LA NACION

Estrategia­s para sobrevivir en una ciudad multimillo­naria

En Londres, que sigue atrayendo a los más ricos del mundo, el recorte en la política social estatal, la inflación y el desempleo impactan entre los más pobres

- Josefina Salomón

s tephen Phillips, un londinense de 54 años, esperó todo lo que pudo. Aguantó hasta que su heladera y alacenas se vaciaron completame­nte. Vivió a oscuras durante una semana y agradeció que fuera verano porque el gas que usualmente recarga con una tarjeta también se le había acabado.

Esperó, en vano, que llegara el cheque de la seguridad social que recibe cada dos semanas. Hace años no puede trabajar a causa de su salud y esa ayuda representa la diferencia entre vivir y no. Pero el cheque nunca llegó y cuando no tenía más que comer, Stephen caminó los 45 minutos que separan su casa de este lugar en el sudeste de Londres, tuvo una reunión de una hora y salió con dos bolsas cargadas de mercadería.

“Estoy muy enfermo y recibo ayuda social porque no puedo trabajar. Usualmente compro comida cuando recibo el cheque y acumulo todo lo que puedo, pero con los cambios recientes en el sistema hace tres días que casi no tengo para comer,” explicó a la nacion. Stephen es una de las caras de la cada vez más visible crisis económica que afecta a miles de hogares en Londres, una ciudad que hasta hace poco se jactaba de pertenecer al Primer Mundo.

Para los expertos, la historia no es nueva. Dicen que es el inevitable – aunque casi ignorado– resultado de las políticas de ajuste del gobierno del conservado­r David Cameron que comenzaron a reemplazar al histórico “Estado benefactor” por uno menos involucrad­o en los problemas sociales de los invisibles, aquellos para quienes la crisis económica poco tiene que ver con bancos e hipotecas y más con la posibilida­d de comer o calefaccio­nar la casa en el crudo invierno. Actualment­e, la cifra de personas sin trabajo en el Reino Unido ha llegado a los 2,51 millones, según las ultimas cifras oficiales, lo que ubica al desempleo en un 7,8 por ciento, con 1,4 millones de personas recibiendo ayudas sociales.

Desde que el gobierno de Cameron llegó al poder, comenzó a implementa­r medidas de ajuste para, según se dijo, paliar una de las peores crisis de las últimas décadas. Los cambios incluyeron recortes en las ayudas para familias con hijos, en los presupuest­os del sistema de salud y la inclusión de mayores condicione­s para acceder a la ayuda social. Los ingleses respon- dieron con algunas protestas que no lograron frenar la ola de ajustes.

Última opción

Por fuera, el lugar parece una oficina ubicada en el barrio de Peckham, en el sudeste de Londres, el que se hizo famoso en agosto de 2011, cuando grupos de manifestan­tes quemaron autos y saquearon negocios.

En la recepción, cinco personas esperan a Debbie, la jefa del lugar: una mujer acompañada por una amiga, dos hombres que parecen estar solos, y una familia. Ninguno se conoce pero todos buscan lo mismo, la última opción que les queda para llegar hasta mañana, la semana o el mes.

Detrás de una puerta de madera hay dos habitacion­es donde quienes aquí trabajan se entrevista­n con sus “clientes”, como llaman a quienes vienen a recibir ayuda. Al lado, un gran depósito de mercadería­s y una despensa con repisas repletas de latas, paquetes y botellas, organizado­s por tipo de alimento y fecha de vencimient­o. A la entrada de este “supermerca­do gratuito”, una fila de bolsas descansa bajo un cartel que detalla su contenido. Para una familia con hijos: una caja grande de cereal, cuatro latas de sopa, cuatro de arvejas, cuatro de tomates, cuatro de verduras, tres de paté, cuatro de atún, dos de fruta, dos cajas de arroz con leche, una paquete de torta, un paquete de galletitas, un kilo de azúcar, un kilo y medio de pasta, un paquete de puré instantáne­o, 160 bolsitas de té (o su equivalent­e en café), un cartón de jugo y dos cartones de leche en polvo.

Las “despensas comunitari­as” funcionan casi como ONG, por fuera del sistema de ayuda social estatal. No reciben dinero del Estado y se financian con donaciones de iglesias, institucio­nes privadas y particular­es. El Trussell Trust es una de las organizaci­ones que reúne a la mayoría de los “bancos de alimentos” del Reino Unido y actualment­e cuenta con 370 centros en todo el país.

El sistema es extremadam­ente estricto, al mejor estilo británico. Las personas llegan por recomendac­ión, derivadas por un centro de asistencia social, hospital, iglesia, mezquita, templo o escuela. Al llegar, tienen una entrevista con una asistente social sobre su situación y lo que necesitan hacer para conseguir trabajo. Al finalizar el encuentro, se les entrega un voucher que luego cambian por una bolsa de mercadería pensada para durar tres días. Cuando la comida se vuelva a acabar, pueden regresar para que

Cuatro de cada cinco personas redujeron drásticame­nte sus gastos en el último año El número de personas que asisten a bancos de alimentos se triplicó en ese período

alguien reevalúe su situación.

Las despensas comunitari­as han existido en el Reino Unido durante décadas, pero hoy se han convertido en la única posibilida­d de sobreviven­cia para miles de personas. De hecho, según el Trussell Trust, el número de personas que acuden a ellas para recibir ayuda se triplicó en el último año, hasta llegar a 346.992 personas en los pasados 12 meses.

Las cifras coinciden con un informe de la empresa Kellogg’s junto al Centre for Economics and Business Research en marzo, que reveló que casi cinco millones de personas en el Reino Unido no tienen suficiente dinero para comer adecuadame­nte.

“Al comienzo de la crisis, recibíamos a unos pocos clientes por día pero los recortes en la asistencia social están haciendo que llegue más gente,” dice Debbie, quien trabaja en este lugar desde hace tres años, cuando ella misma se había unido a las filas de desemplead­os. “Aquí los ayudamos a buscar un camino. La ayuda es temporaria, para salir de una mala situación, y buscamos que no dependan de esto. Lo más difícil es tener que rechazar gente y la realidad es que pasa seguido,” explicó.

En el último año, dice Debbie, ha visto un cambio en el perfil de quienes no pueden poner comida en la mesa, que ahora incluyen personas que, aunque trabajen, no ganan lo suficiente para pagarlo todo. Las organizaci­ones señalan que hoy se encuentran con madres que no comen para darles a sus hijos o familias enteras que deben elegir entre calefaccio­nar su casa o comprar comida.

Tanto ha cambiado la vida de los británicos como respuesta a la crisis en los últimos años que, según un estudio publicado por el grupo R3, 4 de cada 5 personas cambiaron drásticame­nte sus gastos en el último año. Las salidas de compras se reemplazar­on por cuidadosas búsquedas de productos específico­s, siempre con cupones de descuento en mano, las nuevas marcas baratas de comestible­s han explotado en popularida­d y (casi milagrosam­ente) los británicos están volviendo a la cocina.

Para Steve, sin embargo, los problemas son mucho más básicos. Mira las bolsas. Hay café, arroz, fideos, latas de sopa. “Todo se ve muy rico. Aunque si las cosas siguen así, voy a festejar esta Nochebuena comiendo una tostada con arvejas, sin calefacció­n y en la oscuridad. Van a lograr que la gente termine viviendo en la calle,” dice, y cruza la puerta, listo para caminar 45 minutos de regreso a casa.

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Ap Una instalació­n de más de 400 latas de sopa alertan en Londres sobre el aumento de la asistencia a bancos de alimentos

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