Selva oscura
Habitantes de una sociedad degradada, los personajes de Germán Maggiori están suspendidos en la autodestrucción
En mayo de 2001, el argentino Germán Maggiori ganaba, con Entre hombres, el concurso internacional de novela por Internet La Resistencia/Alfaguara. Era su ópera prima. Hasta entonces sólo había publicado algunos cuentos, uno de ellos incluido –referencia insoslayable en su currículum– en la reedición de 1999 de la antología de literatura policial Las fieras, elaborada por Ricardo Piglia. A los treinta años, Maggiori, odontólogo y docente de la Facultad de Odontología de la Universidad de Buenos Aires, sorprendía con un policial negro que construye una historia violenta con la atmósfera de corrupción y desenfreno de los años menemistas, en la que no faltan policías corruptos y cocainómanos desorbitados, políticos enfiestados y delincuentes de los bajos fondos del conurbano bonaerense. Entre hombres pasó inadvertida, quizá menos por el inmediato derrumbe económico de diciembre de 2001 –que la condenó a mesas de saldos– que por las condiciones de recepción, que no estaban del todo dadas. Vertiginosa, brutal, con imágenes perturbadoras y un humor excepcional y corrosivo, la novela de Maggiori va a encontrar hoy, al ser reeditada, los lectores que antes no tuvo. Y tan fascinante y recomendable como ese policial resulta Poesía estupefaciente, que reúne nueve estupendos relatos. Los protagonistas son, en su mayoría, cocainómanos a veces rehabilitados, paranoicos adictos a cualquier químico, “un puñado de criaturas atormentadas que cultivan el sádico rito de la inmadurez perpetua”. Sujetos degradados en una sociedad degradada: han atravesado un límite y están suspendidos en una zona de autodestrucción en la que se mueven “víctimas de los excesos propios y ajenos, miembros de una generación dada por vencida”.
El exceso, el descontrol, la serie de acumulaciones y la hipérbole son los recursos visibles en todos los niveles: las historias, el lenguaje, los personajes. El estilo ágil, el humor ácido, las escenas procaces, las frases provocadoras atrapan al lector desde el comienzo. En “De Revolutionibus Orbium-Coelestieum”, Camaleón, un adicto recuperado en una granja en la que “no hay nada que hacer aparte de acariciar conejos y curtir falopas caras y muy cortadas”, le refiere al protagonista –limado y paranoico– la historia de su conejo Punky mientras juegan al pool. En “Pastillas” el protagonista come Whiskas sabor cóctel de pescado, toma anís y, totalmente empastillado y perdido, deja el auto a un costado de la ruta para buscar una clínica oncológica y se pierde. “El baterista invisible”, un rockero obeso con cara de sapo reventado por el hipertiroidismo, pelo largo y babuchas sale de una fiesta e ingresa en una situación delirante, digna de Tarantino y del pulp fiction. En “La campaña del noventa y tres” hay un grupo de coordinadores de viajes estudiantiles que experimentan su primera aventura en el mundo adulto de los negocios, “un sueño colosal que involucionó en pesadilla casi sin que nos diéramos cuenta”. “Emú 2047” narra las peripecias en Australia de Kurt Sealow, uno de los integrantes de la expedición contratada por una revista científica que sale a buscar y fotografiar emúes, en franca extinción.
Con finales inesperados, o con aire de clausura más que de cierre, los relatos hablan de la descomposición del sistema desde adentro: nadie está a salvo del otro ni de sí mismo. Las acciones se suceden vertiginosas, estrafalarias, rocambolescas. El límite entre la realidad y la fantasía suele desdibujarse, o se construye una cruda realidad en clave de cuento maravilloso, como en el conmovedor y brutal relato “La pera mágica”, en el que un niño pide deseos para que todo sea diferente. Es difícil no perturbarse con los personajes de Maggiori, seres en la mitad del camino de sus vidas en la selva oscura, espesa, de lo real. Y es imposible no rendirse ante la solidez de las tramas, el trabajo de la escritura, la lucidez y el humor que suele tener la buena literatura.