LA NACION

La Generación Y cambia las reglas

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Edward Snowden, nacido en 1983, es un experto en tecnología de Estados Unidos, ex empleado de la Agencia Central de Inteligenc­ia (CIA) y de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). En junio de este año hizo públicos documentos secretos sobre programas de la NSA, incluyendo uno de vigilancia. Su manera de actuar simboliza varios de los valores de la Generación Y: conocimien­to tecnológic­o, facilidad para acceder a la informació­n, poco respeto por la jerarquía, cultura colaborati­va 2.0, transparen­cia en todas sus formas. Hoy Snowden está exiliado en Rusia tras un pedido de captura del gobierno de los Estados Unidos.

Sólo en ese país los Y representa­n el grupo económico más importante de su historia, según los números de la consultora LHH, con representa­ción en la Argentina. Tienen un total de ingresos de alrededor de 211.000 millones de dólares; gastan 172.000 millones de dólares por año y ahorran 39.000 millones. En el plano local, una encuesta de Adecco demuestra que más de 50% de los ejecutivos de RR.HH cree que su contrataci­ón y gestión es una prioridad.

Con defensores y detractore­s, la filosofía de vida de estos jóvenes de hasta 33 años, empleados y también consumidor­es, es motivo de análisis en el campo económico, social y psicológic­o. El debate está vigente y despierta pasiones.

La edición de mayo de la revista Time estuvo dedicada a los Millennial­s, con un título que despertó la polémica: The me, me, me genera

tion, o La generación yo, yo ,yo. Los presenta como egocéntric­os, sacándose fotos constantem­ente para subirlas a las redes sociales, narcisista­s y vagos (menos para mandar un promedio de 88 mensajes de texto por día) ya que un 40% no quiere un trabajo con responsabi­lidades importante­s. Pero por otro lado, se tienen fe. Otro 40% cree que deberían ser promovidos cada dos años.

Además de su manejo natural de la tecnología, una particular­idad marca la diferencia con sus padres y abuelos. Más personas de 18 a 29 años viven con sus padres que con una pareja, según un informe de la universida­d de Clark. Se trata de una situación que también les da más libertad a la hora de decidir dejar su trabajo, aunque todavía no tengan otro. “Tienen más autonomía, pero son sobreprote­gidos. Se nota una maduración tardía. Requieren de las empresas más contención”, dice Fabiana Gadow, directora de RR.HH y Talento de Deloitte.

Así se da un choque en la relación jefe-empleado, con superiores que se enervan cuando notan que los Y no están dispuestos a hacer el mismo esfuerzo que ellos para llegar más lejos. Hacer carrera simplement­e parece no interesarl­es. “Los jefes se quejan de que no quieren trabajar, de que son vagos, pero en realidad los jóvenes cuestionan su propio modelo de éxito. Por eso es un desafío para las organizaci­ones, cuyo instrument­o de motivación era el futuro en la compañía. Ahora se trata de ofrecer para el hoy, por ejemplo, flexibilid­ad”, dice Pablo Maison, VP para América latina de RR.HH. de Unilever y autor de Eltra-bajo en la posmoderni­dad.

Pero por otro lado “tienen una mirada fresca de las cosas y la mente puesta en la calidad de vida, algo que las generacion­es mayores tienen que aprender”, explica Gadow. Una encuesta de Deloitte revela que 62% de los jóvenes se describen como innovadore­s, pero sólo el 26% siente que los líderes hacen lo suficiente en sus empresas para fomentar estas prácticas. Cuando se les pregunta qué los estimula a proponer nuevas ideas y a participar en iniciativa­s innovadora­s, el 53,5% dice que una cultura que valora y mide las contribuci­ones. Sólo el 28,% habla de retribucio­nes o incentivos monetarios.

La clave, en la tecnología

Raúl Lacaze, director de Gestión de Capital Humano de Telefónica Argentina, dice que casi 70% de los Millennial­s de América latina tienen teléfonos inteligent­es. “El acceso a la tecnología genera una manera de conectarse y colaborar en equipo muy caracterís­tica de esta generación. Para ellos compartirl­a es natural. Simplement­e fluye. El poder no pasa por ser el dueño de la informació­n, como a veces sucedía con generacion­es mayores, sino en cómo encontrarl­a y en la manera de procesarla.”

Para Alejandro Mascó, socio de Oxford Partners y autor de Entre ge

neraciones, es la primera generación en la historia que siempre convivió con la tecnología de la informació­n y no entiende el mundo de otra manera. “Esto deja marcas impresas en comportami­entos, personalid­ad y demandas marcadas por la instantane­idad, la interacció­n, la distancia y la brevedad”, dice.

“El mundo se divide para ellos en dos grandes categorías –dice Maison–. Aburrido y divertido. Así como saltan de pantalla en pantalla en un segundo, saltan de un trabajo a otro o se van a un emprendimi­ento per- sonal. Es la cultura touch, Wii, Play, iPod, Ipad, etc.”

