CualQuier cosa buena, japÓn la merece
Los alemanes son distantes, los franceses, arrogantes, los italianos, temperamentales... Los estereotipos sobre la gente son arbitrarios, así que cuando se puede es divertido comprobar cuánto contienen de verdadero y cuánto de fábula. Los que pintan a los japoneses como anor
malmente respetuosos, desmedidamente serviciales, de mito no tienen nada. Son descarnadamente ciertos.
Uno puede asegurarlo porque le tocó, por las cosas de este oficio, verificarlo en carne propia, con un puñado de anécdotas. Como la de un equipo argentino que hace varios años competía allí y que, como todas las delegaciones, tenía asignada una persona cuya misión era acompañarlo a todos lados. En este caso, una señorita que debía cuidar de dos cosas: que a los visitantes no les faltara nada y que cumplieran con los compromisos marcados por la organización. Pero –argentinos, al fin– alguien se demoró en alguna parte y no aparecía en la estación del tren (había que tomar el “Shinkansen”, el famoso tren bala, un servicio ferroviario que al lado de lo que conocemos aquí sería como comparar a la NASA con un laboratorio escolar). Pues bien, el viaje se había armado con tanta antelación que podía escaparse un tren sin que eso fuera un problema, pero la chica lloraba de angustia.
Otra vez, el enviado se encontró en la necesidad de esperar un ómnibus en una isla. Un poste indicaba los precisos horarios en que el transporte debía pasar por ahí, pero el camino era tan desolado que esa tablita precaria parecía una broma mala. Un minuto antes del horario escrito, un punto se movió en el horizonte. Terminó siendo el autobús. Existe una leyenda sobre la ilimitada hospitalidad de los japoneses, que cuenta que si usted se extravía allí en una calle, cualquiera a quien le pida ayuda abandonará lo que esté haciendo y lo acompañará hasta asegurarse de haberlo orientado. A quien esto escribe le pasó exactamente eso. La caminata duró un par de cuadras, pero la sensación fue que si eran diez, daba lo mismo.
Hay quienes rechazan esa idiosincrasia porque la ven como una docilidad exagerada, un tipo de sumisión. Son puntos de vista. Pero deberían explicar cómo es que un pueblo y una nación tan “sumisos” mantienen una preponderancia política y económica tan fuerte, incluso después de haber soportado varias de las calamidades más crueles que el mundo conoció en el último siglo. Sin el hábito de la queja y empujados por un espíritu de supervivencia incomparable. ¿Recuerda aquellas dos fotografías de la ruta destruida y asombrosamente reconstruida unos pocos días después del terremoto de 2011?
El COI les acaba de asignar la organización de los Juegos de 2020. Puede verse como un compromiso o como un reconocimiento. O como las dos cosas. Como sea, cualquier cosa buena, Japón la merece. Estratégicamente distribuidos, seis o siete “Japones” harían del mundo un sitio más amigable y civilizado.ß