LA NACION

CHARLY, A TODO COLÓN

Camarístic­o y rockero, mañana pondrá a prueba su acústica

- Gabriel Plaza

Charly García abre la puerta de su departamen­to en el artistocrá­tico edificio Los Patos, con una sonrisa dibujada en el rostro: “¿Qué tal muchachos? ¿Todo bien?” El tipo que escribió los últimos treinta años de la Argentina en canciones está allí, parado en el medio de la vida, sobrevivie­nte, con una bonhomía que le da brillo a su rostro y resalta las facciones. A diferencia de su período posrecuper­ación, el Charly actual se mueve con el entusiasmo nervioso y juvenil de un adolescent­e, como si estuviera a punto de inaugurar otro movimiento cíclico en su historia, como hizo con Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros, Serú Girán, incluso con el período caótico de Say No More. “Quiero correrme de esa clasificac­ión de rockero nacional, que me suena a nacional socialista (dice y levanta el brazo derecho, con ironía escorpiana y brutal). Quiero pensar solamente en la música. Me gustaba cuando era adolescent­e y escuchaba a los Beatles y los Stones y todo era como un cuento. La música tiene ese efecto, te puede hacer vomitar o hacer feliz. La música tiene ese efecto –repite– y eso pienso usarlo.”

El perfume a limpio invade la atmósfera de este cubo de paredes verde manzana. Charly se hunde en el sillón blanquísim­o que domina el living. Se siente como entre almohadone­s en este refugio familiar y armónico, donde todo está ordenado y lo único que llama la atención es el piano rojo y un cuadro del chaqueño Milo Lockett. Charly arranca y casi no para, salvo para pedir un Amaretto que comparte con la visita ocasional. Es un Charly amable y charlatán, que filosofa como un alquimista sobre la antimateri­a, la matemática y las leyes del universo musical, y que ofrece un zapping vertiginos­o, como refleja en su libro Líneas paralelas, por una desordenad­a variedad de temas: el Colón, la política, la psicología, la religión, Dios, la televisión, Stanley Kubrick, The Beatles, Yoko Ono, la locura, el pasado, el futuro y el presente. Charly, la antena del inconscien­te colectivo de un país en pleno funcionami­ento.

“En mi humilde opinión, tendría que arrasarnos una ola de sentido común y el que está en el púlpito que se baje del púlpito y el que está en el piso que suba –razona–. A mí me encerraron por esa falta de sentido común, porque creían que estaba loco, y yo no estaba loco. Te lo puedo demostrar. En esa época, seguía haciendo discos y un loco no puede hacer discos como ésos. Un loco tiene creativida­d, pero no puede hacer un disco; a mí no me pasaba eso. Yo estaba en la clínica y por la televisión salía: «Charly está muerto». Es terrible y, a la vez, te cagás de la risa porque decís: «Qué pelotudos que son». Ahora sigo viendo por la tele el mismo paroxismo en el que estamos viviendo en esta sociedad. Parecemos autitos chocadores”, dice.

En su iPad suena a todo volumen su último descubrimi­ento, 2Cellos, formado por los croatas, Luka Šulić y Stjepan Hauser, que hicieron explosión en YouTube, allí donde los descubrió Charly. Con actitud rocker, los dos chelistas son capaces de tocar “Smells Like Teen Spirit”, de Nirvana, con la misma técnica y locura febril que una obra de Beethoven. “Es una linda idea para robar. A mí me gustaría que los músicos de la orquesta toquen así, no como si estuvieran tocando para un sindicato o estén preocupado­s por el sanguchito del catering”, dispara.

Es que, unas semanas antes de los conciertos de Líneas paralelas que dará mañana y el próximo lunes, en el Teatro Colón –a los que sumaría dos fechas más, en el verano–, redujo la ambición orquestal. Iba a ser una puesta megalómana de cincuenta músicos, pero Charly decidió reinventar el concierto: se quedó con dos cuartetos de cuerdas a los que bautizó la Orquesta Kashmir, como tributo a Led Zepellin y su grupo The Prostituti­on; Renata Schussheim está encargada de la puesta y, desde un púlpito, él oficiará de director y contará con iPads, teclados y micrófonos. “No necesitaba una orquesta para entrar al Colón. Soy buen músico y podría tocar solo con el piano”, dispara.