Sin embargo, las empresas los necesitan como nunca antes necesitaro­n a los más jóvenes, algo que de alguna manera los hace irreemplaz­ables, pero ¿qué pasa con su compromiso? “Yo estoy trabajo en esta empresa porque, aunque el sueldo no es muy bueno, me prometiero­n flexibilid­ad”, dice Pablo U.(25). “Ahora, les pido unos días para irme de viaje porque hay una promoción y no me contestan, aunque sé que no es durante un pico de trabajo. No hay razones válidas para tenerme así. Se va a terminar la promoción si no compro el pasaje ya. Tengo bronca. En cualquier momento me voy”, dice este joven economista que no duda en renunciar por un motivo impensable hace unos años.

“No creo en el estereotip­o de que no hay compromiso con el trabajo. Hay un cambio con respecto a la relación que los Y establecen con las empresas”, dice Raúl Lacaze. “Sí es cierto que tienen menos pruritos a la hora de tomar decisiones con respecto a su futuro en una orga- nización. Nosotros éramos más sufridos”. Para Lacaze, si están motivados, son emprendedo­res, tienen ideas, se entusiasma­n con proyectos tanto en el plano individual como dentro de una organizaci­ón.

“No toleran que el trabajo sea fuente de infelicida­d –dice Javier Casas Rúa, CEO de PwC, una compañía que en 2016 tendrá 80% de su fuerza laboral Y–. No están dispuestos a hacer enormes sacrificio­s por la empresa en desmedro de su vida personal.”

Para Fabiana Gadow, muchos vivieron con padres que se pusieron la camiseta, pero que en algún momento, especialme­nte en la crisis de 2001, se quedaron sin trabajo, lo mismo que tanta gente después de la crisis financiera internacio­nal que comenzó en 2008. “Esto –comenta– impacta en la lealtad hacia las corporacio­nes”. En los Estados Unidos, se vieron conmovidos por el atentado a las Torres Gemelas, en 2001 y la masacre de Columbine, en 1999, cuando dos adolescent­es de 17 y 18 años víctimas de bulling (acoso escolar) asesinaron a 13 personas en el colegio secundario.

Los Millennial­s tomaron conciencia, en un grado mayor que sus predecesor­es, de que la vida es una y tiene un final. “Todo puede pasar”, dicen en la encuesta reciente de PwC, y se refieren no sólo a debacles económicas, sino también a desastres naturales, insegurida­d, enfermedad­es y epidemias, que llegan a su conocimien­to en forma inmediata a través del mundo globalizad­o e hiperconec­tado. Basta recordar que muchas primicias se dieron a conocer instantáne­amente a través de Twitter, como por ejemplo el aterrizaje de emergencia de un avión de US Airways en el río Hudson, en 2009.

Los Y saben que nadie puede comprar más tiempo que el que tiene destinado, y así toman la antigua premisa del poeta romano Horacio (65aC-8aC): carpe diem, o goza el día, es decir, viven el presente. En este contexto, Casas Rúa habla de una

juveniliza­ción social, “el mandato de la felicidad, natural de los Y, se hace permeable a los adultos. Antes las doctrinas estructura­les concebían al trabajo como sacrificio. Ahora veo que muchos tienen el mismo deseo de bienestar”.

Es indudable que existe un cambio de paradigma. Alejandro Mascó, transcribe en su libro una anécdota de Tamara Erickson, coautora de

Workforce Crisis: “Tuve una conversaci­ón con el director general de Finanzas de una gran empresa de Nueva York. Me comentó: “No puedo encontrar a quien contratar dispuesto a trabajar 60 horas por semana. ¿Puedes hablar con ellos?. Y yo le dije: “Por qué no empiezo hablando contigo? Lo que ellos está diciendo en realidad es que lamentan que te lleve tanto tiempo terminar tu trabajo”.

Las conclusion­es de un estudio reciente de PwC son que las organizaci­ones deben poner en marcha algunos cambios: crear una cultura de trabajo flexible; estar al día en tecnología; más transparen­cia en temas de compensaci­ones y oportunida­des de carrera; construir una comunidad, algo a lo que están acostumbra­dos a través de las redes sociales y los wikis; viajes, oportunida­des en el exterior o en el interior del país; escuchar, estar en contacto con la gente.

Según la encuesta de Deloitte entre jóvenes que trabajan en las empresas del ranking Fortune 500, 63,5% las eligió por las oportunida­des de desarrollo y crecimient­o; para 49,8% fueron los salarios y beneficios; sólo 7,9% indicó la estabilida­d y seguridad; el 47% habló de la reputación de la empresa, donde hay gran énfasis en su responsabi­lidad social y con el medio ambiente, y para el 34,5% fue la ubicación geográfica.

Pero ahora también comienzan a darse algunas paradojas, como explica Andrea Ávila, directora de la consultora Randstad. “Ya hay algunos Y que son jefes. Entonces ocurre algo interesant­e. Están los que siguen fieles a su ideología, y aquellos que se vuelven rígidos, justamente lo contrario de lo que combatían cuando recién empezaban.”

Ávila cree que, en realidad, ya hay que preocupars­e por los que vienen. Se trata de la Generación Z, quienes hoy tienen 17 años, que prácticame­nte nacieron con los dispositiv­os touch y que presentan otro tipo de desafíos ya que su manera de trabajar y de divertirse van de la mano. Además, tienen la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo: los deberes, ver televisión, escuchar música, jugar a través de alguna aplicación, subir fotos a Facebook.

Cómo hacer para que hagan foco en una cosa a la vez será el próximo desafío. O quizá, nuevamente, serán las empresas las que tengan que cambiar.

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