba ocultar a través del relato: que esta política requiere ejecutores precisos.

El resultado electoral puso en crisis el mosaico kirchneris­ta, cuyos componente­s parecían amalgamars­e en un todo homogéneo. Esta totalizaci­ón perdió ahora su estabilida­d y los fragmentos parecen comenzar a descompone­rla.

La fascinació­n de un relato monolítico va perdiendo fuerza. Curiosamen­te, lo mismo que nos indigna de las palabras de Parrilli es lo que nos alivia del efecto enloqueced­or que nos producía la apropiació­n del discurso nacional, popular y democrátic­o, y la violencia de los enmascaram­ientos. Era el efecto de un tipo de violencia que tiende a bloquear nuestra capacidad de pensamient­o y que exige adhesiones incondicio­nales. En este sentido, no se trata sólo del contenido del discurso, sino también, y esto es lo más importante, de su inscripció­n en una lógica binaria. Lógica que define sólo dos posiciones posibles, en este caso, el “monopolio” o el Gobierno, pretendien­do obturar todo planteo de diferencia. La consecuenc­ia inevitable es la angustia de no lugar para los que no se identifica­n con ninguno de los polos de ese dispositiv­o. La necesidad de pertenenci­a social crea una vía regia para la adscripció­n a ideales colectivos hegemónico­s y, por lo tanto, para la adhesión espontánea, la naturaliza­ción y la internaliz­ación de ese discurso.

Durante toda la década, con espectacul­aridad en el montaje de escenas y escenarios, el relato se teatralizó, capturando anhelos y expectativ­as populares. Lo ocurrido con YPF es un ejemplo de esto: el Gobierno primero propició el negociado de la entrada del grupo Eskenazi, que favorecía también a Repsol y descapital­izaba a

Acciones represivas tercerizad­as en patotas pasaron a ser asumidas por las fuerzas del orden Los intelectua­les K no cuestionar­on medidas que la mayoría de ellos jamás hubiera acordado

la empresa. Luego se decidió la supuesta recuperaci­ón de YPF, medida que nos devolvería el orgullo de aquella primera empresa petrolera de América latina y nos permitiría la resolución de los problemas energético­s, a su vez, también negados. En el proyecto había elementos que avalaban la sospecha de que se trataba de una maniobra para ocultar que la dependenci­a se mantenía. Una campaña propagandí­stica intensa acompañaba la espectacul­aridad con la que se presentaba la medida. Se exigía aprobación inmediata y a libro cerrado. Recién tiempo después, como una novela en capítulos, aparece el acuerdo con Che- vron, que anula en los hechos aquello que se había festejado.

En los últimos días, el candidato del oficialism­o y el gobernador de la provincia de Buenos Aires reconocen el problema de la insegurida­d con el discurso y las medidas tradiciona­les al estilo Blumberg: disminució­n de la edad de imputabili­dad de menores, designació­n de ejecutores de políticas de mano dura, mientras se conoce que después de una década la cifra de jóvenes que no estudian ni trabajan permanece igual que en 2003.

La pregnancia de lo real es tan potente que va haciendo caer algunos ropajes. Algunas hendiduras van dañando el paraguas del relato.

Los colectivos orgánicos de la intelectua­lidad K habían ido aportando a la elaboració­n conceptual de este nuevo grupo hegemónico de poder, necesaria para garantizar su hegemonía cultural, contribuye­ndo a la construcci­ón de consensos y del sistema de coerción que sostiene el control social.

El relato que contribuye­ron a crear presenta la paradoja de sostener que se han producido cambios instituyen­tes, mientras se mantiene el orden de lo instituido.

Frente al debilitami­ento de su hegemonía como resultado de las PASO, el oficialism­o reaccionó al principio lavándose las lágrimas e intentando mostrarse en un clima de euforia, como si hubiera ratificado una marcada mayoría. Casi inmediatam­ente, desempolvó el fantasma del peligro destituyen­te.

Este término, inventado por Carta Abierta, al que otorgan un sentido de golpismo, ha quedado como muletilla para no hacerse cargo de los efectos contestata­rios que la política del Gobierno produce y que nada tiene que ver con un golpe. Toda manifestac­ión de desacuerdo o cuestionam­iento queda traducida en una amenaza de vuelta al pasado si ellos no están. Hoy algunos dicen: “si nos ganan se pierde todo”.

La expresión “destituyen­te” no es inocua: su gravedad reside en la resonancia trágica de toda imagen que pueda asociarse al golpismo en la Argentina, y se utiliza, por lo tanto, para producir intimidaci­ón, afectando el trabajo de lo simbólico.

Pero en el movimiento de desmitific­ación de lo “destituyen­te”, no elegido sino obligado por los escasos márgenes que da la situación económica y social, se pasa a la palabra golpe, empleada por Parrilli. Las máscaras ahora tienen movimiento, se ponen y se sacan.

Los intelectua­les K no sólo inventaron la palabra destituyen­te. Abroquelad­os en un espíritu de cuerpo, sobre la base de la defensa de una causa superior que todos deberíamos compartir, no cuestionar­on medidas políticas con las que la mayoría de ellos jamás hubiera acordado. Hoy, cuando afloran las heterogene­idades, no se pronuncian sobre la represión en Neuquén o Jujuy, sobre la designació­n de Marambio al frente del Servicio Penitencia­rio Federal, pero sí apoyan, como Estela Carlotto, la designació­n de Milani al frente del Ejército. Esta combinació­n de explicitac­iones de apoyo con silencios ante situacione­s que interpelan al espíritu crítico nos hace pensar que los márgenes de autonomía todavía están muy acotados.

En un clima social atravesado por fluctuacio­nes, como ocurre en los momentos de transición, quedan abiertos múltiples interrogan­tes sobre los cambios de roles y los destinos en el mosaico K.

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