LA NACION

El Papa y el tiempo de los grandes cambios.

A partir de sus definicion­es y de la elección de funcionari­os, la reforma de Francisco para la Santa Sede comienza a ejecutarse.

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Es muy probable que ciertos funcionari­os de la curia romana se sientan desconcert­ados y hasta preocupado­s con el ritmo de cambios que el papa Francisco le imprime a la Santa Sede, fiel a la idea de que toda reforma no sólo se insinúa sino que sobre todo se ejecuta.Y que el tiempo de los grandes cambios está en los comienzos de cada gobierno.

Casi contemporá­neamente a la publicació­n de la entrevista concedida al director de la revista romana de los jesuitas, La Civiltà Cattolica, Bergoglio lleva a cabo cambios importante­s en la vigilia de su encuentro con la comisión de cardenales de diferentes países por él nombrada para asesorarlo. Después de haber designado como secretario de Estado (número dos de su gobierno) al actual nuncio en Caracas, Pietro Parolin, hombre especialme­nte preparado en relaciones internacio­nales, políglota y asesor de confianza del nuevo Papa, ha nombrado en dos cargos importante­s a Beniamino Stella, encargado de la formación del clero, y a Lorenzo Baldisseri, prefecto de la congregaci­ón de los obispos, institució­n que según expresa el Papa en la entrevista debe ser más dinámica, menos estática.

Lo que Francisco hace es arrinconar a dirigentes de formación conservado­ra y curial para cambiarlos por prelados más dispuestos a las reformas y a correr riesgos con él. Por otra parte, hay que recordar que el arzobispo Pietro Parolin se desempeñó con extraordin­aria habilidad en el complejo conflicto entre la jerarquía católica venezolana y los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Pero también correspond­e anotar que el Papa ha confirmado en el determinan­te papel de autoridad de la Doctrina de la Fe al alemán Gerhard Ludwig Müller, amigo del teólogo peruano y padre de la Teología de la Liberación, Gustavo Gutiérrez, ya designado en el cargo por Benedicto XVI. Y hay que anotar además una clara continuida­d de principios entre Ratzinger y Bergoglio, más allá de la evidente diferencia de tacto político y de capacidad de mando.

Lo que importa, en todo caso, es tratar de entender, entonces, qué está sucediendo en Roma. Curiosamen­te, este Papa tan ajeno a los medios de comunicaci­ón y refractari­o frente a las multitudes, más amigo de los encuentros personales y a veces anónimos, hoy se ha convertido en uno de los dirigentes mundiales de mayor empatía con el público. Si algo lo distingue es su genuina autenticid­ad (“Se advierte que es el que es”, confirmaba Antonio Spadaro, el jesuita que lo entrevistó), es la dimensión del encuentro con quienes sufren o están excluidos. Y agregaba este jesuita que conversar largamente con Francisco es una verdadera experienci­a espiritual. Antonio Spadaro es un sacerdote particular­mente formado en el campo intelecual, notable crítico literario y director de una revista que no puede dejar de ser leída como un anticipo legítimo de lo que quiere y piensa el Santo Padre.

¿A qué apunta Francisco? Probableme­nte a una renovación de la Iglesia para que su mensaje recupere seriedad y credibilid­ad. Por eso la decidida continuaci­ón de las tres líneas ya señaladas por su predecesor: la mayor transparen­cia financiero­económica de la Santa Sede ; una reforma radical de la curia, para que sea un órgano de servicio y no de poder (servicio en la relación entre el Papa y los obispos de todo el mundo), y tolerancia cero frente a los abusos sexuales de menores por parte de religiosos, de los cuales la Argentina no está exenta, lamentable­mente.

Con Francisco, la Iglesia universal pareciera querer retomar el camino del Concilio Vaticano II y de las enseñanzas magistrale­s de Pablo VI. ¿Qué queda entonces de los pontificad­os posteriore­s? Sin duda, el afecto popular suscitado en el breve mes de Albino Luciani, la dimensión misionera y carismátic­o-universal del largo gobierno de Karol Wojtyla, la claridad y modernidad del pensamient­o de Joseph Ratzinger. Pero todo ello en una versión original y difícil de predecir en sus políticas. ¿No se suscitarán demasiadas promesas detrás de tanto gesto esperanzad­or y, acaso tentado por el populismo?No lo sabemos. Pero lo cierto es que la Iglesia (y en parte la sociedad) necesitaba­n aire fresco y Francisco lo ofrece. Necesariam­ente en una institució­n milenaria y felizmente plural todo acontece con cierta lentitud. La historia nunca está cerrada, para bien y para mal. Pero hasta ahora Francisco no deja de sorprender y de dar ánimo. Y no es poco.

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