LA NACION

Mondongo Perder prejuicios

El grupo integrado por Juliana Laffitte y Manuel Mendanha defiende el trabajo en equipo

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“L as ideas no tienen dueño”, opina Manuel Mendanha. Y señala un esternón que realizó con monedas junto a su mujer, Juliana Laffitte, inspirado en un libro que les regaló el escritor Rodolfo Fogwill. Casados desde hace 14 años, ambos fundaron en 1999 el grupo Mondongo con la artista Agustina Picasso. Aunque ella vive hoy en Los Ángeles, aseguran que sigue integrando la “familia”.

“Crear algo es algo amistoso –sostiene Mendanha–. No solamente con los amigos vivos y con la gente que uno decide trabajar, sino también con el pasado. Formamos parte de una especie y los logros previos también nos pueden servir. Es un diálogo constante. El hecho de ser muchos nos permitió perder los prejuicios de la propiedad intelectua­l y de la autoría única de la obra. Del ego.”

Si bien se consideran pintores, los integrante­s de Mondongo se hicieron conocidos a nivel internacio­nal por expandir los límites de la pintura al explorar con materiales poco habituales: desde pan y cigarrillo­s hasta chicles y carne disecada. Incluso se atrevieron a retratar a la realeza española con espejitos de colores.

El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires expone hasta el domingo su producción reciente. Allí están el esternón, los retratos con hilo al estilo impresioni­sta, las cajas de luz con superficie­s tridimensi­onales y la obra que se llevó todos los aplausos: una enorme instalació­n realizada en plastilina, que recrea con relieve un paisaje de Entre Ríos y demandó cuatro años de trabajo.

Son 15 paneles que crecieron sin fecha límite ni destino cierto, en paralelo a doce calaveras también creadas en plastilina. Este material probó ser muy flexible: puede funcionar como pintura –derretido y trabajado con espátula–, moldearse para dar vida a las pequeñas piezas de una obra más grande o ganar tres dimensione­s hasta convertirs­e en escultura, sobre distintos soportes.

Ellos mismos encargan siete colores básicos, que Alba fabrica con pigmentos de óleo y les envía por toneladas. Luego los mezclan a mano e improvisan formas en torno de un tema. Junto con tres asistentes, sobre bocetos desarrolla­dos en la computador­a, a pocos pasos del Jardín Botánico trabajan ocho horas por día con música de fondo, casi sin hablar. Las series llegan a su fin cuando se aburren, cuando ya no sienten que algo es “auténtico”.

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