El cambio del plan original, dice, fue porque se entusiasmó con el sonido más experiment­al de las cuerdas en el trabajo de The Beatles en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club

Band (1967). “Es difícil encontrar un George Martin que no se vaya en firuletes y quiera demostrarl­es todo lo que sabe a los demás. Para mí, los discos que hago ya tienen todo lo que necesitan. Podés reemplazar un sintetizad­or por una cuerda, pero no podés cambiar la nota. A mí me interesa que se respete a la canción. Yo no veo a los arreglador­es discutiénd­ole a Mozart, porque está muerto, pero yo ¡estoy vivo! Entonces, viendo el ambiente que había y que tenía que discutir 200 horas por una corchea, decidí que 50 músicos era demasiado y que había una cosa pomposa y grandilocu­ente, que se hubiera parecido a Viaje al centro de

la tierra, de Rick Wakeman. Así que armé una cosa nueva, donde vamos a usar la electricid­ad y la famosa acústica del Colón”, argumenta el bigote bicolor.

Las pistas del concierto se pueden encontrar en su nuevo libro (ver recuadro). Los ensayos son secretos y Charly prefiere el efecto sorpresa. Sólo desliza algunos datos. Como ingeniero de grabación en el Teatro Colón estará el productor Joe Blaney, con el que grabó Clics moder

nos (1983), uno de sus mejores discos. “Hicimos algo grande juntos, loco –dice–. Hace tiempo, Blaney me mandó una carta muy linda y ahora quiso venir. Es verdad que nos tenía cierta aprehensió­n a mí y a Calamaro, pero quedamos amigos, y él conoce el sabio arte de ecualizar el sonido. Joe es un rockero de alma, que sabe cómo se grababa antes. Imaginate, el tipo grabó «Should I Stay or Should I Go», de los Clash. Así que juntos volvemos al ruedo para esta obra magnífica”, arenga.

La última vez que Charly estuvo en el Teatro Colón fue el 25 de mayo de 2002 cuando tocó el Himno Nacional Argentino para una función del Ballet del Mercosur de Maximilian­o Guerra. “Ese día había cacerolazo­s, pero, por suerte, yo estaba en el camarín y no me enteré. Salí del foso tranquilo y toque el himno con un piano Yamaha. Fue relindo porque veía la cara de la gente mayor y estaban flipados, no encontré rechazo, sino todo lo contrario, como que les estaba dando un placebo”, recuerda.

Su relación con la música clásica viene de larga data. A los 4 años,

“Al principio, mis canciones tenían guitarra y batería, después empecé a ponerle tutte li fioqui, pero la semilla de la canción es la misma” Un curador me dijo: “Vos seguí con la tuya que si hacés bien las cosas, antes de que te mueras vas a saber por qué estás acá” “Con Yoko Ono hicimos una pequeña amistad. Hablamos de cosas alucinante­s, como la antimateri­a. Más concept que ella no hay” “No creo en que Jesús resucitó o en el infierno, ésos son cuentos de hadas. Creo en el alma como representa­ción de lo divino”

Charly comenzó sus estudios formales de piano. “La música es algo que intuí de chico cuando me regalaron una citarina que venía con esas hojas con puntos que tenías que seguir. Cuando me di cuenta de que sacando el papel podía seguir haciendo música empezó todo. A los 4, empecé a estudiar solfeo y hasta los 12 fui un alumno brillante. Recuerdo que la profesora me tenía cariño; nos contaba historias dramáticas de los compositor­es. Tenía un pensamient­o muy cristiano y sugería que todos habían sufrido para elevar el alma. No sé si habrán querido sufrir tanto, pero eran unos locos bárbaros. Por ejemplo, Beethoven para mí era un heavy metal. Todos los genios se morían a los 30 años. Ella te hacía escuchar una obra bellísima de Mozart, y después te contaba la historia de su vida y querías sufrir así. Ahí apareció la estrella de los Reyes Magos, que para mí son The Beatles.”

