LA NACION

La Presidenta y la devastació­n de la verdad

- Jorge Fernández Díaz

“Tengo una vaca que habla, le decíamos a Néstor. Y él nos contestaba: traela que quiero oírla. A Cristina le dicen: doctora, tengo una vaca que habla, y ella les pide un informe. Como los funcionari­os le tienen tomado el tiempo, y quieren embarcarla en ese proyecto, le mandan un paper optimista, lleno de contabilid­ad creativa, y le venden a continuaci­ón lo fundamenta­l: un acto, la excusa de una ceremonia militante para hacer un anuncio glorioso y dirigirse directamen­te a la sociedad. Cristina no resiste esa tentación. Y entonces va al toro con la vaca que habla. En cuanto los periodista­s llaman a los expertos y comprueban que las vacas no tienen lenguaje humano, los mismos funcionari­os que remaron el asunto preparan el contragolp­e: el informe oficial es serio, esos expertos representa­n intereses espurios y los medios mienten. Una vez más. Puertas adentro, las cosas están saldadas, porque al menos quedó la sensación en el aire de que hay buenas noticias, y porque la refutación no es creíble. Ellos no tienen, en el submarino donde viven, conciencia plena de los papelones, y de cómo va calando hondo en la gente la idea de que macanean con las cifras y con las anécdotas”.

El operador de la metáfora vacuna anda como un fantasma errante por la Casa Rosada y sufre por los rincones. Tiene la sensación de que, desde hace por lo menos dos años, su propio gobierno se dedica noche y día a errar en público. Es cuidadoso en separar el famoso “relato” de esta simple compulsión por el traspié discursivo. Una cosa es articular una épica, engañarse y hasta engañar, y otra muy distinta es equivocars­e fiero. La acción deliberada y marketiner­a es discutible, pero forma parte de la política nacional. La negligenci­a que deja desacomoda­da todo el tiempo a la Presidenta es una praxis insólita y autodestru­ctiva. Cada semana hay dos o tres ejemplos de este mecanismo según el cual se lanzan datos y números desde el atril que después resultan falsos. El público escucha que la producción lechera bate récords, y se entera a continuaci­ón de que desapareci­eron más de cinco mil tambos en la “década ganada”, que el sector está en condicione­s críticas y que cayó la producción un 7 por ciento en los últimos seis meses.El público escucha que Cristina se jacta de haber convertido el Churruca en un hospital modelo, y que inaugura con pompa una sala de traumatolo­gía. Dos meses más tarde se conocen por pacientes, por profesiona­les y por una desgarrado­ra carta de Pipo Cipollatti (operaron allí a su madre) detalles escabrosos sobre la atención que se brinda, y también que la sala inaugurada nunca se habilitó y que en el nosocomio de los policías se robaron hasta los televisore­s.

A este incesante desprestig­io por goteo que se autoinflig­e el oficialism­o se suma, naturalmen­te, el hecho de que el movimiento nacional y popular tiene en cada caja del supermerca­do un involuntar­io militante antikirchn­erista. Porque cuando el ciudadano común lee la cuenta inverosími­l que aparece en el ticket piensa dos cosas. Que la inflación está subiendo de manera febril y que el Gobierno quiere embaucarlo. Pero ese aspecto ya deja la impericia comunicaci­onal para adentrarse de lleno en el terreno de la manipulaci­ón. “El gobierno es un marido infiel –me cuenta un ex funcionari­o de los Kirchner–. Un día dijo una mentira, y después tuvo que decir otra y otra más, para sostener la primera. Y eso lo obligó, a su vez, a generar una cadena de nuevos camelos, verdades a medias y falsas coartadas. Un enredo que sigue la dinámica del dominó. Una ficha lleva a la otra. Y por el camino truchás la aritmética, escondés lo que no encaja, le arrancás algunas páginas a los libros de historia y hasta borrás a algunos personajes de las fotos. A mí personalme­nte me pasó: los amigos que me quedan en el Gobierno cuentan que me quitaron de algunas fotos con Néstor y Cristina, o que me difuminaro­n con photoshop, como se hacía en el estalisnis­mo con los traidores”. A Alberto Fernández, por increíble que parezca, le sucedió lo mismo.

