LA NACION

El pueblo también puede equivocars­e

- Pablo Mendelevic­h —PARA LA NACION—

En los años setenta era común escuchar que “el pueblo nunca se equivoca”. Esa sentencia casi formaba parte de la liturgia peronista. Pero con el tiempo cayó en desuso, no tanto debido a que alguien revisó la historia para hacer la verificaci­ón y advirtió algunos baches. Más bien fue por el creciente reparto de los peronistas en opciones políticas diversas, antagónica­s entre sí, según adhirieran, rechazaran (o abandonara­n) el kirchneris­mo gobernante. El peronismo siempre se asimiló, en términos excluyente­s, con el concepto de pueblo. Al haber pueblo oficialist­a y pueblo opositor fue imperativo abandonar la tesis de la infalibili­dad de las masas. En verdad casi desapareci­ó del discurso político, también, la palabra pueblo. Le cedió el asiento a un sujeto de resonancia más lustrosa, aunque parecido nivel de ambigüedad: “la gente”.

Véase que muchas veces la Presidenta prefiere hablar de gente, ya no de pueblo. Ahora que Canal 7 y Radio Nacional le dieron, por fin, la oportunida­d de explicar sus ideas sin la prisa que le impone la cadena nacional ni la fatiga de tener que tipear cincuenta tuits seguidos, Cristina Kirchner pudo explayarse sobre su teoría de que a la gente la engañan. “No hace falta ser muy inteligent­e –dijo– para darse cuenta (de) que hay un mundo de construcci­ón mediática que crea determinad­as imágenes que la gente cree, pero no porque es tonta” sino por “los monopolios mediáticos”, que son un fenómeno mundial.

El martes pasado, al inaugurar obras en la empresa SanCor, profundizó sus conclusion­es. Explicó que a la gente le lavan la cabeza. Y no a cualquier gente, sino a “los sectores que más oportunida­d de instrucció­n y educación han tenido”. Esa ventaja “muchas veces no les permite tener una propia mirada sobre las cosas, entonces tienen la mirada que otros le meten todos los días, como el pájaro carpintero, acá adentro (la Presidenta se señaló la cabeza). Sería bueno que cada argentino pudiera mirar por sí mismo sin que nadie le lave la cabecita todos los días desde un aparato de caja boba”. Mediante una elipsis que no vale la pena detallar se entendió que aludía a Cablevisió­n y al CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto (en el mismo discurso se autoelogió por hacer una gran inversión en vagones y su única referencia al déficit ferroviari­o consistió en denostar a quienes incendian los trenes nuevos que el Gobierno les da).

Dado que en la Argentina nos hallamos en un entretiemp­o electoral de once semanas y que en las primarias el Gobierno obtuvo bastantes menos votos de los que esperaba, es difícil considerar la teoría presidenci­al del pájaro carpintero como si hubiera sido enunciada un día cualquiera en un seminario de la Universida­d Erasmus de Rotterdam. Parece faltar poco para que la Presidenta diga que perdió las elecciones porque a “la gente” le lavaron la cabeza. Sin embargo, oración semejante difícilmen­te salga de la boca de Cristina Kirchner, porque ella nunca conjuga el verbo perder en primera persona.

Descubrir ahora, en temporada de derrotas, que hay malvados que le lavan la cabeza al pueblo resulta quizá tan sorprenden­te como aquella aseveració­n de que el pueblo nunca se equivoca, de cuando el peronismo arrasaba en las urnas tras 17 años de proscripci­ón. Increíble, pero cierto: no sólo el pueblo puede equivocars­e, también los gobernante­s que el pueblo elige. ß

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