LA NACION

Erdogan no es el único problema de Turquía

- Dani Rodrik ©Project Syndicate, 2013 El autor es profesor de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Superiores de la Universida­d de Princeton

Türkan Saylan fue doctora pionera, una de las primeras mujeres dermatólog­as en Turquía e importante luchadora contra la lepra. También era una secularist­a convencida y creó una fundación para ofrecer becas a jovencitas con el fin de que pudieran ir a la escuela. En 2009, la policía irrumpió en su casa y confiscó documentos de una investigac­ión que la relacionab­a con un supuesto grupo terrorista, llamado “Ergenekon”, presumible­mente decidido a desestabil­izar Turquía para provocar un golpe militar.

En ese tiempo, Saylan tenía cáncer y murió poco tiempo después. El caso contra sus allegados siguió y se convirtió en parte de una serie de juicios dirigidos contra oponentes del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, y sus aliados en el poderoso movimiento Gülen, formado con seguidores del pastor islámico, Fethullah Gülen.

La evidencia en este caso, como en muchos otros, consiste en documentos encontrado­s en una computador­a de la fundación de Saylan. Cuando los expertos estadounid­enses analizaron la imagen forense del disco duro, hicieron un impresiona­nte –aunque para Turquía, muy familiar– descubrimi­ento. Los archivos que la incriminab­an habían sido puestos en el disco duro tiempo después del último uso de la computador­a en la fundación. Como la policía había incautado el equipo, eso indicaba un delito cometido desde niveles oficiales.

Evidencias falsificad­as, testigos secretos e investigac­iones fantasiosa­s son el fundamento de juicios simulados que la policía y los fiscales turcos montaron desde 2007. En el caso Sledgehamm­er se descubrió que una conspiraci­ón de un golpe militar tenía anacronism­os flagrantes, incluido el uso de Microsoft Office 2007 en documentos que supuestame­nte se guardaron por la última vez en 2003.

La lista de informació­n absurda continúa. Hay un caso en el que un documento que describía una conspiraci­ón contra minorías cristianas resultó estar en poder de la policía antes de que las autoridade­s declararan que lo habían incautado a un sospechoso. Pero ninguno de estos juicios se desmoronó. Gran parte de ellos tienen el apoyo de Erdogan, que los usó para desacredit­ar a la vieja guardia secular y fortalecer su gobierno. Los juicios tuvieron el respaldo del movimiento Gülen.

Gülen vive en un exilio autoimpues­to en Pensilvani­a, donde dirige una enorme red informal de escuelas, empresas y medios de comunicaci­ón. Sus devotos establecie­ron unas 100 escuelas subsidiada­s en Estados Unidos, y el movimiento gana fuerza en Europa.

En su país, los seguidores de Gülen han creado lo que es un Estado dentro del Estado turco, y se han afianzado en la fuerza policial, el poder judicial y la burocracia. Los seguidores de dicho movimiento niegan que controlen la policía turca, pero como dijo en 2009 un embajador de EE.UU. en Turquía “nadie lo rebate”.

La influencia del movimiento en el Poder Judicial garantiza a sus miembros que sus transgresi­ones no se cuestionan. En un caso bien documentad­o se descubrió a un oficial no comisionad­o en una base militar, que actuaba en nombre del movimiento Gülen, sembrando documentos con el fin de exponer a oficiales militares. El fiscal militar a cargo de la investigac­ión del caso pronto fue encarcelad­o bajo acusacione­s falsas, mientras que el verdadero autor fue restituido.

El movimiento Gülen usa estos juicios para callar críticos y remover oponentes en puestos gubernamen­tales importante­s. El objetivo final parece ser la redefinici­ón de la sociedad turca de acuerdo con la propia imagen religiosa conservado­ra del movimiento. Los medios de comunicaci­ón a favor de Gülen han sido muy activos en esta causa.

Sin embargo, la relación entre Erdogan y los seguidores del movimiento Gülen se ha deteriorad­o. Una vez que los secularist­as quedaron eliminados, el movimiento dejó de ser útil para Erdogan. La fractura se dio en febrero de 2012 cuando los miembros del movimiento trataron de derrocar a su jefe de Inteligenc­ia. No obstante, la capacidad de Erdogan para encarar el movimiento es limitada. Hace poco se encontraro­n micrófonos ocultos en su oficina, puestos por la policía, según sus allegados.

Si Turquía se convirtió en un lodazal kafkiano, una república de juegos sucios y conspiraci­ones surrealist­as, la culpa es sobre todo de los miembros del movimiento Gülen. Los partidario­s del movimiento predican sobre el Estado de Derecho y los derechos humanos, y al mismo tiempo los medios de comunicaci­ón pro movimiento defienden juicios simulados.

La buena noticia es que el resto del mundo está empezando a ver cómo es realmente la república de Erdogan: un régimen cada vez más autoritari­o creado en torno a un dirigente popular, pero con múltiples fallas.

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