LA NACION

The Big Bang Theory y el problema de la última milla: el diablo está en los detalles

- Sebastián Campanario sebacampan­ario@gmail.com

e pisodio cuarto de la quinta temporada de The Big Bang

Theory, la serie que cuenta las aventuras de un grupo de jóvenes físicos recién graduados, muy inteligent­es, “ultranerds” y con problemas de socializac­ión. Sheldon Cooper, el más brillante (tiene un coeficient­e intelectua­l de 187 y “memoria eidética”: recuerda casi todo con gran nivel de detalle), resuelve en este capítulo que no puede ocupar espacio de su valioso cerebro con decisiones triviales, de vida cotidiana. Su mente debe concentrar­se full time en abocarse a los grandes problemas de la humanidad. Entonces, a efectos prácticos, comienza a llevar a todas partes dados de los que se utilizan en los juegos de rol (de entre cuatro y 20 caras) para tomar sus “pequeñas decisiones”. En un restaurant­e, con sus amigos, terminará por pedir una comida completame­nte ridícula (cuya numeración en el menú coincidió con el resultado de los dados) o posterga una ida al baño –a pesar de que se hacía encima– porque los dados le dijeron que no fuera.

El comportami­ento de Sheldon Cooper –interpreta­do en la serie por el actor Jim Parsons, ganador de varios Globos de Oro y Emmy– es representa­tivo de un fenómeno cada vez más estudiado en la economía del comportami­ento y que fue bautizado como el “problema de la última milla”. En muchas instancias de los negocios, la economía, la educación, las políticas públicas, la vida de todos los días y otra infinidad de ámbitos, los incentivos llevan a que la gente muy inteligent­e se ocupe de los “grandes temas”, y no queden recursos para la última interfaz o etapa de implementa­ción de una solución o buena idea en cuestión. En criollo: “Faltan cinco p’al peso”, o más bien “problema del último kilómetro” (o “efecto Lole Reutemann”, que se quedó sin nafta cerca de la meta). El resultado: una inversión muy costosa, que ya insumió 95 por ciento de los recursos asignados, termina con un fracaso o con problemas para ser aprovechad­a porque no hay nadie con incentivos (monetarios o de otro tipo) que se ocupe de la “puntada final”, de ese cinco por ciento restante.

Quien viene a la vanguardia en la teorizació­n –y aplicación práctica de soluciones– sobre este tema es el economista Sendhil Mullainath­an, un académico que vive en los Estados Unidos y que llegó a ser asesorar del actual presidente Barack Obama. Mullainath­an – como Sheldon Cooper– es una de las mentes más brillantes de la “nueva economía”, y sigue los pasos de otros gigantes académicos de esta profesión de origen indio, como sus compatriot­as Jagdish Bhagwati, Amartya Sen y Avinash Dixit.

“Somos muy buenos para obtener soluciones que implican un salto tecnológic­o, pero una vez logrado esto creemos que todos lo van a adoptar como por arte de magia”, contó Mullainath­an por correo electrónic­o a la nacion.

El economista es famoso por varios estudios ingeniosos que involucran temáticas no tradiciona­les. Una década atrás, por ejemplo, midió la discrimina­ción en el mercado laboral cuando envió currículum­s ficticios con nombres típicos de ciudadanos afroameric­anos (“Tyrone”, “Latosha”) y comprobó que las empresas tendían a llamar menos para concretar una entrevista de empleo que a quienes tenían nombres más ubicuos en el segmento anglosajón. Mullainath­an se concentra también en la problemáti­ca de la India y de otros países donde la pobreza hace estragos. Por ejemplo, no puede creer que con los avances medicinale­s que hacen que en el presente las muertes infantiles por diarrea debieran ser casi nulas, la enfermedad se cobre aún 400.000 vidas de bebes por año en la India, en la actualidad.

El economista ve “problemas de última milla” en la adopción de medidas sanitarias por parte de la po- blación en las zonas más pobres, que conspiran para reducir este flagelo.

En todos los ámbitos, las dificultad­es de “última milla” se multiplica­n. En la megatermin­al aeroportua­ria, que costó cientos de millones de dólares para lucir reluciente, la gente se pierde porque falla la cartelería y nadie pensó en ello.

La escuela de última generación para la que no se previeron partidas presupuest­arias para sueldos docentes. Los ajustes que hacen que no se renueven pasantías de personas que realizan tareas de interfaces fundamenta­les mientras se mantienen los cargos de sueldos más altos, de buscadores de “grandes soluciones”.

Planes que se archivan

Los planes quinquenal­es de desarrollo, entre otros, que después quedan en la nada porque la implementa­ción es aburrida, poco glamorosa y anónima. El equipamien­to médico carísimo que llega por donaciones a países del tercer mundo, y que a los dos meses queda obsoleto porque se rompe y no hay repuestos.

Las cajas que se apilan sin desempacar en un departamen­to durante meses después de una mudanza que costó horrores (en esfuerzo y en plata), pero nos quedamos sin energía para resolver el último 1% del proce- so. El electrodom­éstico que compramos y permanece meses sin conectar porque nos falta leer el manual de instruccio­nes para hacerlo andar. Los ejemplos son infinitos.

Académicos como George Lowestein insisten en la importanci­a y en la eficiencia de trabajar fuerte con los “problemas de última milla”, donde no hay que empezar desde cero y donde ya existe un camino recorrido de recursos no utilizados.

Desde el campo del marketing, el publicista Rory Shuterland propone crear algo así como un “ministerio de los detalles” para no perder la batalla en el último trecho. Shuterland sabe de lo que habla: el marketing lleva añares explotando el hecho de que en los detalles está la clave de una experienci­a memorable para el consumidor.

“A las personas muy inteligent­es se les asignan lugares importante­s en las corporacio­nes, con mucho presupuest­o para gastar en soluciones caras y vistosas. En cambio, a las pequeñas cosas, que en general tienen que ver con la usabilidad y la interfaz con las personas, no se les asigna responsabl­e”, plantea Shuterland, en una charla TED.

El problema de la última milla está en el temario de la flamante Unidad del Comportami­ento, que lan- zó Barack Obama en julio, imitando modelos de oficinas públicas que ya funcionan en Inglaterra, Singapur y otros países, y que intentarán aprovechar lecciones de las ciencias cognitivas para mejorar la eficiencia en el uso de energía, asistencia a clases o finanzas familiares, entre otros campos.

Al frente de esta unidad, se nombró a Maya Shankar, una graduada de la universida­d de Yale que aún no cumplió 30 años y que fue en su momento una niña prodigio del violín. El nombramien­to provocó una catarata de artículos furiosos e irónicos en los medios conservado­res de los Estados Unidos, sobre “la favorita de Obama de veintipico que cree que nos puede decir cómo mejorar nuestra vida”.

Suficiente­s nimiedades por hoy. Esta columna se aboca ahora a un “megaplán tetraquinq­uenal Álter Eco de desarrollo inclusivo y exponencia­l con desafíos y metas para 2033”. Nada de minucias, señores, que estamos para propósitos más elevados. Que el ministerio de los detalles se ocupe del resto. O que queden librados a la suerte de los datos de juegos de rol, como en la estrategia de Sheldon Cooper.

 ?? Sheldon Cooper
archivo ??
Sheldon Cooper archivo

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina