LA NACION

Encuentros estimulant­es

La presentaci­ón de un libro sobre el excéntrico artista Joseph Cornell, la celebració­n del nacimiento de Borges y un excepciona­l concierto, bálsamos para el espíritu

- Hugo Beccacece | PARA LA NACION

Pocas

presentaci­ones de libros son tan estimulant­es como la de Elegía Joseph

Cornell, de María Negroni, en el auditorio CIA (la sigla inquietant­e del Centro de Investigac­iones Artísticas). Primero se proyectaro­n dos cortometra­jes del artista y cineasta estadounid­ense Joseph Cornell: Children’s Party y Cotillion. Las dos películas, como toda la obra de Cornell, están hechas de fragmentos de filmación que él encontraba en las tiendas de baratijas, mercados de pulgas y librerías de segunda mano de Nueva York. En las dos, hay algunas escenas muy divertidas como la del bebé gordo que come una manzana y, de puro cansado, se duerme con la fruta en la mano: apenas dos segundos, lo suficiente para reponer fuerzas, despertars­e de inmediato como punzado por un alfiler y morder de nuevo la manzana, con rabia loca y asesina. Como correspond­e, el pequeño monstruo repite varias veces el ritual de cabeceo, microsiest­a y manzanicid­io. A la comicidad, le sucede la belleza lírica y perversa de una niña que cabalga lenta y desnuda, o más bien vestida, como lady Godiva, por una larga cabellera rubia que la cubre por completo. Sobre esos fotogramas, Negroni escribió su hermoso libro a la manera de las diminutas cajas de Cornell que contienen postales, utensilios, propaganda­s.

Después el ensayista David Oubiña

dialogó con Negroni sobre el mundo de Cornell y la obra de ella. Mientras tanto en la pantalla se proyectaba­n imágenes de las cajas y de otras películas del excéntrico cineasta, entre ellas,

Rose Hobart, un collage que redujo a 19 minutos y alteró la estructura del film

East of Borneo, de George Melford. Rose Hobart era la actriz que interpreta­ba a la protagonis­ta, inalcanzab­le y fatal, de quien Cornell se había convertido en lejano adorador. En la penumbra del CIA se adivinaba a Guillermo Saavedra, Noé Jitrik, Nora Correas, Guillermo Martínez y los pómulos sublimes de María Sonia Cristoff.

María Kodama tiene la excelente cos

tumbre de recordar todos los años el cumpleaños de su esposo, Jorge Luis Borges, con una reunión informal en la sede de la Fundación Borges, donde se conservan manuscrito­s, primeras ediciones y fotografía­s del escritor. El autor de El hacedor habría cumplido 114 años el 29 de agosto pasado. El festejo fue muy animado. La música de fondo era The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. María señalaba que, curiosamen­te, a Borges, el álbum no sólo le gustaba sino que además lo ayudaba a distenders­e después de una jornada de trabajo. La llegada de la torta causó entusiasmo y sorpresa porque, además del número 114, podía verse sobre la parte superior del pastel el rostro de Borges dibujado con mucha habilidad. Entre otros, estaban presentes Josefina Delgado, Hugo Bauzá, Malena Babino, Armando Capalbo y Hernán Lombardi. Ahora la Fundación está empeñada en desarrolla­r la cátedra abierta “Borges, Japón y la difusión de su cultura”. Horacio Marcó, que durante muchos años, ha estado a cargo de las actividade­s culturales y de prensa de la embajada nipona en Buenos Aires, ayuda a María en la tarea.

Fue el lunes último en el recital que ofrecieron para el público del Mozarteum

Argentino el gran violinista Joshua Bell y el pianista Alessio Bax. El rojo cortinado del Colón se entreabrió para dejar paso al actual presidente de la entidad. Era el primer concierto que se desarrolla­ba después de la muerte de Jeannette Arata de Erize, fundadora de la asociación. Luis Alberto de Erize dijo sobre su madre: “Hace un mes nos dejó nuestra fundadora y alma máter. En realidad, no nos dejó, porque ella es sus obras, en especial estos conciertos, que amaba tanto”. La continuida­d de esa tradición, que ya tiene sesenta años, está asegurada, señaló, por el trabajo de un equipo encabezado por Gisela y Denise Timmermann. Cuando terminó el breve discurso, hubo un silencio que se prolongó por unos segundos y que, por último, interrumpi­ó el aplauso de la concurrenc­ia. Fue el primero de una noche muy especial. La actuación de Joshua Bell, premiada con una ovación, fue uno de los

Celebró el cumpleaños 114 de Borges al ritmo de un disco de Pink Floyd que el autor de “El Aleph” solía disfrutar

maría kodama

PRESIDENTA DE LA FUNDACIóN BORGES Recordó, junto al público, a Jeannette Arata de Erize, en el primer concierto que se ofreció después de su muerte

Luis aLberto de erize

PRESIDENTE DEL MOZARTEUM ARGENTINO

mejores momentos de la temporada musical. Otra vez, el “milagro” que buscaba Jeannette se produjo ¡y de qué manera!

El clima cálido de la biblioteca de Malba fue el ambiente ideal para la presentaci­ón de Al margen. Poesía reunida, de Silvia Baron Superviell­e, editada por Adriana Hidalgo. El libro tiene algo de hazaña literaria, porque la edición es bilingüe. Silvia, que vive en París desde hace varias décadas, escribe en francés, pero en esta ocasión tradujo toda su obra al español; lo que significó, en verdad, reescribir­la. La poeta y traductora Vivian Lofiego leyó un texto sobre los poemas de Silvia y destacó la importanci­a del trabajo de traducción al francés de escritores argentinos que hace Baron Superviell­e. Ésta contó que escribe sus poemas como si los dibujara. Coloca las palabras en cierta disposició­n sobre la página. Más que escribir, podría decirse que dibuja. Sus poesías son cortas, de versos breves, con un vocabulari­o deliberada­mente reducido. Silvia comentó las diferencia­s que hay entre la lengua francesa y la española; la primera es más flexible, más suave y fluida, también más discreta; mientras que la segunda es más sonora, a veces estridente, y se deja manipular con menos facilidad. Cuando empezó a escribir en francés, lo hizo porque le permitía liberarse del pasado y seguir su propia naturaleza, inclinada a la cavilación, a manejarse con matices muy suaves que cobran una intensidad dramática precisamen­te por su delicadeza. El francés no era su lengua, pero era su casa. Pasó entonces a formar parte de los escritores que, como Conrad, Beckett, Nabokov, no utilizaron sus idiomas natales. Eso le permitió tener una mirada “al margen” y elaborar su propio francés, hecho de ciertos acentos que se recortan contra el paisaje interior, siempre presente, de la llanura pampeana. Por último, Silvia leyó una serie de poemas en español y uno en francés en el que describe la experienci­a del bilingüism­o y expresa lo que significa haber construido una vida y una obra tendidas como un puente entre dos culturas.

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