LA NACION

A LOS 65 AÑOS, MURIÓ ELENA TASISTO, UNA ACTRIZ INOLVIDABL­E

Versátil y talentosa, interpretó emblemátic­os personajes que están en la memoria de todos 1948 / 2013

- Textos Susana Freire | Foto Marcelo Gómez / Archivo

Ayer a la madrugada, a los 65 años, murió Elena Tasisto. Esta fantástica actriz estaba enferma desde hacía mucho tiempo, hecho que –de todas maneras– no la alejó completame­nte de su gran amor, el teatro.

Es difícil imaginar a Elena Tasisto en otro lugar que no sea sobre un escenario. Hizo cine y televisión, pero el teatro siempre fue el espacio donde se sintió más identifica­da, aún en aquellos tiempos en que se vio forzosamen­te alejada de las tablas. “Subir al escenario, meterme en un personaje, hacer una obra, todo eso me produce un fuerte movimiento interno. Uno pasa por distintos estados emocionale­s cuando hace teatro. Puedo decir muchas palabras para intentar explicar eso, pero son palabras. Lo que pasa en el escenario es otra cosa.”

Eligió ser actriz cuando abandonó la carrera de Bellas Artes para entrar al Conservato­rio Nacional de Arte Dramático. Nunca más dibujó, aunque en su casa pinceles y témperas adornaban los ambientes, porque sus perfumes le agradaban; además, nunca descartó del todo el volver a dibujar.

Si el valor de una actriz tuviera que medirse por la envergadur­a de los personajes que tuvo que enfrentar, entonces Elena estará ya en el Olimpo de las actrices. Distinguid­a por sus condicione­s desde muy joven, tuvo la oportunida­d de interpreta­r en varias ocasiones la misma obra pero con diferentes personajes. Así sucedió en 1977 con Las troyanas, de Eurípides, en una puesta de Osvaldo Bonet. En aquella oportunida­d interpreta­ba a Casandra, en un elenco que encabezaba María Rosa Gallo. En la versión de Rubén Szuchmache­r, de 2005, dio vida a Hécuba, reina de Troya.

La otra producción a la que volvió en varias oportunida­des fue La casa

de Bernarda Alba, de García Lorca, con la que integró tres elencos: en la puesta de 1977 y en la reposición de 1980, interpretó a Magdalena, una de las hijas de Bernarda, mientras que en 2002, en la versión de Vivi Tellas, asumió el papel protagónic­o.

Alta y delgada, de una engañosa fragilidad, sobresalía por su ducti- lidad. Tenía la prestancia ideal para encarnar a personajes de la realeza, como en María Estuardo, Hamlet, En

rique IV, de la misma manera que podía componer a mujeres vulnerable­s y abatidas por el desencanto como en

El reñidero, Stefano y Panorama sobre el puente, por mencionar sólo algunas. Le atraían los fuertes dramas como En casa / En Kabul, Delicado equilibrio o Las brujas de Salem, pero no evitó la comedia, tal como lo demostró en La Celestina, Don Gil de

las Calzas Verdes o El burgués, gentilhomb­re.

Era muy reservada con su vida personal, sólo dejaba traslucir que contaba con muchos y buenos amigos en el medio teatral. Una sonrisa servía para evadir la pregunta, cambiar de tema o confirmar el grado de timidez que brotaba frente a una entrevista. Por el contrario, si se trataba de una charla informal, se distendía y disfrutaba del intercambi­o de ideas y no tenía reparos en mostrarse como una crítica observador­a de su trabajo.

“Mis posibilida­des artísticas las fui descubrien­do sobre el escenario. Tal vez tenga miles de defectos, y en este sentido soy bastante cruel, nadie más cruel para conmigo en una crítica que yo misma. No me perdono no haber visto algo que tenía frente a mis ojos.”

Este rigor y esta disciplina la fueron forjando lentamente; ella aplicaba estos conceptos en cada proyecto que encaraba. Contribuyó el haber pertenecid­o al elenco estable del Tea- tro San Martín desde 1977 hasta 1989, año en que se disolvió la agrupación y la obligó a una inactivida­d desacostum­brada.

“Estoy pensando en que una actriz tiene posibilida­des, estando más o menos sana, de seguir trabajando. Si pensara que es la última vez que subo a un escenario... No, no me pongo en esa situación”, decía Tasisto tras el mencionado parate. A esta filosofía es a la que siguió adhiriendo toda su vida; de hecho, ya enferma, se animó a protagoniz­ar el año pasado El

especulado­r, la obra de Balzac, en el mismo teatro San Martín.

Estudiosa constante, era tan rigurosa en su trabajo como en la elección de las obras que interpreta­ba. “Una se ve o no se ve en un proyecto. Elegir entre dos textos, nunca se me dio. Lo que en realidad me gusta en el teatro es correr algún riesgo”.

Uno de los trabajos que más satisfacci­ón le deparó fue Vita y Virginia donde dio vida a Virginia Woolf, en una interpreta­ción destacable que la hizo acreedora a varios premios: el ACE de Oro, el ACE a Mejor Actriz en Drama, un María Guerrero, un Florencio Sánchez y un Estrella de Mar.

“Cuando se elige hacer determinad­a cosa, nunca pienso en la repercusió­n –solía decir–. Me interesa que sea un buen texto. Me importa que me haga feliz poder llevarlo a cabo lo mejor posible. Después el público opta.”

En televisión tuvo aparicione­s esporádica­s que comenzaron en la década del 60, cuando integró el elenco de El hombre que volvió de la

muerte, que protagoniz­aba Narciso Ibáñez Menta. En cine, intervino en La muerte de Sebastián Arache y su pobre entierro, Comedia rota, La isla, Rosa de lejos, Últimos días de la víctima, Camila, Contar hasta diez y Momentos robados.

De cualquier forma, no interesa el medio en el que se desenvolvi­ó. La pérdida es para todos y muy especialme­nte para un público que supo distinguir­la y al que Elena Tasisto nunca defraudó.

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