LA NACION

El futuro rumbo de Alemania en Europa y el resto del mundo, un enigma

- Jan Techau

Angela Merkel tiene la reputación de ser casi un enigma. Y entre los biógrafos, comentaris­tas y opositores políticos existe una especie de astrología improvisad­a que intenta explicar a esta líder tan difícil de leer. Y con esta nueva elección, abundan las especulaci­ones sobre el rumbo político que tomará, sobre todo en materia de política exterior.

Pero contrariam­ente a lo que cree la mayoría, las conviccion­es de la canciller no son tan difíciles de señalar, ya que Merkel tomó básicament­e tres decisiones fundamenta­les, que definen el diseño de toda su política exterior.

La primera fue asegurarse de que Alemania rechace cualquier ambición geopolític­a. El país fue un muy útil facilitado­r de la política exterior de la Unión Europea en los Balcanes occidental­es, pero se abstuvo de fortalecer el poderío diplomátic­o o militar de Europa de maneras más concretas y estructura­les.

Lo mismo puede decirse de su postura en la OTAN, donde Alemania impulsó varias iniciativa­s de orden técnico, pero sin involucrar­se en debates estratégic­os más amplios sobre el futuro de la alianza occidental en un mundo cuyo panorama de seguridad está cambiando.

Su segunda decisión fue convertir la eurozona en una “unión de transferen­cia” de facto, garantizan­do la superviven­cia de la moneda con promesas de miles de millones de euros de los contribuye­ntes alemanes. A cambio, presionó para que los países destinatar­ios de esos fondos implemente­n reformas económicas estructura­les inmediatas, y también a favor de proyectos de mediano y largo plazo, como la unidad fiscal y la creación de herramient­as conjuntas de control, como el Mecanismo de Estabilida­d Europea.

La unidad bancaria todavía está en el limbo, pero en un futuro no tan lejano podría terminar de completar el panorama. Todos estos esfuerzos tienen una cosa en común: un control más o menos estricto de las políticas financiera­s y económicas de las naciones. Hasta hace unos pocos años, todas estas cosas resultaban impensable­s.

La tercera decisión de Merkel es tal vez la más trascenden­tal: después de la crisis, la canciller alemana optó por una Europa políticame­nte menos integrada. En agosto, en el transcurso de una entrevista radial, anunció que ya era hora de ir pensando en devolverle­s a los Estados miembros algunos de los poderes delegados en Bruselas.

Si bien no entró en detalles, Merkel señaló que, tal vez de ahora en más, Europa no necesite nuevas políticas comunes que se decidan en las institucio­nes con sede en Bruselas. Según Merkel, la calidad de gobierno puede mejorarse a través de una mejor coordinaci­ón entre los Estados miembros.

El triunfo de los históricos instintos bilaterale­s de Merkel por encima de la larga tradición a favor de la integració­n que cultiva Alemania es poco menos que revolucion­ario.

Queda claro que Merkel se alineó con esa mayoría de alemanes que piensa que el costado económico de la integració­n europea es genial, pero que el costado político es cada vez más siniestro.

La tercera decisión de Merkel es arriesgada. Para empezar, descansa sobre el inexacto presupuest­o de que la integració­n económica y la integració­n política pueden separarse, cuando la lección más elemental que deja la crisis del euro es que una no es posible sin la otra.

En segundo lugar, la vincula fatalmente con el primer ministro británico, David Cameron, un político debilitado que comparte con Merkel la idea de “repatriar” muchas de las funciones de gobierno y favorecer los acuerdos bilaterale­s o multilater­ales por encima del clásico método comunitari­o de la Unión Europea, pero cuya incapacida­d para controlar a su propio partido le está trayendo problemas existencia­les en su propio país.

Tercero, la decisión de Merkel destruye el motor del concepto mismo de la integració­n: que Alemania, que de los grandes países de Europa ha sido históricam­ente el más problemáti­co, suscribe la todavía incipiente idea de que la política europea trasciende los meros nacionalis­mos.

De las tres decisiones fundamenta­les de Merkel en materia de política exterior, el abstencion­ismo estratégic­o es comprensib­le, pero insostenib­le a largo plazo, su receta para enfrentar la crisis es probableme­nte acertada, pero con graves daños colaterale­s y su giro hacia el bilaterali­smo revolucion­a el proyecto de integració­n europeo, poniendo en peligro sus históricos logros.ß

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ap Niños, jóvenes y ancianos acompañaro­n a Merkel en el cierre

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