Inflexiones de nuevos dramaturgos
Las obras de cinco participantes del taller de dramaturgia de Daniel Dalmaroni integran Disonancias dramáticas. En el prólogo, el autor de El secuestro de Isabe
lita presenta a los autores, todos ellos con trabajos previos en el teatro, la narrativa, la investigación o el cine. Si bien se apunta la influencia del lenguaje audiovisual en el teatral, con inflexiones formales (las series televisivas) o temáticas (las familias excéntricas, la fábula política), también se advierte en las obras un rescate –una lectura– de la tradición local. Esto último sucede en Ya no tengo más problemas, de María Rosa Corrales (1960), que desarrolla núcleos de la obra Años difíciles, de Roberto Cossa, y en Cuánto es mucho para
mamá, de Clara Anich (1981), ambientada en un velorio, en la que resuenan ecos de las piezas de Claudio Tolcachir o de Maruja Bustamante.
De acá no se va nadie, de Alejandro Brandes (1961), un episodio costumbrista en un restaurante porteño de “cocinafusión” (eufemismo para designar mezclas de sushi con humita o choripán con chucrut), gira al delirio paranoico. En
Paraíso a la carta, de Paula Casal (1981), prospera una escena de espera burocrática de dos almas en el más allá. Por último,
El general de las hormigas, de Esteban de Gori (1973), quizá la más “disonante” de las obras, recurre a un episodio de la historia salvadoreña reciente para plasmar una metáfora sobre las dictaduras militares, el poder chiflado y la obediencia civil. ß