LA NACION

Un peronismo líquido fluye a nuevas orillas ideológica­s

- Francisco Seminario

Zygmunt Bauman nació en Polonia, vive desde hace décadas en Inglaterra y es probable que conozca poco –si algo– de las muchas veces extravagan­tes dinámicas internas del peronismo. No tiene por qué conocerlas tampoco. Dedicó buena parte de su investigac­ión sociológic­a al estudio de una modernidad a la que atribuyó, para intentar explicarla, el carácter de líquida. Y esa modernidad líquida, de vínculos transitori­os y cambiantes, dominada por la precarieda­d y la incertidum­bre, podría decirse que poco tiene que ver con la tradición y las apetencias del personalis­mo peronista, que en cada una de sus evolucione­s se imagina tallado en piedra.

Sin embargo, la metáfora de la liquidez a la que recurre Bauman para representa­r metafórica­mente a una época signada por la ausencia de certezas, en la que las formas rígidas pierden la consistenc­ia de los tiempos sólidos, le calza bastante bien, extrapolad­a a nuestra realidad política, al más reciente vaivén de un movimien- to que está entrenado en el arte de la metamorfos­is.

Las últimas décadas son una prueba de la enorme capacidad del peronismo para adoptar la forma de nuevos envases ideológico­s cada vez que la realidad (o la necesidad) se lo exigió. Y en todas las ocasiones logró hacerlo con llamativa fluidez.

Esa liquidez parece haber alcanzado ahora al kirchneris­mo. Pero lo excede largamente. El proceso de fugas que se inició en los bordes del oficialism­o, acelerado por los tiempos electorale­s –lo que cerca de Sergio Massa llaman con entusiasmo el “goteo” de dirigentes, legislador­es, concejales y demás adherentes que se acercan al Frente Renovador casi a diario– se asemeja al descongela­miento lento e inexorable de un glaciar.

De pronto se resquebraj­a lo que hasta hace muy poco parecía duro como la roca, eterno. El poder comenzó a fluir hacia una nueva orilla del movimiento peronista (no necesariam­ente la del massismo, eso todavía está por verse), en un trasvasami­ento que conmueve a la clase política.

El drama no es nuevo. Para insistir en la metáfora del peronismo líquido, son muchas las corrientes que atraviesan al movimiento y muchos los dirigentes bien dispuestos a saltar de una corriente a otra para mantenerse a flote. Hay cálculo en ello y, a veces, algo de convicción. Una cuestión de superviven­cia en aguas que son siempre turbulenta­s.

Sin embargo, esta fluidez del movimiento también permite pensar al peronismo bajo otra luz. Más allá de las pretension­es de eternidad que siempre albergan los ocasionale­s dueños del poder, más cerca de las bases del partido quizá se esté expresando algo distinto y menos rígido a lo que encarnan las cúpulas: la realidad de un movimiento más acorde al espíritu incierto y cambiante de los tiempos que corren, no exentos de angustia –porque la incertidum­bre genera angustia, al igual que la libertad–, ni necesariam­ente mejores.

Pero si el kirchneris­mo es rígido en su dogmatismo, setentista y sólido por definición, el peronismo líquido de las segundas y terceras filas, el que mejor entrenado está para el cambio y que no profesa un dogma de fe cargado de verdades absolutas, parece más cercano a la modernidad de Bauman. ß

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