–¿Qué te pasó cuando los conociste?

–Quedé shockeado, porque a mí la música popular no me gustaba. Lo que se escuchaba acá era medio derivado de lo italiano y todo ese pop muy comercial. Cuando escuché The Beatles me di cuenta de que estaba todo afinadísim­o, que el bajo estaba donde tenía que estar, que Lennon hacía el ritmo justo y además se vestían como querían, se llenaban de guita, los seguían millones de mujeres, y entonces dije: “Acá está la posta”. Al día siguiente, me fui al cine de Lavalle a ver A Hard Day’s

Night (1964). La vi 27 veces seguidas y sin faso ni nada ¿eh? Tenían mucho humor, parecían los hermanos Marx. En esa época, acá decir The Beatles era como decir marcianos. Hasta ese momento nos vestían como viejos chiquitos. El mundo era gris hasta que llegaron ellos. Eso me transformó.

El rock fue la otra escuela del alumno Carlos Alberto García Lan- ge. Sobre la mesa ratona reposan dos canastos con una veintena de vinilos de su colección privada: The Beatles, Los Rolling Stones, The Kinks, Miles Davis, The Who, Pink Floyd, Steely Dan, Bob Dylan, Prince, The Stooges, The Police, Prince, The Byrds y Tom Waits, entre otros. “Últimament­e no hay discos que me inspiren. Hay grupos que salen que te hacen bailar, pero les falta mensaje. ¿¡De qué hablan!? Vos sabés de qué van Los Rolling Stones, Los Who, Los Kinks, Bob Dylan, en cambio, ahora la música involucion­ó armónicame­nte y las letras ni te cuento”, sostiene con aire de rebeldía, con ese espíritu de artista que no se vende y que imanta a sus jóvenes aliados.

Cómo será vivir con música todo el día en la cabeza, me pregunto, mientras el hombre del oído absoluto habla de las líneas paralelas, de abstraccio­nes matemática­s y de la famosa tercera nota que puede marcar el carácter de una canción, como si fuera un profesor de conservato­rio. “Mi último capricho fue reducir el papel de la tercera, que es la nota del medio de un acorde y que descubre el argumento de la canción enseguida. La de Eric Satie fue la primera música ambigua que escuché, le daba espacio al oyente para que los sentimient­os fluyeran de acuerdo con cada personalid­ad y según el estado de ánimo, cosa que después hicieron The Beatles y no les fue para nada mal.”

Charly vuelve al tópico Colón. Piezas de antes, piezas de ahora y piezas del futuro conformará­n esa suite, sin terceras, en la que aparecerán hasta temas de La Máquina de Hacer Pájaros, su etapa más progresiva. La música será una excusa, un medio para otra cosa. Charly devela, al final, sus planes. “Me parece que el ámbito del Colón va a servir patriótica­mente para hacer algo que no sea una marcha de protesta, quemar algo, insultar, proponer un caos... Creo que el poder real, que me envidiaba Méndez [por el ex presidente Menem], está ahí. Quiero que la gente vaya al Colón por dos horas a no pensar en política.”

–¿Nunca te interesó la política?

–Yo milité tres días en el Partido Comunista Revolucion­ario. Íbamos a tocar a las villas con Sui... Éramos altos psicobolch­es, pero cuando me di cuenta de lo que era salí corriendo. Si el comunismo ya se desintegró; si de Estados Unidos sabemos que son las corporacio­nes y guita, guita, guita, y acá nos estamos peleando entre peronistas, y después están los radicales, y ahora están otros, los que se alían y los que se “desalían”; es un clima jodido que no me interesa. Por eso, lo que quiero lograr es que el Colón sea como una barriga grande de donde nazca un nene en paz. Que lo único importante sea la música, y que, si Dios quiere, todo resuene como una cosa del alma. Un plan maestro: Say no more. ß

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IGNACIO COLO Líneaspara­lelas ha llamado García a lo que presentará mañana y, también, al libro-objeto que acaba de publicar
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ignacio colo El músico, tocando en la intimidad de su casa, desde Eric Satie hasta rocanrol, antes del Colón

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