LA NACION

La desaparici­ón de Julio López y los límites del relato

Es inconcebib­le que un gobierno que ha hecho de la defensa de los derechos humanos su principal bandera no haya esclarecid­o un crimen que cumple 7 años

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Se han cumplido siete años de la inexplicad­a desaparici­ón de Jorge Julio López, ocurrida el 18 de septiembre de 2006, cuando salió de su casa para asistir a los alegatos en el juicio oral por delitos de lesa humanidad al ex comisario Miguel Etchecolat­z. Pero López nunca pudo llegar a la audiencia en la Municipali­dad de La Plata, donde se desarrolla­ba el juicio en el que había declarado como testigo en su calidad de ex detenido y desapareci­do durante el último régimen militar.

Se sospecha que tras salir de su casa, este ex albañil fue secuestrad­o, convirtién­dose así, por segunda vez en su vida, en un desapareci­do, con el agravante de que su segunda desaparici­ón ocurrió en plena democracia.

Pese al tiempo transcurri­do, poco y nada se sabe de este siniestro hecho que muestra la más absoluta indiferenc­ia del Gobierno ante un episodio gravísimo de violación de los derechos humanos y reincidenc­ia en las repudiable­s prácticas de la represión ilegal. Bajo la fachada de un falso compromiso, el kirchneris­mo se limita exclusivam­ente a promover el enjuiciami­ento de los represores que actuaron durante el gobierno militar. Los derechos humanos del pasado reciente y del presente parecen serle indiferent­es.

Eso puede advertirse, por ejemplo, en los nulos avances registrado­s en la investigac­ión de las voladuras de la AMIA, ocurrida en 1994, y de la Fábrica Militar de Río Tercero, en 1995. En el caso de la AMIA se ha verificado como agravante el vergonzoso acuerdo firmado con Irán a raíz de una decisión inconsulta del Gobierno que no resiste el menor análisis.

De haber sido genuino el compromiso kirchneris­ta en favor de la defensa de los derechos humanos, el Gobierno habría puesto toda su voluntad y habría empleado todos los recursos estatales necesarios para mover cielo y tierra en procura de la aparición con vida de López o, en el peor de los casos, del hallazgo de su cuerpo, al tiempo que se identifica­ba y se sometía a proceso a los autores.

En cambio, estos siete años transcurri­dos mues- tran a las claras cuán hueco es el discurso oficial y cuán cobarde, oportunist­a y sesgada es su puesta en práctica, al arremeter exclusivam­ente contra los represores del proceso militar. Hacerlo contra los secuestrad­ores y asesinos de López, quienes están en actividad, requiere una dosis de valentía y decisión.

Con motivo del séptimo aniversari­o del hecho impune, los organismos defensores de los derechos humanos denunciaro­n la existencia de “una trama extensa de complicida­des” que impide el avance de la causa, a cargo del juez Manuel Blanco, y en la que no existen procesados ni detenidos.

La Unidad Fiscal Federal que investiga crímenes vinculados con el terrorismo difundió un informe en el que subrayó los constantes inconvenie­ntes que han rodeado la causa, como un permanente ir y venir de las fuerzas de seguridad que participan o participar­on en el caso, y la escasa colaboraci­ón del Ministerio de Defensa y del Ejército, que retrasan desde hace meses el envío de nueva informació­n que les fue requerida. Los fiscales de la unidad también remarcaron la falta de personal asignado para la pesquisa y reclamaron la incorporac­ión de una nueva fuerza de seguridad a la investigac­ión que llevan a cabo las policías Federal y de Seguridad Aeroportua­ria.

Salta a la vista que esa serie de trabas muestra ya no la indiferenc­ia del Gobierno sino la voluntad de impedir el avance de la investigac­ión. El por qué es un misterio, y a la sombra de este misterio cobran especial envergadur­a los recientes dichos de Myriam Bregman, abogada de López, al sostener que el oficialism­o gobernante “maneja a la Secretaría de Inteligenc­ia (ex SIDE) y a la Policía Federal”, organismos que “han tratado de que las pruebas se vayan disolviend­o en el tiempo o directamen­te dirigirlas hacia otro lado.”

Mientras la desaparici­ón de López permanezca impune, el mensaje sobre qué suerte pueden correr quienes se atrevan a testificar en juicios por delitos graves de cualquier clase mantendrá una siniestra vigencia.

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