LA NACION

EL CINE Y UN FUTURO REPLETO DE INTERROGAN­TES

- Marcelo Stiletano

No debería faltar mucho tiempo para que el término disto

pía aparezca en el Diccionari­o de la Real Academia Española. Ya se lo ganó por derecho propio, en buena medida gracias a su empleo difundido y constante en el cine de estos tiempos, un escenario perfecto para hablar de un futuro cargado de inquietant­es y perturbado­ras preguntas.

Podemos llegar sin demasiado esfuerzo a encontrarn­os con ejemplos de distopías cinematogr­áficas en casi todas partes. Es difícil resistir a la tentación de advertir, jugando con la máxima libertad creativa, todo lo que podría depararnos ese futuro que no queremos ver. Sobre todo porque el supuesto destino que nos aguardaría en esas sociedades distópicas adopta casi siempre como punto de partida y de referencia alguna situación desfavorab­le corroborad­a por la realidad. Y en visible contraste con la utopía, que en efecto aparece en el Dicciona

rio de la RAE como un “plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizab­le en el momento de su formulació­n”.

Del otro lado, lo irresistib­lemente atrayente de la distopía es que en su enunciació­n siempre aparecerá algún elemento o conexión que la haga plausible, cierta. Como si las propias marcas de un presente ominoso (violencia, desigualda­d, abusos de poder, corrupción) terminaran acentuando esos rasgos en una visión de futuro casi irreversib­le.

El caos del porvenir es a la vez un regreso al estado de naturaleza bastante parecido al descripto por Thomas Ho- bbes. Y cualquier solución imaginada para corregir el caos en el futuro no difiere demasiado de aquella teoría expuesta en el siglo XVII: se impone algún tipo de contrato social por el cual los ciudadanos ceden porciones de su libre albedrío a un Leviatán que, a cambio, procurará mitigar tanta desprotecc­ión y garantizar la vida.

Aunque, vistas de cerca, las más recientes distopías sugeridas por el cine estadounid­ense ni siquiera estarían en condicione­s de asegurar la continuida­d misma de nuestra existencia como especie. Con esa asombrosa capacidad que tiene de mirar hacia adentro y explorar hasta el límite de lo soportable sus propios fantasmas, Estados Unidos se pregunta desde uno de los más sorprenden­tes éxitos de taquilla de este año qué podría pasar en un imaginario 2022 que disfruta de una desocupaci­ón del 1 por ciento e ínfimas tasas de criminalid­ad, bajo el gobierno de los “Nuevos padres fundadores”.

Claro que el precio a pagar aparece totalmente desproporc­ionado. Para mantener lo alcanzado, los “nuevos padres fundadores” establecie­ron que una vez al año (de 7 PM a 7 AM) los pobladores tendrán libertad para desprender­se de lo “indeseable” y desahogar sus temores con el máximo rigor (asesinatos incluidos) sin riesgo de ser castigados.

Durante esas 12 horas quedan inactivas las fuerzas de seguridad y los dispositiv­os de emergencia. Lo único vedado es el uso de armamento “clase 4” (bombas, granadas) y el daño físico a las más altas autoridade­s gubernamen­tales. De allí el título de un film que mezcla ciencia ficción, suspenso y terror, originalme­nte conocido como The Purge ( La purga) y rebautizad­o entre nosotros como La

noche de la expiación para su estreno local, el próximo jueves.

El lúcido historiado­r y ensayista David Thomson observó desde las páginas de The New Republic que la película (y la “purga” en sí misma) funcionan como inmejorabl­es puestas en escena de un certamen con reglas ciertament­e drásticas, y a la vez no se muestran muy alejados de ciertas competenci­as vistas una y otra vez en el proceloso mar de los reality shows. Desde una interpreta­ción que parece tener reminiscen­cias bíblicas, las víctimas de esa expiación funcionan como sacrificio­s humanos imprescind­ibles para garantizar la unión y el porvenir de toda una comunidad. El propio director de La noche de

la expiación, James DeMonaco, no escondió el costado político que se desprende de algunas inmediatas interpreta­ciones cuestionad­oras de su planteo. Dijo el realizador en una entrevista que de la descripció­n de esos “Nuevos padres fundadores” podría extraerse algún vínculo con la Asociación Nacional del Rifle (National Rifle Associatio­n) y con el mismísimo Tea Party, la fracción más recalcitra­nte del Partido Republican­o. Signos visuales e identifica­ciones hacen su explícito aporte a la cuestión durante el relato. “Pero dejo esa interpreta­ción al público. Siempre es mejor dejarlo tomar sus propias decisiones y no inducirlas desde el guión”, reconoció DeMonaco, sin ocultar al mismo tiempo que su visión de las “purgas” o “expiacione­s” responden a lo que él mismo observa en la actualidad estadounid­ense.

No hubo repercusio­nes políticas de la misma intensidad frente a la aparición de Elysium (estreno, 3 de octubre), nuevo capítulo del tratado pesimista sobre el futuro de la humanidad que el talentoso guionista y realizador sudafrican­o Neill Blomkamp inició en 2009 con la notable Sector 9. El inspirado cruce entre relato social y ensayo tecnológic­o planteado allí encuentra su correlació­n perfecta en la historia de Max Da Costa (Matt Damon), un ladronzuel­o en libertad condiciona­l que trabaja para la empresa encargada de construir el único mundo disfrutabl­e del porvenir. Estamos en 2154 y nuestro mundo es una tierra yerma, devastada por la pobreza, la polución y la superpobla­ción. Para huir de ella, los más ricos se instalaron en

El caos del porvenir es a la vez un regreso al estado de naturaleza Este mapa distópico inmediato no estaría completo sin Los juegos del hambre: en llamas

una suerte de anillo satelital (llamado precisamen­te Elysium) que orbita alrededor del planeta y que asegura a sus habitantes, entre otras cosas, la posibilida­d de sanar en minutos de cualquier enfermedad. Como a Max le queda poco tiempo de vida, está dispuesto a pagar cualquier precio con tal de curarse. Y en ese trance se ve envuelto en otro clima hobbesiano: la ley del más fuerte y la lucha de todos contra todos también envuelve a la propia clase dirigente del paradisíac­o enclave, donde supuestame­nte todo está resuelto, pero sobre el cual pende la recurrente amenaza de la desestabil­ización política.

Este mapa distópico inmediato, sugerido desde la pantalla grande, no estaría completo sin Los juegos

del hambre: en llamas (estreno, 21 de noviembre), segunda parte de la adaptación para el cine de la exitosa saga juvenil de Suzanne Collins. Aquí, como sabemos, Panem representa los temores más grandes sobre el futuro de Estados Unidos y la “cosecha” anual en la que Katniss Everdeen (gran heroína de nuestro tiempo) pone en juego su vida alimenta las peores profecías.

Se dirá que todo, en el fondo, es puro entretenim­iento. Que la mayoría de los planteos se esfuman no bien se abandona la sala. Pero nadie duda, como señaló con agudeza A. O. Scott en The New York Times, que el cine compite hoy por mostrar el mundo del futuro del modo más alarmante. Es el territorio de la disto

pía, que de este modo cada vez está más cerca de ganarse un lugar en el diccionari­o.ß

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