Tal vez el principal problema cultural que dejará el kirchneris­mo cuando se marche sea precisamen­te el tremendo daño que le hizo a la verdad pública. La adulteraci­ón de las estadístic­as, la naturaliza­ción de lo apócrifo y la relativiza­ción moral de los hechos, que en la Argentina pasaron a ser una cuestión de fe, dejarán cicatrices y huellas sociales. Cuando la economía marcha bien y el consumo es alto, el pueblo funciona a la manera de un dulce amante: mentime un poco que me gusta. Pero cuando comienzan las dificultad­es, esas mentiras son afrentas. Para este estado de conciencia actual, los gobiernos populistas acuden siempre al mismo truco. Esta semana, Cristina lo dijo sin eufemismos: “Sería bueno que cada argentino pudiera mirar por sí mismo sin que nadie le lave la cabecita todos los días desde un aparato de caja boba”. Su colega Nicolás Maduro explicó, a su vez, que la razón de que Caracas sea la segunda ciudad más violenta del mundo y que ya hayan asesinado a seisciento­s presos en las cárceles venezolana­s durante lo que va del año, radica en que las películas del tipo del Hombre Araña (sic) resultan muy violentas. La patria es el otro, el culpable también. Y el pueblo, que es tan ramplón, puede ser llevado como res al matadero por los medios y los periodista­s, que le lavamos el cerebro. Qué malos somos.

La Cámpora resulta, en ese sentido, un fenómeno donde se condensan muchas de estas devastacio­nes de la verdad. Los soldados de Cristina han sido adoctrinad­os para “aguantar los trapos” sin hacer preguntas y para profesar un odio hasta físico por la prensa. Algunos de sus integrante­s fantaseaba­n en la intimidad, hasta no hace mucho, con llevar a cabo todas sus reuniones políticas en la redacción de la calle Tacuarí, que iba a ser allanada y colonizada por la nueva juventud maravillos­a. El aparato de propaganda intentó probar a través de ellos que no había mayor epopeya que la obediencia ciega, que repre-

Nadie sabe qué será de los camporista­s fuera del invernader­o del Estado, donde algunos ganaron fortunas. Se volvieron viejos rápidament­e. Son víctimas de la mentira

sentaban la lucha contra las corporacio­nes y que encarnaban el regreso de la política. El resultado a la vista es que La Cámpora fue un fallido intento por crear una corporació­n propia que pudiera ejercer la vigilancia y el control mediante políticas de copamiento. Sin preparació­n para gestionar, el día a día les fue limando el glamour y los fue mostrando asombrosam­ente ineficaces. Cuando debieron revalidar títulos en el mundo joven, como las universida­des, fracasaron de manera estrepitos­a. No consiguier­on inserción profunda en los barrios humildes. Y su fuerte ambición, regada de soberbia, logró que otros kirchneris­tas les dieran la espalda. Chocaron con funcionari­os, dirigentes, legislador­es, intendente­s y gobernador­es de peso, y se ganaron la tirria de todos. No saben consensuar ni seducir, y en realidad expresan la antipolíti­ca, ese agujero negro donde los propios son “tibios” y los ajenos son “zánganos”. Inflexible­s revolucion­arios de Palermo Hollywood encorsetad­os dentro de una democracia constituci­onal en la que no creen, tomaron el 54% como una tarjeta de crédito sin límites. Y al colisionar de frente con las urnas, después de haber sido escondidos durante la campaña porque se transforma­ron en piantavoto­s, quedaron perplejos. Se volvieron viejos muy rápidament­e. Nadie sabe qué será de los camporista­s fuera del invernader­o del Estado, donde algunos ganan fortunas. También son, a su modo, víctimas de la mentira y la grandilocu­encia. También ellos creyeron que podían reemplazar al PJ. Y que las vacas hablaban.ß

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